Ramoncito López, el ampaya, fue el Amado Maestri de Vueltabajo. Comandaba los juegos con una seriedad antológica, dueño de los vericuetos del pasatiempo nacional. Nunca claudicó, hasta un día, cuando azorados los jugadores y aficionados, lo vieron pasear sobre los hombros de varios uniformados.
Las cosas sucedieron, más o menos, así. La Liga Popular de Cuba organizó varios campeonatos por zonas. No era fácil ni rentable, en aquellas condiciones, hacer un torneo nacional. Los organizadores eran gente de las «clases vivas», o sea, de la burguesía o cercanos a ella. No obstante, allí jugaban los hombres de piel oscura, al contrario de la Liga Nacional Amateur, adscripta a la Unión Atlética de Amateurs de Cuba.
La temporada de 1955 fue sui géneris. Tras duro bregar, Minas de Matahambre alcanzó la corona en Vueltabajo y obtuvo el derecho de representar la provincia en la Zona Occidental. Había eliminado a los Verdugos de Santa Lucía y al Regimiento de La Habana, no sin grandes tropiezos; Tomás (Nené) Martínez se encargó de maniatarlos.
La Habana y Matanzas habían jugado fuerte y se impuso la tierra que parió a Varadero. Así las cosas, a la final llegaron dos verdaderos trabucos: Minas de Matahambre y el Regimiento de Matanzas, quienes, acostumbrados a ganar, habían reclutado lo que más valía de aquella zona. Y llegó la Gran Final, donde se lucharía por representar a Cuba en un torneo venezolano.
Lo que a continuación les contaré, no es fruto de la imaginación. Aquella tarde de lloviznas leves, salieron los árbitros a la grama del Borrego Park, encabezados por Ramoncito, quien convocó al home play, a los directores Antonio Sánchez y el matancero, cuyo nombre no recuerdo, bajo las orientaciones desde el dugout del tristemente célebre coronel Pilar García, jefe del Regimiento. Se discutieron las reglas. Entre ellas, después del 5to. inning por lluvia u oscuridad, ganaba quien estuviera delante en el marcador.
Cuenta José Gandoy, jardinero izquierdo de los mineros, que caravanas de autos y camiones llegaron temprano. También de Matanzas. Elegantes trajes vestían los militares. Las Minas lucía una franela de la buena, parecida al New York Yankees, costeada con dos pesos al mes por los trabajadores y gestionada por la Junta Directiva que presidía El Gallego Rego, a la sazón Jefe del coto minero, con los arrendatarios de la American Metal Company.
El juego lo abrió el estelar Tomas (Nené) Martínez y pronto, René Melo, el cuarto bate, conectó un jonrón con dos corredores en bases: 3 x 0, en el mismísimo primer inning. Las hordas comenzaban a revolverse. Así se mantuvo el juego y caía la tarde invernal. Las Minas sirvió la 5ta. entrada. Juego oficialmente válido, cuando la oscuridad se enseñoreaba sobre la abarrotada instalación, hasta que el juez principal decretó terminado el desafío.
Pero las cosas no podían quedarse así. No vinieron de tan lejos los guardias de Batista para perder en cinco entradas contra un equipo al que consideraron menor. Los matanceros hicieron lo indecible para demorar el desafío y suspenderlo por oscuridad. Ramoncito tuvo que ponerse duro. Los ánimos se fueron caldeando en las gradas y el terreno.
Los fanáticos se tiraron al diamante para celebrar la victoria. El entonces coronel Pilar García, bien bautizado como «hombre con nombre de mujer y alma de hiena…», sacó la pistola y disparó al aire; otros lo siguieron.
Situación en fase de peligro que provocó, contra lo dispuesto, una decisión salomónica para complacer al hombre que asesinó a los asaltantes del cuartel Goicuría, en la ciudad de Matanzas, y huyó en el avión con el tirano.
Entre cañonas, protestas, disparos y pescozones, los directivos de La Liga, en coordinación con los ampayas, decidieron que las entradas restantes se jugaran en el estadio de las Minas, el domingo próximo. Así fue.
Julio Candelaria, el zurdo de Pilotos, quien jugaba para los mineros en aquella campaña, conocido por Memo Luna (pseudónimo del estelar pitcher mexicano que lanzó en la Liga Profesional Cubana), se encargó de tirar los cuatro ceros que faltaban. Los perros rabiosos tuvieron que comerse su propia rabia. La alegría fue inmensa. Minas de Matahambre campeón de la Zona Occidental.
Mas lo anecdótico no termina ahí. Por otra cañona a lo Plutarco Tuero de San Nicolás del Peladero, los promotores decidieron que el Regimiento de Matanzas representara a Cuba en el torneo venezolano. Las Minas tuvo que conformarse con ser el mejor. ¡Cómo si eso no bastara! Los cañoneros fueron humillados por partida doble.