Hace casi 40 años que en Sabanalamar se cría y se protege al cocodrilo americano (Crocodylus acutus), y desde el 2001, por acuerdo del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros, nació allí una reserva florística manejada que, junto a 11 proyectos de conservación, convierten las 5 280 hectáreas que abarca en un tesoro natural del suroccidente pinareño.
Sorprende asomarse a una porción de este sitio. No solo por el impacto que causa la imponente figura de los reptiles, sino por los valores que a simple vista se esconden tras una rica diversidad de la flora y la fauna autóctonas.
Lázaro Hernández García es jefe técnico del área y especialista en plantas amenazadas. Al dedillo domina los valores locales que alrededor de 70 trabajadores defienden cada día.
Cual enciclopedia viva nos cuenta que los pinares sobre arenas blancas, las comunidades de agua dulce, los ecosistemas de manglares y los bosques siempre verdes y semideciduos son las principales formaciones boscosas del lugar.
Durante el recorrido advierte que el área incluye cerca de 430 especies vegetales, 14 de ellas endémicas locales y 47 en peligro crítico.
“La mayoría de nuestros esfuerzos, estrategias y contribuciones a la conservación las encaminamos hacia esas especies. Además de la protección del acutus americano, desarrollamos varios proyectos que incluyen la señalización con fechas históricas, la restauración de ecosistemas de manglares, el manejo y control de las especies florísticas invasoras, medidas contra incendios, monitoreo de aves migratorias y residentes…”, explica.
Unos 68 trabajadores, en su mayoría de la comunidad, laboran en el área protegida San Ubaldo-Sabanalamar, y aunque algunos llevan más de 10 años en el criadero, incluso aún permanecen fundadores, se han sumado jóvenes con el interés de seguir la tradición de proteger el área.
EXCLUSIVIDAD PARA EL ACUTUS
Dicen sus compañeros de trabajo que Israel Pérez Pérez es quien más le sabe al cocodrilo en el occidente pinareño. Casi 14 años lleva como técnico especializado en estos animales.
Sobre una estructura de madera, cerca de la laguna de reproducción, responde cada inquietud de quienes, desde una altura prudencial, observamos a una decena de hembras que reposan a la sombra.
Actualmente tienen en el criadero unos 525 cocodrilos de diferentes tamaños. El ejemplar más grande mide 3.55 metros y el más longevo posee más de 50 años.
“Las hembras ponen alrededor de 20 a 68 huevos de un solo golpe, una vez al año, luego los recogemos y los llevamos para la incubadora, una especie de canteros donde los depositamos a unos 20 centímetros de profundidad, hasta que eclosionan entre 85 y 90 días”, cuenta Israel.
Recorremos los diferentes estanques y cubículos donde permanecen amontonados de acuerdo con su talla (para evitar el canibalismo), muchos inmóviles durante horas con las fauces abiertas para regular la temperatura de su cuerpo.
Pero el talón de Aquiles de Sabanalamar es el agua. A pesar de que tienen cuatro pozos perforados, esperan por la reparación de una bomba sumergible. Eso, unido a la sequía, hace que hasta mantener la laguna de reproducción tal y como la necesitan, sea un reto.
Israel remarca la importancia de conservar la especie en cautiverio, pues aunque pueden vivir casi un siglo, solo uno de 100 cocodrilos sobrevive en vida libre, un hecho que lo provoca especialmente la mano del hombre y su caza indiscriminada por las pieles y la carne.
CONSERVAR LO AUTÓCTONO
Tres microestaciones conforman la reserva florística manejada San Ubaldo-Sabanalamar. En medio de aquel pinar de arenas blancas, Lázaro muestra con orgullo un microvivero donde reproducen especies autóctonas de la localidad que luego reintroducen al medio natural.
“Son plantas que en su medio tienen muy pocos individuos. Algunas son endémicas estrictas de un área y de esta manera conseguimos devolverlas e incrementar la cantidad. Por ejemplo, de la plinia orthoclada, endémica de esta zona, teníamos solo cuatro ejemplares cuando iniciamos el proyecto, y ya hoy contamos con más de 600. Al igual que aquí en Sabanalamar, lo hacemos en Santa Teresa y San Ubaldo con las especies autóctonas de esas localidades”, refiere.
Lázara Porras Izquierdo, por su parte, atiende el proyecto de Educación Ambiental y lo trabaja con 120 alumnos de escuelas del municipio de Guane y Sandino, y un círculo de abuelos. Próximamente pretende incorporar a interesados de los centros de trabajo aledaños y a personas en situación de discapacidad residentes en Sábalo.
Igual importancia le concede al monitoreo de aves, sobre todo las acuáticas, las residentes y migratorias.
“Este año la entrada de aves migratorias fue muy escasa debido a la sequía, pero siempre vienen pelícanos, bijiritas, zorzales y pitirres. De las residentes tenemos el zunzún, el tocororo, el carpintero… Monitoreamos la nidificación de otras como los cernícalos y los sijúes y contamos desde el 2018 con dos colonias de garzas ganaderas y azules”, cuenta la especialista.
DIVERSIFICAR OBJETIVOS
Preservar la flora y la fauna en Sabanalamar no es el único propósito. Raidel Moreno Cabrera, el joven director del lugar, alega que apuestan por diversificar su objeto social también hacia la producción.
Es por ello que desde hace un tiempo se dedican a la cría de cerdos silvestres, a la producción de guano y marmolina, incursionan en la avicultura con alrededor de 100 gallinas camperas y prevén incorporar jutías.
“Iniciamos con esa cantidad de gallinas, pero pretendemos incrementar al doble. El objetivo principal es primero tributar a un proyecto de desarrollo local del municipio de Guane y que podamos venderle, incluso, los huevos a la población, además del autoabastecimiento a nuestros trabajadores, por supuesto”, destaca Moreno Cabrera.
Adentrarse en Sabanalamar, justo antes de llegar a la playa Bailén, es una oportunidad que se convierte en privilegio de quienes vivimos en esta parte de la Isla. Aunque sus valores naturales se esconden a simple vista, están allí como recordatorio constante de no perder la joya que tenemos.