La COVID-19 ha reajustado nuestra percepción del mundo y las relaciones interpersonales. Muchísimos individuos han confiado en el arte para salvarse del estrés provocado por el confinamiento e internet ha servido para la búsqueda y divulgación de contenidos, conciertos, sitios y grupos patrimoniales, así como a la reflexión sobre fenómenos artísticos.
Sin importar la nacionalidad o la generación etaria, cada persona desde la comodidad de su hogar puede disfrutar de los beneficios de la cultura digitalizada. Libros, música, exposiciones virtuales, cursos y talleres sobre diversas materias están al alcance de un clic.
Si bien ya existía ese conjunto descentralizado de redes de comunicación interconectadas que es internet, aprendimos a emplearla con asiduidad para la promoción del suceso artístico. De hecho, en la actualidad en las redes no aparece solo la noticia del acontecimiento cultural sino la obra en sí.
Para los artistas significa llegar a más públicos, agenciar múltiples posibilidades de contactos, gestionar nuevos proyectos, audiencias, crítica especializada, mecenazgo. Internet proporciona una libre accesibilidad a la cultura y también una disponibilidad de herramientas para la ejecución de la obra de arte y su divulgación.
Hoy, un vasto número de programas y aplicaciones digitales posibilitan la autoedición de música, videos, la realización de dibujos y la experimentación fotográfica, lo cual simboliza el creador produciendo desde su zona de confort, anulando los espacios tradicionales de circulación de la obra de arte. Representa además artistas convertidos en curadores, mecenas, productores, promotores, editores, diseñadores, realizadores audiovisuales al servicio de una producción cultural multidisciplinaria.
Tampoco es extraño que de este nuevo escenario surjan creadores. El manejo psicológico individual de la pandemia estimula la creatividad dormida. Los incontables cursos en línea para el aprendizaje de los instrumentos musicales, la danza, las artes visuales… anima el estudio autodidacta.
La explotación máxima de las plataformas digitales por el confinamiento derivó en un cambio de estrategias de las instituciones para acercarse a los públicos.
Los grandes museos de arte universal ofrecen visitas virtuales ante el cierre de sus espacios físicos. Otros, imparten cursos gratuitos sobre arte, moda, pintura… durante el año. Las bibliotecas internacionales más prestigiosas presentan su invaluable colección de libros y documentos digitalizados, también sin costo alguno. Ello deviene oportunidad para el conocimiento ilimitado, para el viaje de la mente, el descubrimiento y el ocio.
Se ha roto la barrera sociológica entre el arte y las personas que no lo consumían, ya que esa porción poblacional recibe, al menos pasivamente, constantes informaciones de índole cultural mediante las redes sociales. Ya “el no interesado” no tiene que asistir a una galería, un museo, un teatro: tiene la obra en su teléfono a su disposición.
Eso sí, a los medios de comunicación, promotores e instituciones les corresponde velar por la formación de un consumidor crítico y por el respeto a la diversidad cultural, en medio de los tsunamis de contenidos publicados en línea.
De algo estoy segura: la COVID-19, sin proponérselo, ha generado un arte pandémico; quiero decir, un arte extensivo a nivel global, que defiende los valores humanos, la imaginación, el ingenio, la fraternidad. Ha probado nuestra capacidad de reinventarnos, de enseñar al otro y compartir conocimiento.
En adelante, la exhibición, promoción y comercialización de la obra tendrán una dinámica naturaleza digital.