La vigésima edición de la Feria del Libro en La Palma extendió sus tentáculos a la seductora comunidad de San Juan de Sagua, a casi 20 kilómetros del pueblo.
En el recorrido por el angosto terraplén (otrora Carretera de Montaña), autores y representantes de las editoriales Extra-Muros, Cauce y Loynaz, así como la jovial tropa de la Asociación Hermanos Saíz, conocieron al paso el sitio de reposo destinado a todos luego de la extenuante jornada: El Cayo, campamento turístico de la Empresa de Flora y Fauna, en predios del área protegida Mil Cumbres. Allí, las atenciones merecerían por sí solas una crónica de más.
Ya en plena noche, teniendo la silueta del Pan de Guajaibón como telón de fondo, se dio el muy esperado encuentro con vecinos de la comunidad, organizado al detalle por el promotor Alfredo Barbosa Reyes y por maestros de la escuela Felipe Poey Aloy. Mucho más que presentaciones de libros, las horas transcurrieron bajo el signo del intercambio fecundo. Poemas en voz de pioneros y décimas lanzadas al ruedo por adultos, se unieron al guion. Para matizar el cierre del jolgorio, la actuación del mago Alex Rodríguez, inconmensurable en su entrega a la multitud.
Al momento de partir, náufragos ellos a esa hora en medio de tan aislado paraje, un niño aquejado de vómitos y una señora con dolores llevaron a que Estebita, el incondicional chofer del ómnibus Girón, fuera protagonista igual, al abreviarle el trayecto a la ambulancia del SIUM. No pasó del susto, según se supo después.
Antes, la velada nocturna en El Cayo no pudo haber sido mejor e indescriptible el despertar en el paradisiaco remanso: un recordatorio de la doctrina del “buen salvaje”, de Rousseau. Entre trinos y el susurro del arroyuelo circundante se apareció el amanecer. La vista del agua cristalina resultó, entonces, más que falaz tentación. Y les quedó claro a los participantes en el safari que, en asuntos de baños matinales monteses, a la notable escritora palmera Hevelyn Calzada Tabares no hay quién le plante el pie.
Al regresar a Sagua, con el cuerpo y el alma sanos, el público aguardaba fiel, a esa hora mayormente infantil. Jornada matutina de música, danza y literatura en medio del diálogo fraternal. De nuevo, como por arte de magia, Alex se adueñó del show, al punto que terminaría enrolándose en la ardua tarea de estampar su rúbrica en los tantos libros comprados por los niños del batey; esos que son el eje del proyecto sociocultural ideado por Maybelis, directora del museo municipal Armando Abreu Morales, con el noble fin de aportarle calidad de vida a la intrincada comunidad.
A punto del mediodía acabó la feliz incursión. Mientras el ómnibus se enrumbaba a La Palma, dejando atrás la imagen poderosa del Pan de Guajaibón, en la mente fértil de Luis Martínez Cruz, historiador del municipio, la retórica le hacía competencia a la lasitud: de haber estado rondando por el sitio el fantasma de Juan Pérez de Oporto, primer dueño no aborigen de San Juan de Sagua, ¿qué habría pensado el don de aquella partida de “locos y locas” que al libre albedrío osaban invadir su quieta propiedad, 383 años después?