Hoy hace 485 días que los cubanos vimos asomar la COVID-19 a nuestra tierra.
Durante más de 11 000 horas hemos convivido con el maldito virus. Quizás nunca una palabra se ha repetido tanto en el argot científico, médico, periodístico, familiar, popular y hasta callejero.
Solo basta goglear en internet y en menos de 70 segundos cerca de 4 630 millones de resultados sobre este vocablo te son notificados.
Hoy la comunidad científica y médica está en función exclusivamente de poner fin a la pandemia, que ha cobrado cuatro millones de muertos a nivel mundial.
Las pérdidas económicas, humanas, psicológicas son, prácticamente, incalculables. Tardará tiempo para que la economía mundial recobre su brillo y muchas naciones no se recuperarán en décadas. Eso sin descontar que importantes virólogos aseguran que la COVID-19 no se termina este año y que las condiciones están creadas para que se repitan epidemias similares.
Todo ello nos obliga, porque no puede ser otro el término, a estar alertas, informados, ser disciplinados y consecuentes con el cumplimiento de las medidas y disposiciones que a nivel de Gobierno se pautan.
Está establecida una restricción de movilidad ciudadana. No es un capricho ni una imposición gubernamental. Es una necesidad, casi de vida o muerte. Salir de casa expone a quien lo hace y a la familia que queda puertas adentro. Llevamos más de un año promocionando un mensaje de bien público que dice Quédate en Casa.
Muchos lo han incorporado a sus rutinas, lo hicieron suyo y actúan en consecuencia. Otros hacen caso omiso, cierran los ojos y aventuran las piernas puertas afuera.
Lo anterior se corrobora diariamente, basta solo hacer un recorrido por la ciudad y los repartos para percatarnos cuán difícil es que las personas entiendan la urgencia del momento que vivimos.
Guerrillero hizo un periplo esta semana por los barrios, y aunque en honor a la verdad hubo muchos lugares donde parecía que entrábamos a calles en toque de queda, que se respiraba disciplina, sensibilidad; en otros sitios como los repartos Hermanos Cruz y Raúl Sánchez, por ejemplo, bastantes habitantes parecen estar totalmente desconectados de la realidad dramática y compleja que vive Pinar del Río.
Es común que todos los días el fútbol reúna a más de una veintena de jóvenes en diferentes lugares de estas comunidades. Se practican deportes al aire libre, sin temores, con roces, sin medir consecuencias. Se toman bebidas y se hace vida social como si estuviéramos en el 2019. No son pocos quienes persisten vivir en una burbuja y no abandonan su zona de confort.
También niños y adolescentes, sin el más mínimo control parental están en la calle jugando. No importa que sean las ocho de la mañana o de la noche. Lo que toca es “fiesta”, como argumentan algunos.
Cuando los números empiecen a subir más -ojalá y así no sea- estaremos entonces cambiando de escenarios, las risas serán trastocadas por lágrimas y la reflexión al interior de cada hogar tomará otro matiz. Antes que eso suceda es mejor compartir, en familia, algunos apuntes sobre movilidad. Es mejor la quietud.
Es muy cierto lo que recoge el artículo sobre la movilidad, pero al parecer se ha perdido la cuenta del inicio de ésta medida, pero por favor qué tiempo llevan encerrados en sus casas los que disciplinadamente se acogieron a la medida desde su inicio? Será qué acaso se espera a que el COVID.19 se erradique por completo? La complejidad en su transmisión y efectos sobre el ser humano ha demostrado que pudieran tenerse en cuenta otras causas, como la desinfección de parques, aceras, tiendas, calles etc, no ajenas a las formas de contagios actuales y más si existen ya casos positivos en los hogares.