Por estos días las universidades pinareñas han graduado a nuevos profesionales. También, desde el mes de julio, más de 20 000 jóvenes en todo el país concluyeron sus estudios de técnico medio, una importante fuerza calificada para emprender las tareas que necesita la nación.
Para ellos inicia una nueva etapa llena de expectativas y retos en medio de un panorama marcado por la difícil situación económica que atraviesa la Isla, y que, entre otras razones, repercute de manera directa en los procesos migratorios.
Hace algunos meses el doctor Agustín Lage Dávila exponía, en un artículo publicado en Cubadebate, valiosos análisis sobre el crecimiento de la emigración desde Cuba, y especialmente el éxodo de jóvenes con nivel universitario.
Y no solo aludía a las raíces de este tipo de migración como la fuga de cerebros, también se refería a la mejora de salarios y de condiciones de vida, a la realización personal y mejores circunstancias para el trabajo científico.
Decía Lage Dávila que la realidad, aunque difícil de asimilar, es hoy un desafío que lejos de ignorarse debe enfrentarse con valentía e inteligencia.
A pesar de que el fenómeno siempre ha existido, la huella que dejará en el país en una o dos décadas será imborrable, sobre todo en la fuerza de trabajo calificada que debe impulsar el desarrollo económico, científico y hasta social del país.
Y aun cuando muchos de esos graduados que hoy emigran se desempeñan en oficios por debajo de sus capacidades intelectuales o académicas en los países que eligen como destino, la imagen de oportunidad sigue funcionando, aunque solo sea a nivel de imagen.
¿Quién va a trabajar en Cuba en los próximos 20 años? ¿Cómo revertir entonces el bajo índice de natalidad? ¿Quién cultivará los campos para producir comida?
Que un joven universitario, un técnico medio o un obrero calificado no vea en su país natal su proyecto de vida no es nuevo, pero que se haga recurrente resulta alarmante y sobre todo triste, y no solo para la familia que tendrá que asumir la distancia, sino para el Estado cubano que formó, educó y destinó recursos para hacer de ese joven un hombre útil.
No quiere decir que Cuba se vaya a quedar vacía, porque aún hay jóvenes que ven en su tierra el futuro para su pleno desarrollo profesional y familiar, a pesar de las limitaciones y las carencias económicas.
La cuestión va más allá del hecho en sí, va de encontrar mecanismos para enfrentar el fenómeno, como explicaba Lage Dávila, “mecanismos explícitos e institucionales como la expansión de la circulación temporal de profesionales, que funciona como contrapeso de la emigración permanente”.
La carencia de oportunidades que favorezcan el crecimiento profesional para crear un equilibrio entre remuneración salarial y capacidad intelectual golpean hoy la formación vocacional de los jóvenes cubanos.
Y si bien la escuela debe fomentar valores apegados al amor a la profesión, de nada valen tales esfuerzos si en el tránsito por el camino laboral no se eliminan obstáculos ni se acompaña o se estimula el talento y la capacidad.
Más allá de la influencia que puedan tener las actuales tecnologías de la información, la globalización cultural y los modelos de vida capitalistas en las nuevas generaciones, es indispensable que se ofrezcan oportunidades atractivas al crecimiento, en todos los sentidos, de jóvenes egresados de las instituciones educativas cubanas.
No es cuestión de obviar las limitaciones reales que tenemos, sino de demostrar que se puede cambiar, con hechos, la visión que se crean del profesional que se quemó las pestañas para, al final, ganar un salario que no le alcanza para lo más mínimo.
Los procesos migratorios siempre van a existir, son un derecho, y los motivos que los impulsan redundan, casi siempre, sobre las mismas necesidades humanas.
La nueva hornada de egresados universitarios y de la Enseñanza Técnico Profesional que por estos días inunda las publicaciones en las redes sociales le insufla nuevos bríos al desarrollo del país. En las manos de todos está saber aprovecharlo.