Sé que está feliz, no necesito preguntárselo. Alberto Peraza Ceballos es gente de pueblo: ¿cómo no habría de hacerlo feliz el cariño colectivo que se le profesa en estos días de XXXII Feria Internacional del Libro en Pinar del Río, en la que es el autor homenajeado?
Le conocí justamente en plena fiesta de las letras, en una edición de varios años atrás. Con entusiasmo juvenil, Peraza subía y bajaba las escaleras del “Milanés” acompañado por otros escritores que él mismo entrevistaba para la radio provincial. Antes, en las mañanas, conducía en el portal del teatro el espacio Como pan caliente, y no había transeúnte que escapara al hechizo de su carisma jovial y desenfadado.
Él no tiene nada que ver con la imagen del escritor solitario, recluido en sí mismo y en su obra; más bien es un pinareño bonachón, que hace amigos por donde pasa, sin altanerías ni poses intelectuales; más bien es un promotor literario nato, en cuyo morral caben los libros de todos los autores.
Lleva consigo la nobleza y cordialidad del campo cubano, cualidades que se enraizaron en su ser desde la infancia en Río Seco, San Juan y Martínez. Hace algunos meses me contó que fue allí donde descubrió la literatura. Primero fueron los libros de Julio Verne, luego otros y otros… tantísimos libros. Peraza es también un gran lector.
Lo imagino con unos nueve años, refugiado con su libro-amigo en algún rincón de la casa, mientras los demás niños del barrio reclamaban afuera su presencia para el juego o, quizás, algún familiar le pedía ayuda en las labores de la tierra. Y él allí, viajando mundos sin moverse del puesto.
Cuando uno conoce de su raíz campesina, entiende los cantos a la tierra recién arada, a la yunta de bueyes, al trinar apacible de los pajaritos, al tabaco recién recolectado, a la madre hacendosa y buena. ¡Qué maestría tiene Alberto Peraza que conmueve al lector con la simpleza de una escena cotidiana!
Pequeño de estatura, con unos ojos de verdeazul encendido y la misma mirada de un niño travieso. Supe que lo primero que escribió fueron versos para su madre, y los escondía en las gavetas o en la cajita de talco del escaparate para sorprenderla.
Después vinieron los maestros, que él mismo llama “la mayor enseñanza”; vinieron los estudios para enseñar a otros Lengua Inglesa, y también los talleres literarios en su municipio natal. Así fue aflorando el autor que conocemos hoy, con la misma sutileza con que germinan las plantas.
Hasta la fecha suman 40 los libros publicados, pero asegura que hay una veintena de títulos inéditos esperando oportunidad editorial. De premios también es larga la lista, desde aquel premio nacional de Décima por su segundo libro publicado, Escapar al olvido (Ediciones Loynaz, 1992) hasta el Nicolás Guillén de Poesía por el texto Macerar (Letras Cubanas, 2019).
Nada de eso es motivo de vanagloria, lo demuestran los hechos. Él lo mismo se va a México con la mochila cargada de libros que monta una guagua con el mismo equipaje hasta el más apartado de los pueblos pesqueros pinareños, cuando es tiempo de ferias de mar.
Peraza es un escritor de pueblo, y por el simple gusto de confirmarlo, eso sí se lo pregunté: Así te veo yo, ¿estás de acuerdo con esa idea? Sin demoras, me confesó: “Quiero ser ese que siempre fui; quiero seguir siendo ese niño que recorría los caminos de Río Seco, el veguerío; que iba a pescar camarones con los demás muchachos, y ese que escribe poemas para niños y adultos”.