Aunque a veces algunos “aseres” nos compliquen la siguiente afirmación, la realidad factible es que somos seres racionales por naturaleza, gracias, en gran parte, a la evolución de nuestra especie.
Sin embargo, hay ocasiones en las que con el actuar tendemos a “comernos el millo” o “asamos la manteca”, por decirlo de alguna forma, pues generamos o somos protagonistas indiscutibles de desaciertos y barbaridades.
Parecerá un trabalenguas, pero lo cierto es que también está en la naturaleza humana el ser insensatos en ocasiones puntuales, cuando no pensamos mucho más allá que en la simple solución de un problema menor.
Por supuesto, tal ligereza de pensamientos o perezas neuronales, al final terminan pasándonos factura. Responsabilidades propias por las cuales más tarde nos quejamos o reclamamos a terceros.
Mis líneas de esta semana están dedicadas precisamente a eso, a las molestias que por flojera o comodidad provocamos de forma “inconsciente” y de las cuales más tarde no queremos ser ni parte ni protagonistas en su solución.
Siendo más específico, hablemos de la basura, o mejor aún… de los basureros. Hablemos de esos pedazos de tierra hastía, de esos terrenos de nadie, donde cada uno de nosotros va presuroso, sigiloso y confiado a volcar lo peor de nuestra especie, si de desechos se habla.
Al comienzo de estas líneas hablaba sobre lo insensato que podemos llegar a ser, pues a pesar de que sabemos las consecuencias y daños que puede acarrear un basurero mal situado, aun así elegimos siempre un lugar poco propicio para ello. Incluso, en sitios donde expresamente existe algún cartel que lo prohíbe.
¿Será que lo hacemos por puro vicio, por el morbo de violar lo establecido, o porque en realidad nada nos importa y nos creemos impunes? Sería interesante plantearnos esta interrogante.
Puede resultar, inclusive, que vas caminando por una calle cualquiera, y de pronto… ¡zas! Jaba de nailon que pasa volando frente a tus ojos, ahí, a plena luz del día y con total libertinaje.
Todo ello mientras que su “lanzador” o algún vecino farfulla “¡Como está ese basurero!”. Increíble, pero cierto.
También al inicio acuñaba el término de “basureros andantes”, no solo por la capacidad y facilidad que tienen estos nichos de podredumbres de “caminar” y extenderse más allá de su locación inicial, sino también la de extinguirse en una esquina y resurgir en la otra contigua.
No solo son los espacios citadinos o provincianos los que sucumben a este mal, no, pues en nuestra condición de individuos pensantes también provocamos ambientes similares en zonas y localidades costeras, o allí donde la naturaleza pecaba de exuberante.
Quizás alguien pudiera decir ante un llamado de atención o la posible aplicación de un decreto “Cuánto alboroto por una jaba, por algunos pedazos de escombros y algunos papeles y cartones viejos”.
Pero es que ese es el punto. Si cada uno de nosotros pensara de esa manera y arrojara en la esquina lo que considere un simple desecho, no serían solo mis impurezas y las suyas las que empañen la avenida. Sí, por una simple jaba hoy y un cartón mañana, suele comenzar el problema.
De forma personal, he abogado en muchas ocasiones por acciones radicales sobre el tema del arrojo de basura en lugares no aptos. Otras tantas he optado por requerir a esos “lanzadores” que pasan a pie o en bicicletas.
Debo admitir que esto último, hasta la fecha, no me ha generado ningún beneficio. Ante los correctivos, mis homólogos “racionales” han optado por levantar una mano encima del hombro de vuelta a la espalda, o recurrir a improperios.
Por ende, soy del criterio de que solo con mano dura este asunto podría resolverse. Y no lo digo yo. Piense que haría si una de estas tardes le imponen a usted, amigo lector, una multa de 1 000 pesos por arrojar un papelito en mal lugar.
Sería una medida muy drástica, pero, ¿quién sabe?, quizá sería la mejor solución. Estaríamos seguros, usted y yo, de que lo pensaría dos veces la próxima vez.
Por supuesto, para esto el sistema tendría que ser férreo e inmutable. Evitar que el amiguismo se interponga para quitar dicha multa, y que los inspectores no se hicieran los de la vista gorda como hasta ahora, sería un buen primer paso. Pero ya eso sería tema para otra edición.
Mientras, pensemos que en realidad un mundo más limpio puede ser posible. No le dibujemos pies a la basura.