El mes más letrado del año, sin dudas, es abril. Muchas razones se unen para considerarlo así: se conmemora la vida y la obra de poetas, cuentistas, novelistas, dramaturgos y ensayistas. Es el mes del idioma español, del libro, los derechos de autor y del libro infantil. Se nos presenta como el mes que recuerda a los hombres que construyeron con la palabra escrita el espíritu de la humanidad.
Estos versos de Joaquín Sabina nos imprimen esa inconfundible marca:
“Quién me ha robado el mes de abril Cómo pudo sucederme a mí Pero, quién me ha robado el mes de abril Lo guardaba en el cajón Donde guardo el corazón”.
Y precisamente, con mucho fervor y emoción, desfilan ante nuestros ojos esos motivos que al paso de cada día nos confirman un cuarto mes del año pletórico de buena literatura, esa que nos enseña y deleita por igual.
La evocación de importantes nacimientos y muertes de diversos escritores, algunos de ellos de talla universal, se nos convierte en especiales vivencias que nos hacen vibrar.
El inicio es, de veras, un anuncio muy oportuno de todo lo que el calendario nos muestra: me refiero al acto fundacional de la Real Academia Española (RAE), que ya cumple 310 años. Es esta una prestigiosa institución que tiene como objetivo principal “velar por que la lengua española, en su continua adaptación a las necesidades de los hablantes, no quiebre su esencial unidad”. Esta gran responsabilidad y compromiso se han plasmado en la denominada política lingüística panhispánica, compartida con las otras 22 corporaciones que forman parte de la Asociación de Academias de la Lengua Española (Asale), creada en México en 1951. Actualmente su composición es de 46 académicos de número vitalicios.
El dos se celebra el Día Mundial del Libro Infantil y Juvenil (por el nacimiento de Hans Christian Andersen). El siete nace Gabriela Mistral, enérgica personalidad del verso, cuyo legado se evidencia con creces en la fecunda tradición feminista de la poesía continental. Y más adelante se conmemoran las muertes de César Vallejo, Gabriel García Márquez, o los nacimientos de Jean-Paul Sartre, Charles Baudelaire y Sor Juana Inés de la Cruz.
No se trata de inventariar en este comentario todas las figuras del ámbito literario que se encuentran conectadas a este mes, sino argumentar de manera convincente el epíteto que sirve de título a este trabajo. Por tal razón, hemos realizado una selección cuidadosa y suficiente para persuadir al más escéptico de que es muy justa y merecida tal denominación.
El día 23 reclama hacer un alto en el camino, pues une a una verdadera tríada de gigantes: es la fecha de muerte de William Shakespeare, Miguel de Cervantes y el Inca Garcilaso de la Vega. Indudablemente, la casualidad histórica también ha jugado su papel, y ello explica que se haya declarado como Día Mundial del Libro en 1995 y Día del Idioma en 2010.
El segmento final del mes nos acerca entrañablemente a otros tres escritores descollantes: Alejo Carpentier, Emilio Salgari y Dulce María Loynaz. Cada uno aporta más de un elemento de valor en sus respectivos géneros y estilos. Lo real maravilloso americano, el relato de aventuras o la alta temperatura lírica son contribuciones incuestionables a la historia de la literatura.
Podrán pensar mis lectores que la formación filológica de quien suscribe estas líneas puede incidir en cierto matiz ponderativo, pero –sin que esto sea una defensa a ultranza– creo haber ofrecido los necesarios argumentos. En definitiva, cada mes tiene su rostro y trae su impronta. Claro que sí. Entonces abril llega para propiciar el placer de la lectura, esa que nos nutre espiritualmente, que “nos estimula, enciende y aviva” al decir de José Martí. Agradezcamos, pues, a abril sus bondades y ofrecimientos.