Criticar siempre ha estado prefijado en la mente de cada cubano desde que nace. Somos criticones por naturaleza, ya sea por maldad, por envidia o simplemente por tratar de que a quien le espetemos la “burla” le salga mejor el futuro de su nueva empresa.
Sin embargo, tal característica de diferir –constructivamente o para mal– en cuanto a calidad de un servicio o algún bien, no siempre es positivamente acogida por quienes la reciben, y en ese preciso momento se convierten en un gato bocarriba para defender lo suyo.
No digo que esté mal la respuesta anterior a modo de reflejo condicionado, solo que en ocasiones estamos más pendientes y atentos a lo que potencialmente puede o intenta perjudicarnos, que a lo que hacemos mal o deberíamos rectificar para evolucionar en nuestros empeños.
Y lo digo porque en la mayoría de las veces no somos para nada receptivos con las críticas que nos hacen. Al contrario. Nuestra respuesta siempre está enfocada en “abunquerarnos” y defender a veces lo indefendible.
Pero no solo acaba ahí el asunto. Ante razonamientos válidos o en verdad explicativos, no tardamos en responder agresivamente cual estoque bravío; o peor, nos apegamos a las justificaciones o al conformismo.
Las posturas anteriores, en igual medida, tienden a encasillarnos en que nada está mal. Como resultado, no logramos comprender que “plantar un escudo” no nos permite ver la realidad objetiva, y mucho menos centrarnos en la búsqueda de soluciones a las dificultades reconocidas y planteadas por terceros.
Por supuesto, estas líneas no apuntan hacia el día a día de lo personal, sino más bien a funcionarios públicos; dirigentes de los distintos niveles, o en su última modalidad, a los dueños de pequeñas empresas privadas.
Tales figuras, por norma o mera inteligencia, deberían entender que los señalamientos duelen, pero más duele un trato, servicio o respuesta mal dada a quien solicita. Y como dijera nuestro General de Ejército Raúl Castro Ruz: “Es necesario mantener el oído pegado a la tierra”.
Sí, quizás alguien replique que en ocasiones los juicios o criterios esgrimidos pueden ser malintencionados o debido a alguna rencilla o envidia malsana; no obstante, de igual manera siempre deben escucharse y analizarse, pues parafraseando a Miguel de Unamuno, quien diga que lo sabe todo, absolutamente todo, imaginen lo tonto que será.
Lo cierto es que más allá de incomprensiones o desazones marcadas, raras veces el criterio popular suele equivocarse sobre determinados servicios o bienes ofrecidos.
Es ahí cuando debemos serenar la mente y pensar que, en ese preciso instante, no hay mayor daño que actuar a la defensiva, responder con tonos superiores o tomar contramedidas más nocivas aún.
Ante un escenario opinático adverso, la verdadera inteligencia y madurez radicarán entonces en tomar notas, conceder el beneficio de la duda y atender con visión certera los señalamientos.
Debemos ser, pues, intelectualmente superiores y sagaces para detectar cuál o cuáles son las razones que provocan los comentarios o sentires incisivos hacia nuestras gestiones o empresas, cualquiera que sea su naturaleza.
Luego, analizar el escenario real y tomar conductos sobre la veracidad de lo esgrimido serán entonces las cartas de triunfo.
Sucumbamos siempre ante la “humildad” de una crítica. Actuar a la defensiva solo arrojará sobre nosotros la infantilidad e incapacidad para no ver más allá de nuestras propias narices.
Responder y actuar de forma consciente ante algún daño personal o popular, correspondiendo siempre a los principios cívicos y de ciudadanía de nuestro país, será siempre visualizar un mañana más próspero para todos.