–Eh muchacho, tráenos refresco y tabaco –ordenó una pareja de guardias rurales a Dagoberto Rey Crespo Delgado, que apenas era un adolescente cuando comenzó a trabajar como dependiente en la humilde bodega de su tío paterno.
Trajo el pedido de inmediato. Vio como los sujetos saciaban su sed y se alejaban luego sin pagar su cuenta.
–Hagamos algo, tío, no se pueden ir así –reaccionó el muchacho.
–Tranquilo niño, eso corre por mi cuenta –respondió el bodeguero. –Con esa gente es mejor no meterse –agregó al tiempo que daba una palmada en el hombro de su sobrino.
Dago comenzó a albergar un odio terrible hacia los militares de la dictadura batistiana, quienes abusaban a diario de la población civil, apresaban, torturaban y mataban a jóvenes como él sin el menor escrúpulo; entonces se prometió a sí mismo hacer todo cuanto estuviese en sus manos para revertir la situación existente.
“Con la ayuda de mi tío arreglé una vieja radio a la que conectamos una bocina. El objetivo era reproducir la voz de Eduardo Chibás para que todos en el vecindario lo escucharan. No satisfecho con aquello, pensé que debía hacer algo más grande”, cuenta.
“Un día agarré una cadena y la lancé sin que nadie me viera contra unos transformadores eléctricos ubicados en la calle San Juan, provocando de esta forma un apagón que dejó sin fluido eléctrico a gran parte de la ciudad. Mi objetivo era que la gente supiera que la Revolución estaba viva”.
Tras mucho indagar, los hermanos Blanca y Carlos Hidalgo supieron que había sido Dago el protagonista de aquel hecho y lo convocaron a sumarse al Movimiento 26 de Julio.
–Nos hace falta un hombre como tú –le dijeron, y él se ofreció sin titubear para el traslado de bonos, armas, fósforo vivo y otros explosivos hacia zonas apartadas de los municipios San Luis y San Juan y Martínez.
“Aprendí mucho de esas acciones, sobre todo a ser disciplinado y discreto. Nos jugábamos la vida todo el tiempo”.
LISTOS PARA VENCER
Tras el triunfo de la Revolución comenzó a trabajar en el departamento de apremio del Acueducto de Pinar del Río y el 26 de octubre de 1959 se incorporó a las recién fundadas Milicias Nacionales Revolucionarias, brazo armado con el que la población defendería la soberanía nacional y las conquistas obtenidas.
“Integré el primer batallón de Milicias que se creó en Pinar del Río. Tuvimos un adiestramiento militar en Guanito y San Julián y rápidamente nos dispusimos a cumplir misiones de la lucha contra bandidos.
“Estuvimos primero en San Pedro de Mayabón, Matanzas. Allí se nos unió una compañía del Mariel compuesta por valiosos compañeros de los que guardo los más gratos recuerdos. Luego pasamos por Corralillo, también en la Atenas de Cuba, donde realizamos una operación conjunta con un grupo de la columna uno de Fidel. En ese sitio vi por vez primera al Comandante en Jefe. Su presencia me impactó muchísimo.
“De ahí salimos para el Escambray. Llegamos a la comandancia del Sopapo y nos distribuyeron por diferentes zonas de aquel terreno montañoso. Hacíamos emboscadas, avanzadas, dormíamos en la trinchera, sobre la tierra, cubiertos apenas por un nylon o unos trapos y en más de una ocasión sufrimos la pérdida de un compañero; pero nos sentíamos fuertes y listos para vencer”, asevera.
Meses más tarde retornaron a Pinar del Río, donde se habían articulado varias bandas contrarrevolucionarias como la de Cara Linda. Tras el rastro de los alzados recorrieron los senderos de La Mulata, La Machuca y Rancho Mundito.
“De este último sitio guardo una anécdota que pudiera parecer graciosa, pero me las vi negras en aquel momento”, se ríe y prosigue su relato:
“Era uno de esos días de temporal y yo debía alcanzarles la comida a las tropas. Los alimentos se transportaban en dos tanques sobre el lomo de un mulo; pero mientras cruzábamos un río perdí el control del animal, que fue arrastrado por la corriente casi un kilómetro cauce abajo. Finalmente pude rescatar el mulo; pero la comida se había arruinado por el agua. Así mismo debimos consumirla ya que no había nada más”.
Fueron años de un batallar intenso. La mayoría del tiempo se la pasaba lejos de la familia y las comodidades del hogar. Incluso el día de su casamiento vinieron a su casa a convocarlo para una movilización; pero esa vez se trató de una broma que sus compañeros idearon para mortificarle a la novia, Iluminada Miranda, que no estuvo tranquila hasta que lo vio presentarse, impecable como un pincel, en la ceremonia donde unirían sus vidas para siempre.
Dago evoca aquellos días con una claridad asombrosa para su edad y aprovecha esta entrevista que le hago para enviar un mensaje a los fundadores del Batallón uno de Pinar del Río:
“Los saludo y les transmito mi aliento para que se cuiden, pues todavía le hacemos falta a este país milicianos”.