Este no es un tema nuevo, ni mucho menos atractivo para la mayoría de las personas, pues el uso correcto del español no es algo que levante o encienda pasiones, salvo en los que nos dedicamos a ello o a los pocos padres apasionados que quedan.
Personalmente me resulta contradictorio, porque creo que no existe algo más sexy que la escritura correcta, sin faltas ortográficas, sin atropellos al lenguaje más allá de todos los neologismos existentes.
Vaya, que por decirlas todas, una campaña por la buena ortografía debería ponerse de moda como las prendas de SHEIN.
Una grafía limpia de “horrores” es algo que se echa demasiado en falta en estos tiempos. Más que una asignatura pendiente, es ya un mal crónico, entronizado.
Y lo digo precisamente, porque con el florecimiento del comercio popular, las mipymes y demás negocios o timbiriches privados, cada vez es más frecuente encontrarse desde palabras hasta oraciones mal escritas en las tablillas de precios.
De esta forma, a las habichuelas se les pierde la h –que no por muda deja de ser esencial–, arroz terminado en s, palabras con mayúsculas cuya primera letra no acentúan y otras barbaridades. Eso, para no hablar de las oraciones mal puntuadas con sentido inverso como el “hay picadillo de niño” en nuestras bodegas, y “se vende perro dóberman, come de todo, le encantan los niños”.
Aunque a muchos les resulte risible lo anterior, el asunto es un tanto más serio.
Así, día a día, letreros, anuncios y carteles nos bombardean la psiquis y nos violan literalmente nuestro sentido de la vista, haciéndonos dudar, incluso, hasta a quienes vivimos del español.
Sería –aunque excesivo– interesante contar con una entidad regulatoria que impusiera multas y retirara carteles… pero ya sabemos todos cómo va el tema de los inspectores. Dejémoslo ahí.
Algo importante, y contrario a lo que se piensa, no es solo la escuela y el sistema de Educación los que deben corregir el mal. A mi modo de ver, es la familia quien mayor peso tiene en esto.
Por otro lado, la cultura actual no es que tampoco ponga de su parte, todo lo contrario. La vulgarización sonora, a través de cantantes famosos y líricas populares, ha llegado para poner la tapa al asunto.
Me inclinaría a retar al más pinto a transcribir algunas de las canciones de reguetón o pop del momento. Y no a transcribirlas, sino a redactarlas bien. Eso, si logran entenderlas primeramente.
Por otra parte, este problema se torna siniestro cuando nos adentramos en las redes sociales, en las escrituras abreviadas de los sms para ahorrar caracteres y tiempo, o en los mensajes de las multiplataformas digitales a través del teléfono móvil. Ejemplos sobran.
Ya lo comentaba en líneas anteriores, el florecimiento de emprendedores y ventas populares de productos con nombres extranjeros también ha llegado para terminar de echar por tierra nuestro sentido ortográfico. Para sintetizar, si colosales problemas tenemos ya con el español, imagínese usted cuando se escribe en idiomas foráneos.
La buena ortografía no es siquiera un problema de buenas normas, sino un asunto de carácter y de respeto personal. Imaginemos a profesionales de la Salud o del propio sistema de Educación –que abundan– con este mal… ¿sería fatídico, verdad? Desconfiaríamos hasta del diagnóstico del primero, y cambiaríamos de aula a nuestro hijo en el caso del segundo.
Para terminar esta arenga impresa, les comparto la anécdota de un amigo cercano que al hacer sus compras online desconfía de aquellos que no escriben bien lo que ofertan, al punto de no comprarles por imperante que le sea tal adquisición.
Hoy mi amigo, lejos de su trastorno obsesivo compulsivo, tiene un serio problema, y grita al viento, mientras intenta hacerse con un paquete de “moyejas” : “!Ay Cervantes… no rencarnes para que veas cosas!”.