Supongo que el objetivo de un homenaje o premio a una trayectoria fértil y prolífica en cualquier ámbito o sector de la sociedad sea recompensar y valorar al homenajeado.
Supongo que el efecto que se espera por parte de quien se agasaja sea alegría, agradecimiento, emoción u orgullo por haber entregado tanto, por haber motivado e inspirado a otros, por representar algo valioso.
Sin embargo, en ocasiones, pasa la vida de aquellos que lo dieron todo y llegan luego los lauros “post mórtem”, los eventos “In Memóriam”, los nombres a centros e instituciones del ramo.
Peor aún resulta ser testigo de ceremonias y reconocimientos con un desfase temporal lamentable. Muchas veces, lejos de ser motivo de regocijo, duele ver cómo figuras insignes de este país reciben un premio cuando ya han perdido toda capacidad mental.
Me pregunto entonces, ¿habría que esperar hasta ese momento para reconocer algo que ha sido evidente por años?, ¿hay también burocracia en tomar decisiones tan simples?, ¿qué se tiene en cuenta a la hora de proponer y decidir tales agasajos?
A cuántos profesionales no podríamos citar en Pinar del Río, de sectores como la Cultura, la Salud, la Prensa, el Deporte, la Ciencia… merecedores del Escudo Pinareño, por solo citar un ejemplo.
Entregar un premio por la obra de la vida no significa, a mi juicio, condecorar la vejez o el hecho de estar al borde de la muerte, aunque pueda resultar crudo para algunos.
Conozco de cerca a muchos de esos que han entregado, desde muy jóvenes, todo por su profesión, han transformado, han construido, han crecido, han hecho crecer a otros, y se han sacrificado por el lugar donde laboran y lo que representa.
Conozco a esos cuya valía está más que probada y han trabajado incansablemente, pero al parecer, por vejez o antigüedad, aún no les llega la hora del premio o el reconocimiento.
¿Hay que demostrar más, jubilarse, padecer alguna enfermedad o ser el último en la lista?
Tal vez a muchos de esos ni siquiera les interese recibir un honor de ese tipo. Tal vez ni siquiera se consideren merecedores porque nunca han vivido para eso. Tal vez su humildad sea mayor.
Y en realidad, quien dedica su vida a la profesión que ama, quien trabaja por vocación, nunca espera nada a cambio.
Pero como dice el refrán “Al César lo que es del César”, y aunque no generalizo, me parece inapropiado esperar a que alguien muera o pierda sus capacidades mentales para reconocer una trayectoria cargada de aportes y contribuciones.
La vida en estos tiempos va a un ritmo acelerado, pero pasar por alto las buenas obras y los hitos de quienes han demostrado con creces su valía, solo por esperar el momento preciso, puede dejar una huella aún peor. A veces, puede ser demasiado tarde.