La conversación debía ser pegado al horno, con los ruidos del bosque y el humo aromático de las brasas soterradas; quizás nadie ha pensado la similitud de un horno de carbón vegetal y un pequeño volcán, que hay que velarlo permanentemente, pero por el contrario nos encontramos en la periferia de Mantua, en su nueva vivienda, para hoy ya terminada.
Un regalo del Sindicato Agropecuario y Forestal para compensar su obra de muchos años, máxime cuando su vieja casucha no da más y Pablo no tendría tiempo ni los recursos para una nueva.
En sus 57 años está la huella del tiempo: trabajo rudo en la vega, de día y de noche; la Lucha Contra Bandidos en Angola y una estela de “sacas” de carbón en su devenir desde niño; de cada cosa pudiera hacerse una historia, pero la suma de todas son la que lo colocan a un tín de ser Héroe de la República de Cuba, aunque él posiblemente no lo ha notado.
Pablo Pimienta Castro tiene nítidos sus días de pequeño, allá en La Güira, por la carretera Luis Lazo, bien pegado a los mogotes de la Sierra de los órganos, junto a Hilaria, su mamá, y Modesto, su padre, sembrador de tabaco y las viandas que le prodigaba la naturaleza, a veces jugando y disfrutando con sus hermanos Ricardo y Berta, pero más que eso, mayormente trabajando.
Una visita a Mantua – hace muchos años- lo enamoró. Ahora recuerda su unión con Celia Martínez y la fortuna que ellos crearon: Dairon y Dayliana; el muchacho trabajador en la forestal, y la hembra ama de casa en Pinar del Río.
Cuando la epopeya de Angola muy joven fue movilizado para las tropas de Lucha Contra Bandidos (LCB), quizás su ímpetu y el conocimiento del monte lo ayudaron en tan difícil misión durante dos años, y salió ileso a pesar de jugársela en combates, testimonio de eso es la medalla de Combatiente de primer grado.
Pero su pasión, aparte de los cuatro nietos y el resto de la familia, es el carbón vegetal. Nadie lo dijo en la conversación, pero su rostro lo revela y cuando narra lo reafirma:
“Mi quema es en Santa Ana, por los montes de Tirado pa´lla. Allí me paso una o dos semanas desvelado…” Y efectivamente debe ser así, porque el sueño del carbonero es por retazos, y ni cuando el cielo está limpio puede ocuparse en contemplar la constelación de Orión ni tampoco la de la Osa; la poética de ese momento está en el aromático humo, el chisporroteo de las llamas y el canto de los grillos.
Velar la “quema de un horno” debe ser como el parto de la puerca, la mirada fija para que nada se pierda, porque si te desentiendes “y no miras las troneras, se te vuela”.
Pablo nunca pide nada, su casa casi se venía al suelo; por suerte el sindicato se ocupó. Cómo es honesto y conocedor del bosque me transmitió una preocupación: “no me gustan las viguetas de pino, eso no resiste el tiempo… lo sé por experiencia”. Los cuadros del sindicato – presentes en el lugar- razonaban o justificaban: “los puzles están perdidos”.
Tantos días de sol, calor, frío, lluvia en los descampados del bosque lo han curtido lo suficiente para premiarlo con la militancia en el Partido y se siente satisfecho: “recibí la Orden Lázaro Peña de primer grado, ya me dieron la segunda y la tercera… y a mí me va faltando esa de la estrellita amarilla”.
Es una gente humilde, agradecido, revolucionario, fiel a su país, cumplidor con las tareas y cuando la preguntas su parecer sobre la vida, solo sonríe y afirma que todo está bien, sus satisfacciones son ver pelota por la televisión y jugar dominó.
Y para que no quede dudas, aclara: “Yo he hecho de todo en el campo, carbón de aroma y de cuanto palo es bueno, siembro la tierra para que coma mi familia: arroz, malanga, lo que se pueda”.
Y su riqueza mayor es la familia, más el pequeño tesoro de los nietos, aparte de esperar un día tener en el pecho esa estrellita dorada, que en Cuba llevan los héroes del trabajo.