Si decimos “doctor Juan Rigoberto Cabrera Cabrera” quizás a nuestros lectores el nombre les parezca lejano. Es muy probable que no lo identifiquen, pero cuando una se toma la libertad de llamarlo “el doctor Cabrerita”, son muchos, incluso los que no padecen del corazón ni han sido pacientes suyos, los que descubrirán que se trata del cardiólogo de tantos pinareños, pues más de 40 años en la especialidad y unos 50 en la Medicina lo convierten en un galeno de referencia para pacientes y compañeros de trabajo.
A sus 73 años es profesor consultante y disfruta tanto trabajar con las nuevas generaciones como la asistencia médica, aunque muy temprano en la entrevista confiesa: “A mí lo que me gusta es ver pacientes.
“Sentarme, escucharlos, echarme para atrás y pensar ‘lo que tiene es esto o aquello’, aunque muchas veces he tenido que reconocer que estoy equivocado. Pasa que con los años eso falla menos, pero otras veces me digo, ‘vamos a estudiarlo bien, porque en esto estoy perdido’. Eso es lo que disfruto más.
“No obstante, hace ya varios años que no hago guardias y no opero. Mi trabajo fundamental desde ese tiempo hacia acá y después que me hice profesor consultante es, prácticamente, docente. Tengo vínculo con la asistencia, porque es inevitable, pero más bien asociada a la docencia”, explica.
¿Cómo fue su formación en la Medicina?
“Vengo de una familia de campo. Mis padres se casaron y se mudaron para la ciudad, pero no había nadie médico en la familia. Fue un interés que nació. Mis amigas de la infancia me tenían terror, porque como quería ser cirujano, buscaba las muñecas de ellas y se las abría para ver qué tenían dentro.
“Y ese interés por la Medicina lo pude concretar. Me gradué en diciembre de 1972 y terminé la especialidad en Cardiología en abril de 1979. Me gustaba la Cirugía, pero cuando hice el cuarto año de la carrera me di cuenta que físicamente iba a ser muy demandante para mí. En quinto año ya me había decantado por la Cardiología, de lo cual no me arrepiento y una parte de ella estaba relacionada con la propia Cirugía, porque, por ejemplo, en Cuba la implantación de los marcapasos electrónicos la hacen los cardiólogos, mientras que en otros países la hacen los cirujanos cardiovasculares”.
¿Fueron muy difíciles los primeros años como cardiólogo aquí en Pinar?
“Ahora es la provincia la que decide cuántos especialistas necesita de cada especialidad, pero en ese momento era una decisión nacional. En ese año en el que pude obtener una de esas plazas para Pinar del Río todo tenía que hacerlo en La Habana, aquí solo una parte de Medicina que se hacía general.
“Hoy existen bastantes cardiólogos, pero cuando me formé había en la provincia uno solo, que era el doctor Jorge Piñón. Él y yo estuvimos de cardiólogos solos no menos de 15 años, cuando la provincia era hasta Artemisa. Después llegó el doctor Raimundo López y fuimos solo tres unos siete años más, hasta que se fueron formando otros compañeros, por suerte”.
Ante una especialidad con un desarrollo constante, el doctor Cabrera reconoce que el suyo ha sido un proceso de formación y superación continua.
“En un instituto de investigación el que se dedica a una cosa hace solo eso, nosotros no. Nuestro perfil es amplio, lo tocamos todo, lo mismo ponemos un marcapasos que hacemos un ecocardiograma, una consulta o una guardia. Pero, aun así, es necesario que determinados grupos dentro de nosotros mismos vayan perfilándose en ciertas cosas, a partir de la propia tecnología que influye en el desarrollo de la especialidad.
“Por ejemplo, no hablemos de la cardiología pediátrica que es otro mundo, tenemos una colega que se dedica a ella, y estamos viendo cómo formamos nuevo personal para tener garantizado el relevo. En la cardiología de adultos hay varias especificidades que van requiriendo que algunos de nosotros las atiendan.
“Ello precisa de un proceso de superación, de estudio. El ecocardiograma le cambió la historia a mi especialidad. No estudié ecocardiograma en mis años de residente, eso lo tuve que aprender después. Cuando me gradué de cardiólogo, se empezaba a hablar del ultrasonido en el corazón; yo mismo lo veía como una cosa lejana. Me gradué en el ‘79 y la ecocardiografía empezó en Pinar del Río en la década del ‘90.
“Aprendí a implantar marcapasos electrónicos en el Instituto de Cardiología, pero las primeras variedades, cuando aquello no había programadoras. Hoy cualquier muchacho recién graduado está mejor preparado que yo. Hay especificidades que obligan al desarrollo interno de la especialidad y que alguien se dedique a eso. Es muy complejo, no es solo, por ejemplo, la técnica de implantar el marcapasos, para ella se adquieren las habilidades. Se trata después del seguimiento al paciente, lo cual requiere un grupo de aspectos, entre ellos el dominio de esas programadoras a través de las que se sabe el tiempo que le queda a la batería, la resistencia eléctrica del cable, y esa parte no la aprendí”.
¿Y es ese el espíritu que trata de llevar a los alumnos?
“A veces les digo un lunes ‘vamos a revisar tal tema para el viernes’ y me dicen ‘oiga profesor, pero ese tema es amplio’, y respondo: ‘Pero si yo me gradué de Cardiólogo igualito hace cantidad de tiempo y leo y estudio todos los días’. Y los voy estimulando. No me ha ocurrido muchas veces que me hayan dado esa respuesta. A los que se graduaron, incluso los que están ahora, los veo muy motivados, y me siento satisfecho, porque cuando el alumno se ve motivado y pregunta y si no entendió vuelve a preguntar, uno se alegra; si uno da una conferencia y nadie pregunta nada, algo anda mal.
“Aconsejo que lean en inglés además de hacerlo en español, porque mucha bibliografía actualizada viene en inglés. También la hay en español, sí, pero luego resulta que si usted quiere hacer una maestría o un doctorado o le toca ir a un país de habla inglesa, a esa hora mándate a correr a aprender inglés y ese no es el momento, sino antes.
“He tenido grupos muy buenos, que fueron mis alumnos y hoy son mis compañeros de trabajo y son muy destacados. ¡Ah!, les faltan años de experiencia, pero eso se coge y están muy bien preparados. La enseñanza y la pedagogía ha cambiado bastante, no puede ser solo de aquí para allá, a veces hay que dejar preguntas abiertas, que los haga pensar, porque en la Medicina hay que razonar mucho”.
Me dice usted que la Medicina tiene de ciencia y de arte…
“Tiene que gustarte. Hay una corriente de opinión que no comparto de que para la Medicina no hacen falta tantas aptitudes, pero sí hay que tenerlas, como para la suya, por ejemplo –le dice a esta periodista–, y cuando uno va a hacer algo hay que tratar de hacerlo lo mejor posible.
“De la Medicina se decía siempre que tenía mucho de ciencia y algo de arte. Yo digo que el arte de la Medicina existe, a pesar de que la tecnología se ha ido metiendo de tal manera que lo que queda para el arte es poquito, pero le queda. Y el arte de la Medicina radica en que un médico logra ver donde otro no ve, teniendo los mismos elementos, puede ser nivel de información, pueden ser otras cosas o las aptitudes de las que hablábamos.
“Hay que estudiar mucho y te puedo decir que de como yo aprendí a tratar el infarto agudo del miocardio cuando me gradué a ahora, tal parece que estamos tratando otra enfermedad. Los conocimientos cambiaron, también los medicamentos, existen procederes como el cateterismo que no se usaban. Eso me obliga a estudiar”.
Hábleme de sus años en consulta. ¿Cómo fue ese tiempo?
“Durante 26 años de mi vida laboral hice guardia en terapia intensiva. La sala de cuidados coronarios se inauguró el nueve de junio de 2003. Nuestra guardia antes de esa fecha se hacía en terapia. Tuvimos que hacer un diplomado de cuidados intensivos unos ocho meses, porque ahí lo mismo veíamos a un asmático, a un paciente con el abdomen abierto, que un infarto. Hemos visto de todo. Y nos iba bien, con una formación muy integral. Eso nos ayudó cantidad, incluso para cosas de nuestra propia especialidad.
“Y seguí pacientes que hoy son mis amigos. Después que usted trata a un paciente 20 o 30 años, imagínate tú, se convierte en su amigo y tener que decirle ya no voy a seguir, te voy a poner en manos de otro doctor… eso me costó Dios y ayuda.
“Me costó desvincularme de una actividad que es lo que más me gusta, que es ser médico, pero hay que saber cuándo te toca irte de un lugar, porque son actividades muy demandantes y la edad te pone límites. Mi consulta abría a las 7:30 u ocho de la mañana y me cogían las tres o cuatro de la tarde sin almorzar. No tenía corazón para parar la consulta. Eran los mismos pacientes los que se daban cuenta y compraban una pizza o un refresco y me decían: ‘Doctor almuerce ahí porque le va a dar una cosa’.
“Eso eran 10 minutos y seguía. Los conocía a todos y sabía que venían de lejos, de Bahía Honda y de cerca del Cabo de San Antonio también, gente que sabía que estaban allí desde temprano. No los podía ver a todos al mismo tiempo y les tenía que dedicar a todos el tiempo que se merecían. Nunca tuve apuro, después que me sentaba ahí, me daba lo mismo 11 que 22. Siempre fue así. A eso me enseñaron”.
Es una profesión de mucho sacrifico personal y también para la familia. ¿Lo sintió así usted?
“Nada se obtiene sin sacrificio, el mío por estar allí en la consulta o en la escuela cuando era estudiante, pero el de la familia es grandísimo también. Cuando estudiaba tuve el respaldo de mis padres, después en la especialidad ya estaba casado y tenía a mis hijos, pero nunca me arrepentí de haberme hecho médico, a pesar de que es una labor difícil.
“A veces teníamos un viaje a la playa con los muchachos y antes de irnos tenía que pasar por el hospital porque el día anterior había operado a uno, había puesto un marcapasos y debía revisarlo. En lugar de salir para la playa a las nueve salíamos a las 10 o a las 11 y en más de una ocasión hubo que suspender el viaje. No siempre fue así, a la familia la atendí, pero se sacrifica bastante.
“Eso sí, ellos nunca vieron que me quejara. Jamás me han visto lamentarme por haberme hecho médico, esa frase conmigo no iba; y siempre dispuesto, lo mismo me venían a buscar a las tres de la tarde que de madrugada, eso era muy normal”.
¿Cómo ha sido el trabajo docente en estos tiempos de COVID-19?
“He pasado cantidad de días en la casa. Los propios alumnos me han dicho que debo cuidarme, pero las clases no se detuvieron, porque en este tiempo no se dejaron de ingresar infartos ni se dejaron de poner marcapasos, solo un mes y tanto y después se retomó. Se dieron consultas y las interconsultas se mantuvieron luego de la apertura.
“Tengo un colectivo docente en el hospital y la estructura de la formación médica hoy es fundamentalmente el estudio en el trabajo. Aquí reciben el primer año de la especialidad. Se adapta el programa a nuestras condiciones; ya el segundo y tercer años tienen que hacerlo en La Habana por razones tecnológicas y prácticas. La informática y las nuevas tecnologías nos ayudaron a organizar y reorganizar el trabajo.
“Durante las guardias mis compañeros discutían los temas con los muchachos. Es una experiencia interesantísima. Había que ver a los estudiantes en su examen final lo bien preparados que estaban. Las conferencias y los seminarios hubo que frenarlos, pero estuvieron muy bien.
“Y para graduarse hay que saber Cardiología, que no te quepa duda. Las enfermedades cardiovasculares constituyen la primera causa de muerte en el país, que ya se está emparejando con los tumores y las enfermedades malignas”.
Satisfecho entonces…
“Tengo una familia, escribí dos libros, coseché. Creo que hice lo que debe hacer un hombre, así que estoy satisfecho. Todos los días estudio, reviso las revistas que llegan, consulto internet, que hay que ser selectivo, porque es mucha la información.
“Todavía doy mi opinión en una entrega de guardia si estoy por allá. He tenido que ver un electro por la ventana de la casa en estos tiempos y poner a un paciente en manos de otro colega. Van pasando los años y en nuestra profesión hay que andar claro. No me siento mal en mi posición actual de docente, porque creo haber hecho bien mi trabajo”.
Jocosamente nos dice: “Ya les advertí a mis compañeros que cuando me empiece a patinar esta (y se señala la cabeza), me toquen el hombro y me lo digan, porque lamentablemente uno no se da cuenta”.
Para el hospital Abel Santamaría Cuadrado y para los pinareños todos, es un regalo poder contar con el doctor Cabrerita, una cátedra en la Cardiología pinareña y cubana, que con más de 50 años en la profesión, afirma con total certeza que lo que más le gusta es ser médico.
Rigo, de quién he tenido la satisfacción de ser amigo por muchos largos años es una gran persona, muy dedicado y ha sido un placer leer este articulo, se lo merece.
Una sugerencia: además de médicos y maestros hay otros profesionales muy dedicados y muy olvidados, poco reconocidos además por la sociedad porque su trabajo no es directamente con la población, por ejemplo ingenieros y técnicos de la Empresa Eléctrica donde trabajé muchos años, como los Ing. Osvaldo Delgado y Jose Alberto Horta por mencionar dos entre muchos, que llevan largos años entregados a garantizar y mejorar el servicio a la provincia, enfrentando muchas dificultades, y que no han tenido la suerte de ser reconocidos por la prensa local. Por favor también todos los profesionales anónimos y olvidados lo merecen
Gracias
José A. García
Cabrerita Cardiólogo del pueblo
Profesor amigo buen hombre
Bendiciones miles
Año 1989 primeras semanas del inicio en el área clínica en tercer año de la carrera de medicina. Nos encontrábamos haciendo el pase de visita docente en la sala D cama 1 del Hospital “Abel Santa María” con nuestra querida profesora María de los Ángeles, que valoraba a una paciente recién ingresada, si mal no recuerdo provenía de Minas de Matahambre. Llevaba con fiebre varias semanas, tenía una gran toma de su estado general y a pesar de ello reía constantemente. Nuestra profesora la interrogó y examinó, al auscultarla detectó la presencia de un soplo cardiaco. Planteó el diagnostico de “endocarditis infecciosa” y que la risa e indiferencia que expresaba la paciente ante su mal estado general se llamaba “moria”, lo cual se debía a una posible afectación del lóbulo frontal como consecuencia de la endocarditis. Solicitó interconsulta urgente con cardiología. Unos minutos más tarde se presentó en la sala el Profesor y Cardiólogo Rigoberto Cabrera, escuchó atentamente la presentación del caso, examinó a la paciente y diagnosticó “Comunicación interventricular como causa del soplo, endocarditis infecciosa con complicaciones neurológicas”. La paciente pasó a cuidados intensivos donde se le comenzó el tratamiento de manera inmediata con el diagnóstico planteado, su evolución fue satisfactoria. Reunidos posteriormente nos explicaron el caso e invitaron a estudiarlo, pues no era frecuente y no podíamos perder esa oportunidad. Los alumnos escuchábamos atentamente a nuestros profesores pero poco entendíamos de lo que hablaban, recién comenzábamos a estudiar enfermedades. Yo quedé fascinado con aquel ejercicio clínico. Me di cuenta que tenía delante de mí a dos grandes médicos, y si quería hacer algún día lo que ellos habían hecho tenía que seguirlos y estudiar mucho. Hablé con el profesor Cabrera y me aceptó como su discípulo junto a otros compañeros que ya asistían a sus consultas, hoy grandes cardiólogos. Doy fé de esas largas consultas de las que habla el profesor Cabrera, en las que dedicaba tiempo, no solo a sus trabajo asistencial, sino también a la docencia. Nos hacía auscultar a cada uno de los pacientes e interpretar los electrocardiogramas seguido de su corrección y explicación. Seguirle por el hospital haciendo interconsultas era todo un reto y cada valoración era seguida de una explicación. Siempre nos decía que no importaba la ausencia de recursos, que el hacha de piedra (conocimientos, razonamiento, fonendo y electrocardiograma) si la sabíamos utilizar bien era suficiente. Emociona saber que se mantiene ejerciendo la docencia y debe ser orgullo para cualquier médico haber sido alumno del Profesor Cabrera. Los conocimientos e información científica la podemos encontrar en cualquier libro o revista, lo que nunca nos aportarán los libros es el ejemplo, la constancia, la disciplina, el respeto a los pacientes, el ejercicio clínico, en resumen el amor a la profesión que nos enseñaron e inculcaron nuestros profesores.
Gracias, Cabre