Se ha dicho que a la posteridad le gustan las bromas pesadas, y entre burlas y veras, ha hecho más alcahueta a la Celestina, más colosal al Cid, más quijotesco a Quijote y más maquiavélico a Maquiavelo. Alfred Nobel no escapó a sus ironías. Ponderado por unos, satanizado por otros, ha dejado en la historia una huella fehaciente del hombre de su tiempo, en plena efervescencia del capitalismo, que rompiendo prejuicios y ataduras, vio en la ciencia un carril para el desarrollo. Filantrópico y humanista, se erige hoy como símbolo universal, como un monumento a la creatividad del cerebro humano.
Autor: Enrique Montes de Oca Fernández