¿Cuántas veces deseamos no sentir dolor de muelas, de estómago o el simple pinchazo de una jeringuilla cuando requerimos algún tratamiento médico? Experimentar fracturas, quemaduras o cualquier otro perjuicio en nuestro organismo es siempre motivo de temor, angustia, tristeza, desesperación.
Pero, ¿cómo serían nuestras vidas sin sufrir dolores, si fuéramos insensibles a todo aquello que produce malestar o daño a nuestro cuerpo?
La analgesia congénita es una rara enfermedad que afecta a una persona en un millón. Fue descrita por primera vez en 1932 por George Van Ness Dearborn y aunque existen variantes genéticas en la mayoría de los casos se produce por una alteración en los canales de sodio del organismo, que son los encargados de mantener el potencial de acción y permiten conducir el impulso nervioso hasta el cerebro.
En realidad, no es que deje de sentirse dolor, sino que la persona no le atribuye significado sensorial alguno. Es por ello que quienes padecen esta enfermedad presentan signos de autolesión, heridas, laceraciones, mordeduras o múltiples fracturas.
Para el diagnóstico de este inusual padecimiento se debe tener en cuenta una historia detallada sobre alteraciones ante la percepción del dolor. En los bebés se puede detectar por mordedura de la lengua, los labios o los dedos o la insensibilidad a estímulos dolorosos como pinchazos. En el caso de los adultos por lesiones traumáticas repetidas incluyendo hematomas, dislocaciones o fracturas que pueden pasar inadvertidos por la falta de conciencia ante el dolor.
Lejos de ser atractivo el hecho de ser inmunes a sensaciones nocivas, la ausencia de lo que expertos llaman el quinto signo vital para responder a situaciones que ponen en peligro nuestra integridad física, nos situaría en un escenario altamente peligroso que podría hasta causar la muerte.
A pesar de ser una enfermedad poco común, hay ejemplos en varios países que le pondría la piel de gallina a más de uno. Desde niños que trabajan como faquires en circos o en las calles, hasta personas que de pequeños casi se comieron la mitad de su lengua o casi pierden una pierna a causa de tantas lesiones inadvertidas.
Aunque este trastorno no tiene cura, las personas que lo padecen pueden llevar una vida normal, siempre evitando riesgos y por supuesto contando con el apoyo de la familia y los amigos, ya que mayormente se detecta a una edad temprana y los padres pueden en algunos casos controlar las situaciones que pudieran considerarse de peligro.
Curiosidad: Hace varios años, algunas publicaciones digitales cubanas revelaron la historia de una adolescente de la Isla con analgesia congénita. Por aquel entonces Melissa, de 13 años ya había pasado por situaciones inimaginables para cualquier persona.
Magui, su madre, contaba en declaraciones a la prensa lo difícil que era evitar que se lastimara o que se automutilara cuando aún su hija era una bebé. Con solo tres años sufrió severas quemaduras en el abdomen al pegarse una plancha caliente y no sentir absolutamente nada, así transcurrían fracturas y golpes que incluso alguna vez la llevaron a un salón de operaciones.
Para evitar complicaciones futuras los médicos decidieron extirparle el apéndice a Melissa. Poco a poco ha aprendido a vivir con su condición y no le falta el apoyo de su madre y amigos.
Casos como el de esta joven existen en el mundo entero, algunos han tenido un final fatídico, otros luchan cada día contra la angustia de sentirse diferentes y ajenos al dolor.