Aumento de la incidencia, gravedad y letalidad de la COVID-19, anuncio de nuevas cepas y, aún así, sigue sin resplandecer la disciplina, responsabilidad, autocontrol y compromiso cívico de la ciudadanía.
Más regulaciones se dictan por las autoridades en pos de velar por la salud, a lo que algunos responden con indolencia, y olvidan que en este país, como en pocos, la vida tiene prioridad y la voluntad política se pone, con todos sus recursos y energías, en función de cuidarnos, aunque para ello se tengan que adoptar medidas de descontento.
A 15 meses de la llegada de los primeros casos al país, hay verdades en el orden de lo sociocultural que se han de estimar para enfrentar el coronavirus y conducirnos hacia la sociedad instruida y próspera a la que aspiramos. Dentro de ellas, una en particular resalta avalada por las aglomeraciones de personas que se concentran cada día en las calles, al tiempo que Francisco Durán anuncia más de 100 casos en la ciudad: cuando la necesidad material pulsa, se sale a satisfacerla, sin estimar riesgos y consecuencias.
En la panorámica actual, restricción de movimientos en horario nocturno y pases de movilidad coexisten con llamados de instituciones a asuntos aplazables, fotos en las redes virtuales con eventos, celebraciones de fechas, firmas de convenios, actos, encuentros, homenajes y surtidos de productos de alta demanda en las tiendas, paradojas que restan fuerza a la causa por la que estamos confinados, a una altura en la que hasta un neonato sabe que la COVID-19 tiene idéntica posibilidad de transmisión en una fiesta familiar o en una reunión.
La dinámica del momento nos demuestra que entre blanco y negro hay que optar por variedades de tonos y cada norma debe adjuntar el tratamiento a las excepciones, necesidades y realidades específicas, concretas. Lo que puede ser una gran solución para unos, se convierte en problema para los que carecen de posibilidades o recursos que precisan el acatamiento a lo establecido.
Ejemplos cotidianos traducen el trabalenguas. El comercio electrónico, facilidad de toda sociedad que pretenda el desarrollo, se ha instalado como práctica habitual para la gestión de artículos e insumos del hogar. Se agradecen las plataformas para las compras y el pago de servicios básicos como la electricidad, telefonía, gas y otros. Hasta los más recalcitrantes con las fallas del sistema virtual o el servicio lo siguen usando, porque la comodidad de satisfacer necesidades desde el sillón de la casa –además de la protección que ofrece frente a la COVID-19– no puede opacarse con ningún argumento que intente sustituirla por cola, sol, caminata, calor.
Tuenvío abrió el camino para algunas familias. Decir que no sirvió es un criterio vacío, como también lo es edulcorarlo como alternativa de gestión para la población, porque tener celular con prestaciones, internet, telebanca, tiempo de sobra para el intento, capacidad y edad para operar la tecnología y dinero en la tarjeta es un horizonte utópico, todavía bastante alejado de la realidad del pueblo.
Aplaudibles todas las alternativas de comercio electrónico. Criticable cuando las dejan como única opción, sobre todo en un país con población envejecida, que llegó tarde -y pobre- al mundo de la virtualidad, empujado por los miedos y tensiones que nos dejó aquí la crisis mundial y el coronavirus.
Estas líneas las inspiran historias reales y sé que, no por pura coincidencia, tendrán semejanzas con otras cercanas o propias. En días pasados un señor, que impresionaba campesino y mayor de 70 años, fue a comprar un sombrero y en la tienda, con camaradería agotada, lo remitieron a la aplicación EnZona como única opción para adquirir el producto. No dijo nada el anciano, pero quienes vivimos la escena pudimos notar su confusión, dejándole como única certeza la de no saber nada, no entender nada, no poder hacer nada. Sin sombrero y para su casa no puede ser la salida para personas en condición de desventajas que incluyen la económica, generacional, habitacional y tecnológica, por citar algunas.
Por otra parte, una mujer que conozco, trabajadora del sector no estatal y con cuatro hijos, después de hacer el gran esfuerzo por regalar a su primogénita quinceañera un álbum de fotos, se ilusionó, peso a peso de su salario, en poner la ampliación de la niña en la sala de su casa. Con suerte encontró el marco que imaginó y, con la misma suerte, le dijeron en el local: “La venta del cuadro es para empresas”.
¿Qué empresa tiene quien trabaja por cuenta propia? ¿Qué posibilidad? ¿Cuál es el pretexto para el dogma? Oportunismos escondidos están siempre detrás de cada extremista. Se elogian los accesos que algunos empleados pueden tener a través de las compras que han gestionado los centros de trabajo, pero se sabe que hay productos que se adquieren con esta oportunidad que se usan para lucrar, cuando son necesarios y extinguidos de las redes de acceso popular. En esa variante de comprar a sobreprecio pensó, sin derrotarse, mi conocida para tener su ampliación en la pared.
Así las cosas, y con esta experiencia acumulada, valdría la pena revisar asuntos de esta índole en pos de las intenciones por elevar calidad de vida, justicia social, desterrar el extremismo, poner el país a disposición de todos. Que la pandemia impone una coyuntura singular estamos concientes, pero presentarla como pretexto debe estar amparada por contenidos y sentidos que sean comprensibles para cualquier edad, escolaridad o procedencia.
Una de cal y otra de sal necesitan estos tiempos de regulaciones y controles. Inaceptable sería el retorno al extremismo, en querer pasar todas las realidades por el hueco minúsculo de la misma aguja. En circunstancias como estas, un ojo en el pueblo, sus resistencias y luchas y el otro en la forma en que las regulaciones se piensan, interpretan e implementan, puede acercarnos al objetivo que nos convoca a todos: el bienestar de nuestra gente.