Una mujer violentada, tan solo una, es una derrota. Con esta óptica se debe trabajar el tema, un fenómeno que constituye una problemática a la que hay que darle todavía más atención y tratar de que se cumpla lo que está estipulado.
Por este motivo, nos impresionó, de forma positiva, que de las tesis defendidas por una de las graduadas en este curso en Gestión Sociocultural, se escogiera este tema, precisamente, en uno de los consejos populares de la ciudad pinareña, caracterizado por un ambiente normal y no proclive a la violencia.
La investigación, que se orientó a un plan de acciones socioculturales con un carácter preventivo, educativo e instructivo, a mi modo de ver, reflejó que el fenómeno de la violencia hacia las mujeres está presente, aun en uno de los barrios más tranquilos, y a pesar de lo mucho que se ha avanzado en las últimas décadas en cuanto a la preocupación por parte del Estado y en materia legal y jurídica.
Escuchar sobre el tema, nos hizo reflexionar un poco sobre cómo detrás de las puertas de un hogar, aparentemente tranquilo, puede existir una mujer violentada, casi siempre por su pareja, aunque no es exclusivo, pues puede ser por otro pariente, por lo que las acciones preventivas en las comunidades deben ser más consecuentes, creativas y sistemáticas, todo en aras de ganar en efectividad.
La violencia hacia la mujer en Cuba, como en otros países de la región, está marcada por el arraigado machismo, imposible de erradicar del todo, y por las culturas patriarcales, tal vez por eso la experiencia de los años nos ha enseñado que los casos que llegan para ser atendidos a instancias de las Casas de orientación de la mujer y la familia y a las autoridades policiales no son ni remotamente representativos, sino que casi siempre son los más aparatosos o los más desesperados.
La violencia hacia la mujer existe, ojalá fuera un juego, pero no lo es. A veces predomina el concepto de que si no hay como resultado una cara sangrante o un buen morado en el pómulo no hubo violencia, pero para ser consecuentes y realistas, los maltratos psíquicos, sexuales y económicos pueden ser tan o más agresivos que un buen puñetazo por un ojo.
En Pinar del Río, como en el resto del país, las Casas de orientación de la mujer y la familia trabajan en el tema de forma instructiva y educativa, también atienden y orientan a las féminas que son violentadas; no obstante, en el tratamiento de este fenómeno aún falta ganar en el fortalecimiento del trabajo entre los factores, en los que se incluyen las autoridades policiales.
No es un secreto que hay tipos de violencia que pasan por cotidiana y por normal, tanto para las víctimas como para el entorno que los rodea, las cuales se manifiestan en gritos, amenazas, ofensas, coerción, prohibición…
Las causas, además de las que se sustentan en las condicionantes históricas, se basan y agudizan en el difícil contexto económico que atraviesa el país, que hace a las féminas más dependientes.
Un elemento a tener en cuenta es que hay víctimas que le tienen miedo al abusador, por lo que no hacen las denuncias; otras, las hacen y luego las retiran, entonces habrá que preguntarse el porqué, en qué fallamos y cómo revertir esta situación.
Sabemos que aún nos falta mucho en este tema, sobre todo desde el punto de vista preventivo. Una manifestación de violencia puede comenzar por un insignificante grito, luego un golpe, y luego, y luego… hasta el día que culmina en un feminicidio.
Nos toca como sociedad, principalmente a las instituciones involucradas, seguir el comportamiento del tema, no menospreciar a las mujeres violentadas, protegerlas del agresor, aplicar las leyes como están legisladas, concebir y fomentar la prevención desde el barrio y con la participación consciente de todos y cada uno de los integrantes de la comunidad.
No basta con la respuesta judicial ante casos de violencia, sino que es necesario seguir fomentando una educación que desafíe los estereotipos de género y promueva relaciones basadas en el respeto y la igualdad.