Siempre el 24 de febrero marcará referencial hito para cualquier y todos los días del calendario
Ejemplos acerca de dónde beber (hoy, mañana, siempre) para jamás hincar sumisa la rodilla, la historia de Cuba puede ofrecer tantos como deseemos a las actuales y futuras generaciones.
Ahí están Hatuey, indoblegable entre las llamas de la hoguera; un adolescente llamado José Martí, más duro que los maltratos del presidio en las canteras; Céspedes, afirmando que Oscar, su retoño vilmente asesinado, no es su único hijo porque lo son todos los cubanos que han muerto por la libertad; Gómez, idéntico ante la saña con que le asesinan a su adorado Panchito; Mella, convertido en una bola de… hombre mientras el corazón simula detenerse; Abel Santamaría, mirando al futuro con más visión y dignidad que quienes le arrancaron los ojos para que traicionara…
También el 24 de febrero marca referencial hito para cualquier y todos los días del calendario.
Año 1895. Si los hombres duros de verdad (Martí, Gómez, Maceo…) se «marean» por la desunión que puso fin a la Guerra de los Diez Años, o por el golpe que significó la confiscación, por parte de Estados Unidos, de tres barcos con armas y pertrechos para reiniciar la Guerra Necesaria contra la Metrópoli española en Cuba, la historia fuese una vergüenza.
Pero ya Martí había fundado un señor Partido Revolucionario Cubano (precisamente para unir, como su órgano: el periódico Patria) y, en derroche de discreción e inteligencia, envió hacia la Isla la orden de alzamiento.
España debe haber quedado estupefacta. No fue solo Baire. El Grito (así, en mayúscula) sacudió a numerosos puntos, sobre todo del Oriente cubano, incluidos algunos en Matanzas y Las Villas. ¿Quién habría osado decir que todo estaba perdido?
Semanas después, como obran los grandes, desembarcarían por Playita de Cajobabo Martí y Gómez, en lóbrega noche, a remo sobre un bote. Quien arenga debe encabezar. Hermosísima lección para todo el que dirija… al menos en Cuba.
Claro que aquel 24 de febrero nos viene como anillo al dedo hoy. No para alzarnos contra nosotros mismos (por todas las calamidades que nos amontona el odio visceral de la política estadounidense, sin ignorar lo que bien no hemos hecho), sino contra todo lo que sutil o abiertamente busca dividirnos, fraccionarnos, debilitarnos, enfrentarnos como si no fuésemos todos hermanos, una misma familia, bajo un mismo techo y patio.
Para desquitarse «lo de Baire», Valeriano Weyler aplicó una brutal reconcentración humana, en campos que perfectamente pudieran ser el embrión de los diseñados luego por Hitler. Enfermedades, hambruna, sufrimiento extremo, muerte… nada de ello pudo doblegar al cubano; todo lo contrario. Gracias historia, caramba.
Sería una superficialidad imperdonable subestimar la situación muy compleja que atravesamos hoy, en medio de la «reconcentración» (aislamiento, asfixia) que con nosotros sigue intentando el imperio.
Mi pregunta es si vamos a rendirnos, a dejar que se nos doblen las rodillas, por los efectos de la falta de combustible, la obsolescencia tecnológica o la insuficiente capacidad generadora, consiguientes apagones, escasez como nunca de alimentos, precios que irrespetan al salario honrado y otras tantas adversidades, incluido el son que no pocos quieren bailar sin sudar la camisa ni aportar.
No es sensato, lógico, saludable ni justo con nuestra propia historia ni con aquel divino 24 de febrero, fecha no por gusto escogida muchos años después (1976), para proclamar la Constitución de la República de Cuba y para refrendar, de Punta a Cabo, en 2019, la Carta Magna que hoy nos cobija.