Es una mujer de hablar muy pausado, y tono atrayente, listo para ser procesado, como el que aprendió bien cómo proyectar la voz para enseñar, propio de alguien que desde casi la adolescencia se dedicó al magisterio.
Amalia Elena Trujillo López (Amalena para sus amigos) nació en el mes de mayo de 1958, en plena primavera, y lo primero que nos dice es que tal vez por eso ama tanto las flores, a José Martí y a la poesía.
Hoy está jubilada, pero en sus recuerdos guarda muy bien los tiempos de una niñez que la preparó para ser una persona de bien.
Y sabe que su paraíso terrenal está en un lugarcito del kilómetro 13 de la carretera a la Coloma, los mismos espacios que la vieron correr, soñar y jugar, y que vienen a su mente con ese olor grato que tiende a relacionarse con la felicidad.
“Soy la mayor de tres hermanos. Nos criaron en el amor a la familia inculcándonos respeto, honestidad y solidaridad… Mi padre, noble campesino que con sólo sexto grado tenía mucha educación, se comportaba con elegancia y distinción, imponía respeto con cariño, trabajaba mucho en su vega, le gustaba escuchar radio, bailar, leer y jugaba pelota, sabía de astronomía, y del mejor tiempo para sus cosechas.
“Me gustaba jugar con mis primos y corretear por la vega, perderme entre los surcos, hacer casitas bajo los árboles y montar bicicleta. Ayudaba a mi padre a ensartar, eso me sirvió para que en las escuelas en el campo fuera fácil la labor y ganar la emulación. Es muy grato el olor que se impregna al entrar a una casa de tabaco, nunca lo he olvidado”.
DE CASTA LE VIENE…
En la escuelita de Primaria del poblado Las Palizadas, en la misma que su mamá era maestra, cursó el primer grado, de ahí pasó por varios centros, hasta que llegó a la secundaria en la Tomás Orlando Díaz.
“En décimo grado mi vida tomó otro camino. Había un lindo movimiento de escuelas en el campo y me fui a Sandino. A la ESBEC Carlos Marighella, llegamos a finales de agosto, con mi maletín llenito de deseos de estudiar y esperanza en un futuro que me llenó de alegrías.
“Era muy linda nuestra casa y escuela grande, allí empecé a conocer lo que era la familia afectiva, me entregaron el carnet de la juventud, éramos jóvenes muy comprometidos con el proceso revolucionario. Se hizo un llamado por Fidel a los alumnos de décimo grado, porque hubo en esa década una explosión de matrícula en enseñanza media y déficit de profesores, a mí me correspondió el tercer contingente, quería ser médico pero di el paso al frente y es la mejor decisión que he tomado en mi vida.
“Me enamoré perdidamente de mi profesión, disfruté cada una de mis clases y de la relación con mis alumnos y la Biología”.
DE AQUELLOS TIEMPOS…
Cuando se viven momentos inolvidables, una y otra vez evocamos los lugares, las personas y los hechos.
“Nuestra filial tan linda, toda rodeada de flores, la inauguramos en 1974 los miembros de mi contingente, en la joven y naciente ciudad Sandino, allí se yergue majestuosa mi escuela de anchas escaleras, pintada de azul y blanco, con las persianas en rojo, todo un símbolo. Allí me hice maestra.
“Mis primeras clases las impartí en la ESBEC Lázaro Hernández Arroyo, me entregaron dos grupos de séptimo grado con sólo 16 años, la edad de Manuel cuando lo asesinaron en las montañas del Escambray.
“Por la mañana trabajaba, por la tarde era alumna de la filial pedagógica Rafael María de Mendive, así fue: instruir e instruirme, educar y educarme. Nos trasladaban en ómnibus hasta Sandino, los chóferes también nos cuidaban, ese amor ha trascendido en el tiempo, hoy somos la gran familia del Destacamento Pedagógico, y aunque hay miembros en los más diversos sitios geográficos somos hermanos”.
La pasión por lo que hacían, el ansia de enseñar y de cumplir unió a estos jóvenes, que cumplieron su tarea como adultos.
“En mi grupo de Biología nos graduados 16, quedamos 11, siempre nos hemos mantenido en comunicación disfrutando la entrañable amistad que tuvo su génesis en aquellos lindos años de estudio y trabajo.
“Tuve excelentes profesores, ellos están en mi corazón y me dejaron sus enseñanzas, no puedo mencionarlos a todos sólo haré referencia a mi profesor de Botánica Armando Urquiola , que en paz descanse, fue un sabio con la humildad de los grandes, mi profesor de bioquímica Mario Alberto Casas y Reinaldo Fernández (Nano) mi director, presente todavía en cada uno de nuestros proyectos aconsejándonos, guiándonos, sólo unos años mayor que nosotros y aunque puede ser nuestro hermano le llamamos padre.
“Fue un tiempo muy lindo y fructífero en mi vida, mis compañeros calaron fuerte, los planes de estudio intensos, teníamos que estudiar mucho como todo joven universitario, nos ayudábamos unos a otros, en los tiempos duros de exámenes nos reuníamos en alguna escuela, nos gustaba estudiar por la madrugada y hacer resúmenes. Me gradué en 1979 el Comandante estuvo en cada una de nuestras graduaciones”.
SU HISTORIA LABORAL
Comenzó su vida laboral en el IPUEC Ramón González Coro, siempre dio clases en preuniversitario, excepto dos años en una secundaria básica en el municipio La Lisa de la capital donde vivieron por razones de trabajo de su esposo.
Laboró muchos años en la ESPA Ormani Arenado», de la capital pinareña.
“Guardo muy bellos recuerdos de ese tiempo, ser profesora de los deportistas me fascina, tienen un sentido de la responsabilidad y del trabajo en colectivo muy elevado. Me jubilé en el IPUEC Isabel Rubio. “Siempre he pensado que me tocaron los mejores estudiantes del mundo, tuve algunos que a la vez fueron hijos de educandos míos, y compañeros de trabajo que fueron mis alumnos, y hasta un director y una subdirectora, y lo disfrutamos, con mucho respeto. Fui profesora de mis dos hijas y de mi nieto mayor.
“Toda mi vida la dediqué al magisterio. Fue la brújula para crecer intelectual y espiritualmente. Era muy joven cuando me incorporé al Destacamento Pedagógico y establecí en el aula una linda relación con mis estudiantes, me sentía responsable de transmitirles conocimientos, amor a la naturaleza, actitudes y normas de educación que trascendieran las paredes de la escuela y los acompañaran toda la vida.
“Quizás porque mi madre era maestra y vi cómo se esmeraba con sus alumnos, su aula y su escuela, consideré eso natural e imprescindible.
“Hoy los veo adultos, algunos casi contemporáneos, y cuando me saludan con cariño vuelvo a aquellos momentos. Cuando nacieron mis hijas comprendí que de alguna manera había experimentado ese sentimiento maternal, así que mis alumnos fueron mis primeros hijos”.
UNA FAMILIA ESPECIAL
En todos los años de profesora pudo contar Amalena con el apoyo de su esposo Marcos, quien era militar, ellos se turnaban las guardias para que siempre alguno de los dos se ocupara de las niñas.
Nos habla con orgullo de sus nietos, de su mamá, y de sus tres hijas: Dunia, Amalia y Heidy Ana. “Ellas son muy buenas y familiares, buenas trabajadoras y amigas y por eso son mi orgullo.
“A mi esposo y a mí nos gusta tener amigos y cultivar esas relaciones. Yo tengo muchos, y son muy buenos. Ellos en mi casa son mi familia, y nos encanta reunirnos, y hacer comidas con mis hijas y celebrar el cumple de mis nietos”.
EDUCADORA SIEMPRE
No lamenta haber dejado aquella incipiente vocación que tuvo de ser médica, y eso lo descubrió cuando se enamoró del magisterio, y confiesa que en otra profesión no se hubiera realizado.
“Ser maestra no me resultó ni agobiante, ni monótono. Fui muy afortunada. Estudiar permanentemente y llevar a mis alumnos nuevos conocimientos que podrían hacerle más plena la vida fue mi mayor satisfacción, y también compartir con ellos, no solo el contenido de los programas de Biología, sino, cualquier detalle que yo escuchara de cultura general, eso fue maravilloso.
“Disfruté escuchar a los alumnos con sus inquietudes, estimularlos en la búsqueda permanente de conocimientos, esas fueron pautas que marcaron mis 43 años de tizas y pizarras, con el cerebro y el alma, porque te garantizo que todos (los más expresivos, los retraídos, los disciplinados, los revoltosos, los aventajados y los morosos) todos me cupieron en el corazón.