Hay hombres que luchan por sus derechos y se convierten en héroes. Esa es la idea que viene a la mente cuando leemos la historia de los mártires de Chicago, quienes fueron condenados a muerte, luego de su participación en la huelga que comenzó el Primero de Mayo de 1886.
Duele el alma. La furia policial se desencadenó contra una manifestación obrera, y luego de un juicio injusto condenaron a ocho.
Según refieren otros sitios de internet, los hechos sucedieron en el estado de Illinois, Estados Unidos, un lugar donde las condiciones de los obreros eran pésimas, y encontraron una dura resistencia de los empresarios y la prensa.
Las movilizaciones duraron varios días, pero en un acto público- incluso autorizado por el alcalde de la ciudad-, y que como siempre hubo represión en contra de los obreros, en medio de la contienda, una bomba arrojada contra los policías provocó la muerte de uno de ellos.
El hecho desató un proceso judicial marcado sobre todo por la mentira, la manipulación, la corrupción y los abusos.
Los mártires de Chicago fueron : Michael Schwab, Louis Lingg, Adolh Fisher, Samuel Fielden, Albert R. Parsons, Hessois Auguste Spies, Oscar Neebe, y George Engel.
Los acusados no tuvieron otro delito que reclamar sus derechos, desde sus posiciones, sin embargo cuatro de ellos pagaron con sus vidas en la horca.
Triste y desesperante momento el de la muerte, y mucho más cuando percibimos el realismo y la pasión con que lo describió José Martí, quien escribió para el periódico La Nación sobre los hechos y los acusados.
El Maestro narró cómo fueron los sucesos de esos días; el lector sufre los detalles, los vive, los llora…
“Y resuena la voz de Spies, mientras están cubriendo las cabezas de sus compañeros, con un acento que a los que lo oyen le entra en las carnes: “‘La voz que vais a sofocar será más poderosa en lo futuro, que cuantas palabras pudiera yo decir ahora.” Fischer dice, mientras atiende el corchete a Engel: “¡Este es el momento más feliz de mi vida!” “¡Hurra por la anarquía!” dice Engel, que había estado moviendo bajo el sudario hacia el alcaide las manos amarradas. “¡Hombre y mujeres de mi querida América…” empieza a decir Parsons. Una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen a la vez en el aire, dando vueltas y chocando. Parsons ha muerto al caer, gira de prisa, y cesa: Fischer se balancea, retiembla, quiere zafar del nudo el cuello entero, estira y encoge las piernas, muere: Engel se mece en su sayón flotante, le sube y baja el pecho como la marejada, y se ahoga: Spies, en danza espantable, cuelga girando como un saco de muecas, se encorva, se alza de lado, se da en la frente con las rodillas, sube una pierna, extiende las dos, sacude los brazos, tamborilea: y al fin expira, rota la nuca hacia adelante, saludando con la cabeza a los espectadores”.
La muerte de estos hombres fue el detonante para que se desatara la indignación en muchas de las principales ciudades del mundo, mucha historia se escribió después, y la fecha (Primero de Mayo) fue proclamada para que se celebrara el Día Internacional de los Trabajadores.
Hoy recordamos a los mártires de Chicago con respeto por su coraje y honor. A ellos nuestro homenaje.