Sonia Cruz Hernández parió dos hijos: una hembra y un varón; es abuela de cuatro nietas preciosas, nos asegura ufana esta mujer a la que el alma le ha multiplicado la maternidad como directora del Hogar de Niños Sin Amparo Familiar de seis a 16 años.
Al preguntarle por la matrícula del centro responde “tengo ocho niños”, una segunda interrogante acerca de ese sentido de posesión sobre ellos es como un aguijón ante el que no puede resistirse y riposta “sí, son míos”.
Y es que hay trabajos que no se pueden hacer solo con el entendimiento y dominio de una materia, no basta la tenencia de habilidades o ciertas pericias profesionales, hay que tener dones muy específicos y, en este caso, el de Sonia es amar.
HAY QUE DAR
Comenta que todas las trabajadoras del centro les dan cariño a los niños. Detrás de cada uno de ellos hay historias de dolor, de esas que te estremecen y siembran dudas sobre la naturaleza humana, el mundo y cualquier otra cosa que hayas dado como preconcebida, por eso es defensora de los espacios en que interactúan con otras personas.
“Es muy importante, ya sea cuando intercambian con niños o con adultos de empresas, organismos e instituciones que vienen y ellos sienten ese amor y agradecen lo que les enseñan, brindan o dan, no porque les falte, sino porque nunca está de más”.
Confiesa que con 43 años de experiencia profesional nunca pensó que terminaría en el Hogar, pero la vida lo puso en su camino, y ahí va a estar mientras tenga fuerzas.
Para ella no solo se trata del afecto, hay que educar, crear hábitos, acompañarlos en el aprendizaje mientras realizan tareas extraescolares y ayudarlos a seguir, especialmente porque enseguida se notan los cambios y cómo van superando el dolor en sus cortas vidas.
En los meses de julio y agosto no tomó ni un día de descanso. Le reconforta que sus hijos comprendan lo que hace y contar con el apoyo incondicional de su esposo, jubilado del sector de Educación, quien se ha hecho cargo de cocinar y otras labores de la casa para que ella pueda, casi a diario, estar 12 horas en la institución, “él viene y me da vueltas”.
Reconoce que puede ser duro, que no es tarea fácil suplir ausencias para esos niños y adolescentes, pero a la vez le reconforta formar parte de la transformación, de las oportunidades, de la risa y la alegría, aunque no pocas veces eso lleve sus propias lágrimas.
LO QUE ASOMA
Cualquiera pensaría que ya se ha endurecido, que no se emociona con facilidad, y que lidiando cotidianamente con angustias ajenas haya aprendido a dejarlas afuera, pero Sonia no ha sido capaz de hacerlo, tampoco quiere, porque como madre desea que la salud la acompañe para ver a “sus niños” crecer, y aclara que no les entrega el amor que le sobra, les da el que tiene.
Especialmente, hay una niña que se le ha colado en el cuerpo, pues no es justo que tan pequeña, cuando debía jugar con muñecas, estuviera cuidando de sus hermanos menores, y desea con fervor estar a su lado hasta la adultez. Al hablar del tema, en los ojos, donde el alma no miente, asoman las lágrimas, porque no imagina cómo sería separarse de ella.
Sonia no está sola, la sensibilidad prima entre las trabajadoras de los dos hogares existentes en Pinar del Río, y desde hace un tiempo las puertas, ante herméticas, se han abierto para que sean más los que puedan acercarse y ofrecerles amor a esos infantes.
Pie de foto: Sonia no niega que su trabajo lleva una cuota de dolor, ese que asoma a sus ojos e intenta contener con los labios apretados, pero destaca que es mayor la satisfacción