Agosto terminó, fue el octavo mes de este 2020 y el quinto de la COVID-19 en Cuba. El rebrote de la enfermedad se adelantó semanas, la capital entra en un cierre total para contener el contagio, pero la gente parece no escuchar, la memoria colectiva se ha olvidado de los grandes números, de los peligros.
Los jóvenes representan hoy el número más alto de enfermos aún en la etapa que dictaba el Quédate en casa y son esos mismos muchachos los que recién se reincorporan a la vida escolar, al transporte público y de nuevo a la casa y la familia. Apelar a la conciencia, al temor a enfermarse, contagiar o morir no los ha mantenido lo suficientemente alertas ni ha despertado en algunos de ellos, el sentido de responsabilidad asociado a la prevención de esta enfermedad.
Muchos, y no solo los jóvenes, han sido imprudentes, descuidados y provocado un retroceso en el avance en el control de la expansión del coronavirus. El Gobierno y las instituciones realizan su labor sin descanso, pero sin la cooperación consecuente del pueblo, son solo un palo queriendo hacer monte cuando se necesita que cada quien plante su semilla.
Quizás porque a los más jóvenes les acompaña ese espíritu desafiante de rebeldía e imprudencia, es que los he visto el pasado sábado en la madrugada, en horas que han dictado toque de queda en la provincia, reunidos en lugares públicos. Observé grupos aislados, como clandestinos en las zonas más oscuras de la ciudad, como si su comportamiento desprendido de toda preocupación fuera el reflejo de una seguridad inexistente, de una comunicación familiar inefectiva que aún no alcanza a controlar los impulsos de la primera juventud, ni siquiera para hacerles entender que estamos hablando de salud, de sus vidas y de las nuestras.
Muchos hemos sentido deseos de liberar tensiones, salir, divertirnos como cuando no existía el virus pero nos contenemos, analizamos, nos abstenemos del esparcimiento que implique reunirnos porque luego, cuando los abrazos sean seguros, queremos estar para amar a quienes, como nosotros, han esperado el momento oportuno para hacerlo.
El comienzo del curso escolar, la integración de niños y jóvenes a los centros de estudio, se ha dictaminado en unas circunstancias de tensión y altísima responsabilidad contraída por las entidades educativas y gubernamentales encargadas de liderar este proceso. Sin dudas es una cuestión que inquieta a muchos y pone bajo presión al sistema de escuelas en Cuba para optimizar, como nunca antes, las condiciones higiénico sanitarias y el papel de guía que juegan en la vida de los estudiantes.
Este es un paso determinante que incorrectamente ejecutado puede ser desencadenante de un rebrote violento. Todos lo sabemos y sumarnos al reinicio de las clases representa un compromiso harto importante para con la seguridad de nuestros niños y jóvenes, no solo por la garantía que tienen que dar las escuelas, sino por el trabajo que desde la casa se debe realizar conjuntamente para prevenir un escenario desfavorable en un centro docente.
Si bien el final de este verano no ha resultado en la estabilidad epidemiológica que se esperaba, la reincorporación de los estudiantes a la vida pública constituye un reto para todas las regiones del país que echan a andar el proceso docente-educativo, las familias, las escuelas. Los resultados hablarán de la gestión de todos, de la imbricación que, como sociedad, seamos capaces de lograr para que nuestros niños y jóvenes, además de la garantía de la educación, también gocen de la alegría de permanecer sanos.