El pasado fin de semana demostró fehacientemente que las artes escénicas en Pinar del Río gozan de muy buena salud. Después de un tiempo de forzoso silencio –motivado por la seria situación epidemiológica y los estragos del huracán Ian– cortinas y lunetarios se han activado para revelar cuánto potencial y cuántas reservas aún se encuentran dispuestas.
Una variada y escalonada programación se abrió de jueves a domingo, de modo que el público interesado pudo moverse ampliamente sin los consabidos obstáculos de horarios coincidentes. Hasta la vida nocturna se prolongó porque hubo funciones que comenzaron a las 10:30 p.m. Estará entonces de acuerdo conmigo en que la dinámica citadina no solo lo permite sino que lo reclama.
En el teatro Milanés, la compañía lírica Ernesto Lecuona presentó Impuros, bajo la dirección actoral de Julio César Pérez y general del maestro Francisco Alonso. En esta reposición el coro y el cuerpo de baile se crecieron para “neutralizar” ciertas tensiones que se produjeron con el resto del elenco. De “bravuconada” califico el resultado conseguido, pues para nadie es un secreto que en los últimos tiempos la compañía ha sufrido pérdidas notables.
Esta representación se inspira en el excelente texto Réquiem por Yarini y en él se repiten lastres sociales como el proxenetismo, la corrupción, el maltrato y la discriminación a la mujer. Como se aprecia, son actitudes humanas intemporales que en su devenir recurrente merecen siempre mucha atención por su incuestionable naturaleza denigrante.
La línea artística de la integralidad histriónica se acentúa en este montaje que se convierte de manera desarrolladora en nuevo desafío y constatación de talento.
Por su parte, la sala La Edad de Oro vuelve a ser espacio de experimentación y osadía teatral. No y Este tren se llama deseo son puestas escénicas que descubren, o mejor, que reafirman concepciones muy parecidas del hecho dramatúrgico. Salvando las necesarias diferencias se abre paso con vehemencia una voluntad inapagable de crear y volver a crear. Nombres ya imprescindibles en el quehacer de las tablas en Vueltabajo, como el de Doris Méndez e Irán Capote, no se cansan de apostar por el legítimo arte, ese que busca la grandeza en la cotidianidad e indaga en aquellas zonas menos exploradas para invitarnos a pensar y valorar sin prejuicios ni ataduras de ninguna índole.
Saber de veras las implicaciones de ese No, así como montarnos en ese Tren, no dejarlo ir, son hechos que develan una actitud ante la vida que se traduce definitivamente en una irrepetible identidad de ser y hacer.
Y qué decir de la sala Virgilio Piñera con su propuesta devenida suceso, al traernos como invitado especial desde el V Festival del Monólogo Latinoamericano al laureado actor costarricense Andy Gamboa. Durante tres días consecutivos se pudo disfrutar de la actuación de este grande del unipersonal, capaz de comunicar con cuerpo y palabra los más diversos y contradictorios sentimientos.
Fueron tres monólogos en los que se descubre su alma con un desenfado y una fuerza increíbles. Se denominan “biodramas”, que reflejan aquellos rasgos más íntimos y personales, y se construye un ambiente transgresor que por momentos nos asusta y sobrecoge. Es –al decir de Nelson Simón– “un teatro que habla desde la desnudez y la honestidad, para ir develando, capa a capa su historia y su identidad”.
Ese acto de abrirse ante los demás siempre impacta y conmueve. Llega a ser tan anticonvencional que desdobla al propio público sentado en las butacas como en sus personajes. De veras que no requiere otros porque él nos conquista y en total complicidad le servimos.
Basten estos ejemplos para justificar con creces el “¡Bravo!” rotundo que aparece en el título de este comentario. Nos quedaría solo incitar al Consejo Provincial de las Artes Escénicas para que los meses que siguen no empañen lo ya mostrado.
El teatro, como recreación de la realidad, está llamado a ser un catalizador para que muchos asuntos que permanecen como en inercia en el imaginario del pueblo se renueven y vuelvan a colocarse en el centro de la mira social.
No olvidemos que para José Martí, el teatro es inseparable de su época y sociedad, y en esa unidad estética lo juzga. Él nos dijo: “Busco no lo convencional en el teatro, sino lo natural. Escenas reales sin fingir acción, o con la menor cantidad de acción fingida posible”.
Al teatro concierne proponer interrogantes cuyas respuestas son imprevisibles. Su función social nadie se la cuestiona. No desperdiciemos, pues, sus potencialidades movilizadoras.