Uno
Amaury Pérez es dual. De esta característica derivan, por una parte, la desorientación sobre la inmensa valía de su legado y, por otra, su enorme poder creativo, tan o más fuerte que el de otros que, sin embargo, resultan más fáciles de ubicar, de clasificar.
Apenas se inició en el mundo del arte a principios de los 70 y ya devino en dos personas: él mismo y el hijo de Consuelito Vidal. Algunos nunca han podido valorar su obra solo por el prejuicio infundado de que la estrella televisiva quería imponerles a su hijo, quien nunca sería tan grande como su madre. Hoy es uno de los compositores de la nueva canción cubana más interpretados en Cuba e Hispanoamérica.
Cuando se integró al Movimiento de la Nueva Trova, como parte de una segunda promoción dentro de la generación fundadora, traía consigo, al lado del trovador, a su alter ego artista pop. Las incomprensiones y conflictos que dicha dualidad o “contradicción estética” acarreó solo consiguieron avivar el genio del cantautor, a quien nadie puede negarle la condición de clásicos de varias de sus composiciones, ya sean poéticas canciones trovadorescas o poderosas baladas pop.
Amaury resulta, pues, un artista de la frontera, del margen, de la ambigüedad y lo inclasificable. Esto lo convierte en un cantautor singularísimo, idolatrado o detestado, sin términos medios, que tiene de todos y a la vez es único, que no convoca a un pueblo, pero conserva un público numeroso y fiel.
“Estrella de la Trova” y “Poeta del Pop”, masculino y femenino (es Martí y también Loynaz), apolíneo y dionisíaco, Amaury Pérez es rebeldía.
Dos
Dos temas incluidos en su primer disco hubieran bastado para que su firma autoral quedara grabada entre lo más delicado de la canción cubana de todos los tiempos. Me refiero a “Acuérdate de abril” (que da título al LP) y a “Vuela, pena”, obra que ya había sido estrenada exitosamente por Omara Portuondo como parte de su repertorio inicial como solista.
Además, cuando terminó la década del 70, ya el cantautor había aportado a la discografía nacional dos materiales valorados por la crítica especializada como masterpieces: “Poemas de José Martí cantados por Amaury Pérez” y “Aguas”, disco que incluye la icónica canción “No lo van a impedir”, himno queer o patriótico, o las dos cosas y más.
Por otra parte, Amaury integra la lista de los compositores más populares de los años 80 gracias al encanto de sus baladas, popularizadas, sobre todo, por las divas pop de la época, especialmente por Mirtha Medina, cuya carrera se relanza a partir del aplauso de, entre otras, estas dos canciones del cantautor: “Caricias” y “Porque no me vas a querer” (a dúo con el propio Amaury), las cuales permanecieron semanas en la cima de las listas de éxitos. Valga agregar que en los “hit parades” también se han situado a lo largo de décadas temas cantados por él mismo, como “Hacerte venir” o “Encuentros”, por solo mencionar un par de ellos.
Dichas canciones fueron muy aplaudidas en memorables conciertos-espectáculos protagonizados por Amaury en los 80 y los 90. Constituyeron verdaderos derroches de creatividad y rebeldía, no solo en lo musical sino también en lo teatral y en el outfit del artista, que escandalizó a muchos por el color del vestuario, los aretes o el pelo. Se recuerdan especialmente estos dos: “Concierto ciudadano”, de 1998, donde el artista visual Waldo Saavedra vistió el Karl Marx con audaces decorados, y “Retrato de Navidad”, en el Teatro Nacional en 1994, fastuoso espectáculo que tuvo la osadía de traer de vuelta a los escenarios cubanos el repertorio navideño. De todo lo anterior se colige lo mucho que la cultura pop de este país le debe al cantautor.
Pero también le deben la poesía y la trova cubanas, porque Amaury es uno de los músicos que con mayor asiduidad y maestría ha musicalizado poemas de autores nacionales e iberoamericanos. Evidencia de ello son sus dos discos monográficos sobre José Martí y Dulce María Loynaz y otras tantas canciones como “Soneto”, popularizada por Ana Belén, con texto de Nicolás Guillén o “El vino triste” (“Ese hombre que entra al bar sin sombra que le ladre…”), a partir del poema de Armando Tejeda Gómez, versionada exitosamente por Danny Rivera. Resulta extraño que no haya musicado a Julián del Casal, porque el cantautor es, en varios sentidos, una suerte de Casal de la trova.
Por último, hay que subrayar el poder poético de sus propios textos, ora más “clásicos” o “arquitectónicos”, como “Para cuando me vaya”, ora “endemoniados” como “Danzón deseo”, cuya letra lo confirma como uno de los más sutiles cantores del erotismo en la Nueva Trova.
En resumen, con dos obras le hubiera bastado al dual Amaury Pérez Vidal para asegurarse un sitio privilegiado en la historia de la música cubana. Pero no hay que olvidar que, parafraseando a su amiga e intérprete Nacha Guevara, son mucho, mucho más que dos.