No es este un tema novedoso, ni siquiera se pudiera catalogar de manido, pues el asunto de la protección y bienestar animal ya raya y pasa sobre el “manoseo” comunicacional, institucional y cotidiano.
Mucho se ha comentado y demasiado ha llovido desde que se aprobó el tan famoso –en su momento– Decreto-Ley 31, que supuestamente constituiría una piedra angular y un gran paso de avance en el empeño de proteger a los animales domésticos o de trabajo.
A la fecha ya se cumplen más de dos años de la puesta en vigor de este documento –que idílicamente versa y regula– los principios, deberes, reglas y fines respecto al cuidado, la salud y la utilización de los animales para garantizar su bienestar.
Un “estandarte legal” que reconoció los reclamos por nuestra sociedad civil para enmarcar dentro de la ley las tan necesarias disposiciones normativas que garantizaran el bienestar animal y que, a la vez, contribuyeran a concientizar a toda la población sobre el cuidado y respeto a los mismos.
Sin embargo… ¿deberíamos estar contentos con el solo hecho de contar con ese documento oficial? ¿Realmente se aplica todo lo referido en el mismo o lo hemos convertido en letra muerta? ¿Ha sido este un “mamotreto” más que engavetamos y cubrimos con el polvo del olvido pues ya redujimos tensiones sobre el asunto en sí?
Personalmente creo que, como el refrán, nadamos demasiado lejos para morir en la orilla. Dos años han sido suficientes para que cesadas las presiones y calmados los ánimos, ya nadie hable de este importantísimo Decreto-Ley número 31.
A criterio y consideraciones propias del escribá tras diversos sondeos, la aprobación de esta legislación es solo la punta del iceberg. Un pequeño paso para el verdadero bienestar animal y el estado de derecho que tanto necesitamos en el país.
No obstante, es solo eso: un pequeño paso. Aún no es suficiente su implementación; para no adentrarnos en las carencias desde el punto de vista de su concepción.
Lagunas quedan muchas para detener atropellos, abandonos y demás desatinos; y esto sí pudiera concebirse como un criterio generalizado.
Si miramos desde cierta perspectiva, todavía se necesita una ejecución más efectiva desde los propios programas educativos; sobre todo los destinados a aquellas personas, marginales si se quiere, que perpetúan las tendencias a ejercer violencia y maltratos a sus animales por el simple hecho de tenerlos como propiedad.
Para ello no solo basta el accionar de grupos como Aniplant, sino también debería existir un acompañamiento más fuerte desde nuestros propios medios de comunicación. Un acompañamiento sostenido desde las propias radiobases municipales hasta una concepción de mensajes y campañas de bien público en la Televisión Nacional.
No son pocos los reportes de maltratos que diariamente se visualizan en las redes sociales, o de los que somos testigos todos los días. Y no hablo quizás de los abandonos barrios adentro, sino de los que se manifiestan a plena luz del día.
Mencionemos, por ejemplo a dueños que se pasean con sus perros arrastrando gomas de carro con el mero fin de entrenamiento para una posterior pelea, o a los cocheros que bajo el sol cenital y a plena carga de coches, “fustean” ferozmente a sus caballos… y eso, a quienes amamos a los animales, nos duele hondo.
Lo cierto es que dentro de las razones subjetivas y objetivas sobre las que yace la inoperancia del Decreto, pudieran hallarse la falta de demandas o denuncias. Aunque también, para decirlas todas, en muchas ocasiones tales demandas caen en saco roto debido a que no constituyen casos de investigación real o a la falta de personal capacitado para recepcionar las quejas.
En esta línea, es cierto que ya son más visibles las ferias de adopción responsable; pero dentro de ellas sería sabio potenciar igualmente las acciones de desparasitación y las campañas de esterilización, ambas libres de costo.
A la par, la capacitación óptima de los agentes policiacos en temas de bienestar animal, la creación de un subgrupo de inspección que revisara las condiciones de refugios y albergues, así como la búsqueda de financiamientos externos para la mantención de estos últimos sería lo ideal. Sí, repito, lo ideal.
Para terminar, recordemos que la vida es más rica que cualquier normativa, y en ese orden debemos actuar. No olvidemos que decir bienestar animal es también decir bienestar humano; pues en la medida que logremos colocar orden, control y observancia sobre los animales que nos rodean diariamente, ello repercutirá directamente en la salud, higiene, satisfacción y tranquilidad de todos y cada uno de nosotros.