Valió la pena madrugar; y también el riesgo de descolgarse en el sobreviviente Toyota de Educación por el siempre asombroso lomerío de San Andrés.
El rostro de Yésica lo hubiera justificado todo. La imagen que de improviso capturé de ella, como la de cualquiera de sus atentos coetáneos, hubiera sido ya razón suficiente para no hacer oídos sordos ante la invitación de Alejandro, el eficaz comunicador. ¿El motivo de su convite? Dar a conocer a los lectores de Guerrillero los detalles del acto provincial que se organizaría por el ingreso de alumnos de primer grado a la Organización de Pioneros José Martí (OPJM).
Y allí estuve, desde temprano, expectante junto a los demás asistentes foráneos, en el patio interior primorosamente dispuesto del Centro Mixto que se identifica con el nombre del Apóstol, en los confines de la Comunidad Rafael Ferro, en La Palma. Entretanto se hacían las consabidas precisiones en el engranaje, en ameno y fértil diálogo con José Elier Peralta Ceballo, presidente de la OPJM en Pinar del Río, supe del matiz atípico que en esta ocasión tendría la actividad a causa del calendario escolar, al haberse hecho coincidir la entrega de la pañoleta azul y del criollísimo sombrero de guano, símbolo este último de que los agasajados igual pasarían a formar parte del Movimiento de Pioneros Exploradores, como ocurrió.
Una vez iniciado, lo previsto funcionó con precisión de reloj suizo, de principio a fin. Fue un acto sencillo, organizado con tino y con gusto, libre de innecesarios y abúlicos protocolos, sobrado en cultura y pletórico de legítima emoción. Sabía yo que al unísono se daba la celebración a lo largo y ancho de la provincia y el país. Y me dije que al menos en esta, que para mi dicha presencié, aun sin que se mencionara mil veces su nombre en el guion, apenas por ese genuino aire de cubanidad que respirara, había sido límpida la presencia de Martí.