El arte siempre refleja la política de un país con independencia de la intención del artista. La política es una forma de organización de las sociedades humanas, y el individuo es un ser social que no puede abstraerse de su contexto, aunque lo intente.
Primero: la obra de arte se concreta a partir de la interpretación subjetiva de la realidad del artista, y el artista, imbuido en un contexto determinado, proyecta esa realidad de una manera u otra, a veces tácitamente o con mensajes más diluidos.
Partiendo del concepto de autonomía del arte legado desde el Romanticismo (siglo XIX), el verdadero arte es aquel cuyo valor no depende de ideas preconcebidas ni de convenciones sociales, sino de la experiencia subjetiva y/o de la transformación social que pueda motivar o producir.
¿Acaso el artista no interpela con su reinterpretación del mundo? La estética tiene un lazo inobjetable con la filosofía y la moral y el arte contemporáneo nace dentro de contextos determinados, proponiendo visiones socio políticas, directa o indirectamente.
Segundo: si el artista elude los asuntos gubernamentales en su obra está manifestando una posición política. O sea, el arte que no versa sobre política también expresa una corriente ideológica. La evasión es una postura social.
Tercero: el arte y la política son formas de comunicación con un fin común: necesitan sus audiencias para materializarse. A ellas están destinados sus discursos y recursos. El arte, como la política, es un acto de convencimiento porque persuade al público de que es lo mejor que ha visto, leído o escuchado.
Cuarto: la circulación de la obra de arte dependerá igualmente de un sistema institucional con políticas definidas, por tanto, esta cuestión estará inherente en el sujeto artístico de forma consciente o inconsciente y desde el momento en que comienza a pensar la obra.
El teórico y docente uruguayo Luis Camnitzer en su ensayo El arte, la política y el mal de ojo decía que “el mercado nos ha enseñado que, si un objeto puede ser vendido como arte, es arte (…). El propietario del contexto final de la obra determina su destino y función. La adquisición y propiedad del contexto es un hecho político y por lo tanto la política es parte intrínseca de la definición misma del arte”.
Esta cita enuncia que el arte está definido por las políticas del mercado, del contexto en el que se vende la obra y su comprador determina su función y su valor.
Al respecto la historiadora del arte y curadora chilena Gloria Cortés precisa: “Todo ejercicio artístico es político, porque está inserto en el desarrollo de una sociedad y ejecutado por individuos que participan en ella”. La obra de arte es un proyecto político en la medida en que se define bajo un pensamiento que norma y establece los parámetros de lo que es bello, de “buen gusto”, el canon estético y sus alcances.
En tanto, el arte tiene funciones privadas y al mismo tiempo públicas porque parte de la individualidad subjetiva, pero conforma una red de agentes que intervienen en su divulgación y consumo. Según el profesor, escritor y político español Carlos Martínez Gorriarán esta pluralidad autoriza a hablar no solo del papel político del arte, sino de formas de arte decididamente políticas en todo un abanico de sentidos, desde legitimar el orden instituido al intento de subvertirlo.
Quinto: al margen o no de lo comercial, el arte siempre generará conciencia social, convirtiéndose en un medio trasformador de la realidad y potenciando que los espectadores actúen para transmutar también su contexto.
En pocas palabras, el arte no puede desligarse de la historia o de la política porque es resultado de la subjetividad de su artífice y la subjetividad, como se sabe, es la interpretación individual del mundo en la que influyen vivencias y rasgos de la personalidad. Cada individuo es resultado de su tiempo y el arte como derivación también.