Con casi medio siglo de permanencia en los escenarios, Adalberto Álvarez, otra víctima de la Covid 19, era el rostro sereno del son cubano, un hombre que sabía resguardarse de modas y esnobismos y prefería, a pesar del tiempo, tocar al mejor estilo de la tradición.
Perteneciente al bando de soneros y salseros que componían con sobriedad y equilibrio, Álvarez era uno de esos extraños puntos de contacto entre seguidores y detractores de la salsa, que lo tomaban en las polémicas como el ejemplo perfecto del creador que combinaba de modo auténtico texto y música.
Aunque conoció la popularidad cuando integraba el conjunto Son 14, -en los 1980- el fenómeno Álvarez se hizo sólido con su propio grupo, en el que cantaba, componía y tocaba los teclados, siempre con un estilo identificable apenas se escuchaban los primeros acordes.
Adalberto Álvarez se definía como un sonero ilustrado que no hacía trasformaciones musicales por capricho o modismos, sino para encauzar lo que llamaba difícil combinatoria que se balancea entre el sonido más contemporáneo y la tradición.
Carismático, agradable, aún lo asocian con uno de los primeros temas que le dieron fama, A Bayamo en coche, que escribió durante una visita con Son 14 al centro de la Isla, cuando vio que al lado de la terminal de ómnibus había coches tirados por caballos y sintió deseos de llegar así a Santiago de Cuba.
Popularizada en los años 80, ha sido una de las piezas más sonadas en el repertorio de Álvarez, quien gustaba de textos equilibrados, que profundizaran en la psicología nacional con finura, sin herir sensibilidades.
Quizás por eso su rostro era bienvenido en televisión por aquella parte de sus connacionales que prefieren letras sobrias, así como una sosegada proyección en escena, en la que él, por cierto, daba más importancia a la obra que al despliegue de los cantantes.
Componer seguía siendo uno de sus mayores placeres, sobre todo las canciones del disco próximo. Sin embargo, es un trabajo que se hacía difícil después de tantos años en el afán de mantenerse en la preferencia del público.
Cuando había cumplido 25 años en los escenarios, confesó durante una entrevista: «En la primera etapa de tu carrera, te pegan ocho números de ocho, o siete de ocho, pero cuando pasan 25 años es diferente. Los tiempos van cambiando, el gancho con la gente es distinto, también tenemos los compromisos de trabajo. El problema es no hacer música como chorizos».
Álvarez era obsesivo en el cuidado al componer. Cuando intuía que un tema no entraría en el gusto popular, lo eliminaba antes de incluirlo en el repertorio. «Me gusta producir para que se vea. Hago música para que la gente baile», aseguró durante otra entrevista en Cuba.
Como a casi todo el mundo, a Adalberto Álvarez lo visitaba la nostalgia de tarde en tarde, pero no para recordar melancólicamente el tiempo pasado, más bien como una mirada de satisfacción a las etapas vencidas, como un vaso de agua en el camino.
Con un abultado expediente de giras por Europa y algunas visitas a Estados Unidos, el llamado Caballero del son era tan laborioso como las hormigas. En cuanto a la polémica sobre si la salsa cubana se llama timba, prefería quedarse fuera de la hoguera, como quien está muy seguro de sí mismo. A fin de cuentas, para él, lo trascendente era la música.