Ya los padres comenzaron nuevamente “las carreras” que suponen los cursos escolares. Uniformes, materiales de estudio como libretas, lápices, gomas, sacapuntas, reglas y otros, fueron el desvelo de muchos para cubrir tales necesidades a sus descendencias.
Ahora, otros retos se imponen a los mayores, entre ellos el tema de la alimentación y las meriendas escolares o el calzo monetario que satisfaga el apetito de los vástagos; pero esto es tema para otra ocasión.
Lo que realmente comienza a preocupar, amigo, lector o padre, es el uso desmedido de las nuevas tecnologías en cuanto a búsquedas de información. Algo que desafortunadamente se ha convertido en moda durante los últimos años.
Sí, como especie que “evoluciona” hemos sucumbido a esta suerte de facilismo digital en aras del ahorro de tiempo y supuestamente buenas notas para los estudiantes; pero a qué costos.
Creo que ninguno de nosotros se ha puesto a sopesar o a hacer un análisis minucioso del asunto a modo de costo beneficio. Y entonces me pregunto en este sentido: ¿qué será más conveniente para la vida… mejores notas o mayores conocimientos aprehendidos?
No olvidemos esa máxima popular de que “lo que fácil se da, fácil se va”; un dicho que nos enseña que aquello logrado sin esfuerzo y sin valores, es efímero o pasajero.
Y lo digo con toda la intención del mundo, pues me atrevería a decir que cada vez son menos las personas que recurren a las bibliotecas en busca de contenido para saciar dudas, o responder preguntas.
Nunca fue así. Recuerdo mis primerizos tiempos de estudiante donde una biblioteca lo era todo, pues en ella se podía encontrar la sabiduría del mundo.
Para las novísimas generaciones, esto quedó en el ayer, pues hoy existen herramientas mucho más poderosas que un libro y más efectivas que una tediosa búsqueda por catálogos o las desesperantes revisiones bibliográficas para complementar cualquier trabajo escolar o laboral.
El problema es el siguiente. Que con los objetivos de propiciar altos niveles culturales y modelos más participativos e interactivos, hemos relegado un poco los hábitos de lectura e investigación.
Reconozco los beneficios de la tecnología para localizar en poco tiempo abundante información con muy poco esfuerzo. Pero la tendencia actual del estudiantado y profesorado, se encaminan cada día más hacia las llamadas “búsquedas” de Internet, aun cuando no deberían serlo.
Quizás también sea cierto que nuestros catálogos han quedado inertes en el tiempo, pero considero que aún existe muy buena literatura en las bibliotecas. Literatura a la que solo se puede acceder hoy día pagando en la red de redes.
La información “bajada” de Internet debe considerarse únicamente el punto de partida para la adquisición de conocimientos o la redacción de textos, en los que no deben faltar el análisis, el ejercicio del criterio y la contraposición de fuentes.
Hagámosle la guerra desde casa al peligroso “corta y pega”, y no echemos por tierra el proceso de aprendizaje a través de las consultas bibliográficas.
A nuestros maestros les corresponderá entonces establecer balanzas para premiar el esfuerzo y establecer calificaciones merecidas.
El intercambio diario de conocimientos, las evaluaciones escritas para fijar lo impartido y controles sistemáticos deben primar, al tiempo de devolver el papel protagónico que siempre tuvieron nuestras bibliotecas de antaño.