Los jóvenes de hoy hubiesen hecho lo mismo que la generación del Centenario para derrotar a Batista, quien se codeó de los más grandes asesinos en su empeño de someter al pueblo. Un miembro de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana (ACRC), víctima de aquellos abusos, testifica.
Fulgencio Batista para realizar la inhumana misión de balacear, ahorcar, torturar y ultimar tenía sus hombres, un grupo bien selecto con estrellas en las hombreras que se distinguieron en la ejecución a sangre fría a sus víctimas; estos secuaces, también contaban con una legión de subalternos expertos en inventar martirios, pues se habían graduado en la universidad del crimen. Algunos de ellos pagaron sus culpas. Otros huyeron como ratas a la víspera de la Revolución triunfante.
ALGUNOS MATADORES
Orlando Piedra Negueruela: fue jefe del Buró de Investigaciones. El edificio que fuera sede del Quinto Distrito Militar se había convertido en una verdadera fortaleza con alambradas electrificadas como en los campos nazis y unas mazmorras donde los esbirros tenían sus salas de tortura. Fue tan sanguinario como sus colegas Ventura y Carratalá.
Pilar García: Poseía alma de asesino. En Matanzas escribió páginas de terror e implantó lo que se llamó “método García” que consistía en el asesinato por la espalda. Dictaba órdenes para exaltar a sus propios hombres. “No me consulten nada”. “M”, “M” y repetía sin cesar la inicial fatal: “Muerte”. Este generalote, matón de gorra galoneada huyó tras su amo, olvidado de sus jactancias y sus bravuras, solo le quedó el nombre de mujer: Pilar.
Lutgardo Martín Pérez: tenía el tipo de matón a sueldo; comenzó su carrera al lado de otro criminal, Rolando Masferrer. Así se ganó los ascensos de teniente coronel que, como los grados de Ventura, chorreaban sangre de inocentes. Fue un hombre malvado, solo entendía el idioma de la fuerza y bastante abusó de ella; no pudo esperar la clemencia que él no tuvo con los inocentes.
Juan Salas Cañizares: logró cargos importantes en la policía batistiana. Estaba al frente de la Radiomotorizada, cometiendo sus desmanes.
Fermín Cowley Gallegos: En Holguín se sufrió los zarpazos de esta hiena con uniforme; no respetó a nadie, ni nada le detuvo. Escribió una página de horror, las llamadas “pascuas de sangre”, en la que ahorcó o mandó a dar muerte, del 25 al 26 de diciembre a más de 30 personas. La justicia revolucionaria no lo dejó escapar.
Entre tantos, Jacinto Menocal, fue uno de los que escogió el camino del crimen en lugar de tomar la senda del honor. Primero en el SIM y después en tierras pinareñas llenó páginas de horror, a la caída del régimen huyó cobardemente, pero en Dayaniguas, cerca de Consolación del Sur, pagó con su miserable existencia todas las muertes que tenía en su haber.
UN COMBATIENTE
Leonel Falcón Vilaú ha consagrado su vida al servicio de la Patria, por eso después del triunfo de la Revolución se hizo médico y continúa con su prestancia. El internacionalista, académico y especialista en Anatomía Patológica, participó en numerosos congresos nacionales e internacionales de su especialidad, alcanzó grados de mayor durante sus 23 años en las FAR como médico militar; fue uno de los combatientes hecho prisionero en 1958 por ser miembro del M-26-7, pasó los duros momentos de su existencia en el Cuartel de San Cristóbal, siendo Menocal su jefe.
Con modestia rememora: “Caí preso una madrugada, de agosto, estando en la casa solo con mi hermana, ya que los viejos estaban en un velorio. Según pude saber, un miembro de la célula habló durante una sesión de tortura. Este, que era compañero mío, esperaba en el interior de uno de los carros por el apresamiento.
“Estuve en la cárcel de Pinar del Río, no sufrí maltratos físicos, aunque sí psíquicos. Después me trasladaron al cuartel de San Cristóbal; en este lugar sí fui torturado corporalmente y fue cuando aprendí que había que hacer algo para terminar con la tiranía y sus abusos.
“Posteriormente, se realizó un juicio y fui sentenciado a 11 años de presidio, pero como era menor de edad me trasladaron al reclusorio de Torrens. El 25 de diciembre de 1958 me liberaron al favorecerme el fallo del Tribunal Superior ante el cual se había establecido recurso de apelación”.
¿Secuelas? “Sí, me quedaron secuelas físicas”, y se refiere a frecuentes mareos por trauma recibido en los oídos durante las torturas. “La psíquicas, se reflejan aún al no poder tolerar maltratos, incluso, ni en las películas.
“Los suplicios eran inhumanos, podías perder los ojos, las uñas, los testículos, o más aun, la vida”.
EL INICIO
“Antes de la Revolución yo tenía algún conocimiento de lo que se decía del juicio de los asaltantes al Moncada y sobre todo de la figura de Fidel, Camilo y de un Argentino con grado de comandante.
“En la casa se oía las emisoras de la Sierra, y la de Venezuela; también influyeron las lecturas de la obra martiana y literatura en general. Todo esto fue formando criterios del mundo en que vivimos y acabé buscando mi posición.
“Silvio Orta, era un combatiente activo y por sus nexos con Juan, quien es su tío, utilizaba la casa como escondite y centro de sus actividades, y como yo estaba presente, comencé a realizar tareas sencillas, algunas peligrosas, como por ejemplo avisar a un chofer (Isidro Barreto, mártir de la Revolución vinculado al Movimiento), entregar paquetes de contenido incierto a personas vinculadas con la causa; eran tareas que se realizaban antes de militar oficialmente en el Movimiento. Entonces conocí algunos compañeros que estaban en la clandestinidad e incluso sabía donde vivían, lo que constituía un error y una violación de los principios de compartimentación. Así me inicié, de esa forma, un poco rápida”.
EL TRIUNFO
Después del triunfo revolucionario, Falcón Vilaú estuvo en la Limpia del Escambray y posteriormente se dedicó a estudiar, ya que nuestro máximo líder hacía cumplir el programa del Moncada para formar una Patria digna e hijos soberanos. “A los jóvenes de hoy les digo que piensen mucho en la Revolución y en el sacrificio que todo ha costado y que la apoyen siempre aunque no sea perfecta”.