No es nada nuevo, sino puramente aberrante por lo malsano e insistente en sus patrones comunicativos. Es una especie de pandemónium, que no tiene fronteras éticas ni valores. Si no que solo responde a la cuenta mensual del dinero que reciben de algunas organizaciones no gubernamentales estadounidenses, garantes financieras de la permanencia de batallones venales del ciberespacio.
Esos sitios digitales que denigran a Cuba, Nicaragua, Irán, Venezuela o Corea de Norte, Rusia o China son los perfectos esbirros online que venden hasta a sus ancestros con tal de que el dinero fluya en sus bolsillos rotos. Simplemente son insaciables. Claro que sus dueños saben hasta cuanto entregar para que no se les ocurra un día vociferar contra ellos también.
No tienen bandera, ideología ni país, simplemente son asalariados que por el espectro de los gobiernos y las políticas que atacan no creen en socialismo, capitalismo, socialdemocracia, conservadurismo o liberalismo. Solo tienen un color: el de la plata.
Cada día que pasa de la pandemia se confirma no solo la desfachatez de gobiernos y sistemas de salud que nada tienen que ver con el derecho humano a la vida; sin embargo, estos infames, lógicamente, jamás abrirán sus fauces para rozar siquiera con la punta de un alfiler la mano del amo que los sostiene. ¡Son tan dependientes estos que se proclaman librepensadores!
Hay nombres muy claros. No quiero mencionarlos con todas sus letras porque no merecen publicidad alguna. Es una ralea de inmorales que han organizado. Así como se aprovechan de la delincuencia para arremeter contra algún enemigo, los usan también en el campo de la comunicación. No son solo mercenarios, además son delincuentes comunicacionales.
Porque, aunque parezca dudoso, los delincuentes son fáciles de organizar cuando fluye el dinero. De tan rapaces llegan a convertirse en esclavos de la palabra. Eso lo saben bien los tanques pensantes de Washington.
Estos son fáciles de señalar. Están los otros: los “grandes medios” manipuladores hasta el tuétano, comprados todos por las fortunas del poder, desde las cuales se manejan los hilos de las agendas informativas.
Cuando se conecte, busque los propietarios de los grandes medios, quiénes son, quiénes tienen las mayores acciones y así comprenderá mejor por qué se mueven subrepticiamente; por qué manipulan y se buscan -a diferencia de aquellos libelos- sicarios más refinados, “periodistas e intelectuales de alta talla” que cobran miles por sus mentiras y sus manipulaciones.
Pero la realidad los delata. Estos espejos de la política de Estados Unidos no gastarán media neurona en señalar la desfachatez de Washington, Brasil, Ecuador y otros países afines en el lamentable manejo de la pandemia, donde mueren cientos de personas al día. Lo que sucede en esos lugares en todo caso lo mencionarán, muy “objetivamente”, como suelen señalar al periodismo que más les conviene según las circunstancias, pero ni siquiera añadir una sola causa de tan criticable gestión.
Estos sitios y reporteros tan dependientes están destinados a replicar adulonamente las mentiras de Trump y el poder profundo que los sostienen sobre lo que ellos identifican como el “eje del mal” que, sin embargo, es tan bueno enfrentando la crisis y resucitando a la vida a miles de contagiados.
No explicarán nunca qué hacen la OEA, Unasur, el Pacto de Lima en cuanto a solidaridad, pensamiento común, ayuda en tiempos de pandemia. No lo pueden expresar porque realmente no hacen otra cosa que repetir como papagayos lo que les indica la casa matriz imperial.
Qué se puede esperar de esos secuaces cundo el amo juega golf al mismo momento en que miles de sus “compatriotas” mueren por coronavirus.
Un eurodiputado se cuestionaba cómo la Unión Europea en un momento tan delicado olvidó que era una alianza para convertirse en una pandillde transnacionales que solo se asisten en propio beneficio, sin importarles los trabajadores que sostienen sus fortunas y su nivel de vida. Esos pueden morir.
Esta última aseveración la leí en una página de la prensa alternativa, que afortunadamente sigue en la batalla diaria por la verdad y la auténtica libertad de expresión. Sobre todo, alejada de las pagas que los sicarios y mercenarios de internet recogen, así tengan que lamer las manos manchadas de la sangre de sus propios hermanos.