La noche del 16 de enero de 1896, en medio de un frío y crudo invierno, Antonio Maceo acampa en Paso Viejo, muy cerca de la ciudad de Pinar del Río. Apenas le restan seis días para culminar la Invasión a Occidente, hecho militar considerado el más audaz de la centuria.
“Carece de información de inteligencia, diría a JR Juan Carlos Rodríguez, historiador de Pinar del Río; no sabe qué fuerzas hay en la capital provincial”.
Las tropas españolas, advertidas, despueblan la ciudad. Traen voluntarios de San Luis y San Juan y Martínez. El hoy teatro Milanés es convertido en Cuartel General; el Palacio de los Pioneros, entonces Edifico del Campesino, queda fortificado. El ferrocarril fue reforzado.
Ante este escenario, Maceo decide pasar a “tiro de fusil frente a la ciudad; los flanqueadores la circunvalan”, explica el historiador.
El Titán de Bronce avanza por el sur hasta llegar a Las Taironas, entre seis y siete kilómetros del pueblo, camino a La Coloma.
Allí tiene lugar el día 17 uno de los combates más importantes de la invasión y el de mayor relevancia para este territorio.
En una colina repleta de alta vegetación, conocida en la época como “el encinal de Lazo”, tuvo lugar el desigual combate, en el que, a pesar de la diferencia en el número de hombres, las tropas mambisas salieron victoriosas.
El encuentro fue definido por la infantería, que desde la colina emprendió fuego contra los españoles organizados en líneas de tiradores a lo largo de las cunetas del camino.
Al día siguiente hubo en Río Sequito otro enfrentamiento de menor complejidad, llamado por algunos el segundo combate de Las Taironas.
Desde 1907, un obelisco erigido en la cima de la colina en el kilómetro seis de la carretera a La Coloma recuerda la hazaña. Sitio de visita obligada para los pinareños cuando rinden homenaje a Maceo.
LA LUZ DE LA LIBERTAD
Sobre una tribuna improvisada en una rastra de la fábrica de refrescos Jupiña, justo donde convergen las avenidas Martí y Rafael Ferro, Fidel les habló a los vueltabajeros la noche del 17 de enero de 1959, unos 63 años después de que Maceo agitara su machete en Las Taironas y pasara bordeando la ciudad, la misma que hoy se ha llenado de pueblo para escuchar a su líder.
“Yo creo que es necesario que se preste atención a lo que aquí se va a decir hoy. No había venido a Pinar del Río porque tuve necesidad de permanecer en La Habana durante varios días. Tal era el fervor revolucionario de esta provincia, tan grandes han sido sus méritos en esta lucha, que durante el trayecto entre Oriente y La Habana me llegaron las insinuaciones de numerosos compañeros, pidiéndome que antes de llegar a La Habana viniese a Pinar del Río.
“No era posible, sin embargo, detener la marcha de toda la columna para hacer un rodeo por la provincia de Pinar del Río, y yo les respondía a esos compañeros: —No se preocupen, que a Pinar del Río no lo tenemos olvidado, que a Pinar del Río iremos”.
Así eran los comienzos del discurso del líder de la Revolución a su llegada a la ciudad vueltabajera.
Antes se había detenido en Artemisa, por esa fecha también territorio de la más occidental de las provincias cubanas. Allí, ante una multitud inmensa dijo: “La política extorsionista e injerencista ha desaparecido en Cuba, el triunfo es del pueblo y para el pueblo; las madres artemiseñas de nuestros muertos en la batalla, reciben hoy, de por mí y mis hermanos vivos, el recuerdo más fiel y la lágrima infinita”.
Esa noche Fidel despachó con las autoridades de la provincia cuestiones medulares para el desarrollo y seguridad del territorio a escasos días del triunfo.
En su alocución a las miles de personas que se habían congregado desde antes del mediodía esperando al barbudo, dejó claro que a partir de ese momento todo sería más difícil.
Habló de los desmanes y asesinatos de la tiranía, de la injerencia extranjera, de la campaña anticubana que ya se gestaba y de la opinión pública internacional que se fomentaba en contra de la Isla.
En una hoja de la revista Sol, que circulaba una vez al mes en la provincia y le fue alcanzada por un joven de apenas 29 años que se iniciaba en los caminos del periodismo, plasmó de su puño y letra un saludo para los pinareños.
Una bandera cubana señala el sitio desde el cual Fidel hablara al pueblo de Pinar del Río, para que los hombres y mujeres de este terruño recuerden siempre con orgullo el memorable día.