1724, el ron que acompañó el reconocimiento de los Saberes de los Maestros Roneros Cubanos como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, recoge dentro de sí la mezcla de historia y conocimientos que caracteriza a esa tradición.
Resultado de la mezcla de bases de todos los espacios de fabricación ronera del país, la bebida viajó junto al expediente de estos saberes a la 17 Sesión del Comité Intergubernamental de Patrimonio Cultural Inmaterial, convocada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) el pasado noviembre en Marruecos.
Antes, todos los maestros roneros y aprendices del movimiento se reunieron en el centro de la isla, para elegir a ciegas entre distintas combinaciones de las bases aportadas por cada colectivo. ¿El objetivo? Conseguir un ron que equilibrara dentro de sí los saberes y tradiciones defendidos por cada región.
Fue un trabajo muy bonito, aseguró el primer maestro Juan Carlos González. «Nos reunimos -y con la ayuda de los aspirantes porque el proceso de transmisión es fundamental- evaluamos las diferentes bases para decidir una mezcla final», contó.
“Todo se hizo a ciegas, los aprendices traían las combinaciones y los maestros no sabíamos que probábamos. Pero al final llegamos a una mezcla definitiva que presentamos ante la Unesco”, agregó.
Y como mejor prueba de que la cultura de los maestros roneros está extendida por toda Cuba, la muestra vencedora tenía proporciones iguales de bases de todos los espacios fabriles de la nación, destacó.
Luego, en tributo a la ruta original del ron ligero cubano, dos toneles de mil litros viajaron desde la ronera de Santiago de Cuba hasta la de San José de las Lajas, pasando por Villa Clara y Santa Cruz, para que cada colectivo de maestros y aprendices agregara la parte de la mezcla que les correspondía.
“Todo el mundo sabe que la tradición ronera cubana se trasladó desde Oriente hasta Occidente. El ron ligero cubano nació en Santiago de Cuba y se fue extendiendo muy rápidamente por el resto del país. Nosotros, en la elaboración de 1724, quisimos emular esa trayectoria”, explicó el Primer Maestro.
En San José, a donde también viajó el maestro ronero de Pinar del Río, volvieron a reunirse todos los integrantes del movimiento para darle el tratamiento final al ron y embotellarlo.
La mezcla final, cuyo nombre responde al número del expediente que se presentó a la Unesco, “encierra en sí el saber hacer de todos los que durante generaciones y generaciones transmitimos los secretos de esta bebida”, insistió González.
Un trago de 1724 es entonces, en cierto modo, una cata a la historia del ron cubano.