Un violinista negro, de apenas 11 años, se presentó un día de diciembre de 1863, en el Liceo Artístico y Literario de la Habana.
Antes de comenzar su concierto, reparó en el salón lujoso y en los rostros de las personas en el auditorio, todos blancos, ricos, dueños de esclavos.
Su presencia en aquel lugar era un suceso extraño. Pertenecía a un mundo diferente, a una casa pequeña y estrecha en la habanera calle de Águila, que comienza en el mar y termina en el mar. Formaba parte de una familia de músicos y de una raza maltratada en la Isla.
Pese a su origen, logró estudiar con grandes violinistas de la época, ya que su padre, músico como él, había conquistado a golpe de trabajo, el mecenazgo de familias ricas de la Habana, que apoyaron la instrucción del joven Claudio.
En el Liceo, aquel día de diciembre, el niño tocó mejor que nunca, con elegancia y seguridad. Arrancó sonidos tan perfectos a su violín, que dejó asombrados a todos los espectadores.
Era el inicio de una exitosa carrera que lo llevaría a ser aclamado como “El Paganini negro”, “El Paganini cubano” y “El rey de las octavas”.
Hacia 1871, mereció el primer premio del Conservatorio de París, lo que impulsó su fama en Europa y abrió para él decenas de oportunidades.
Ganó el aplauso de exigentes públicos, que abarrotaban cada una de sus presentaciones en prestigiosos teatros de Rusia, Francia, Italia, España, Alemania, Venezuela y Argentina, entre otras naciones.
El diario francés Le Temps, publicó que “nadie como Brindis de Salas, sabía apoderarse de su auditorio y dominarlo tan completamente”, mientras que un periódico de Milán reseñó que aun en las más difíciles variaciones, el concertista “conservaba una serenidad, un buen gusto y una pureza de entonación verdaderamente envidiables”.
Del roce de su arco sobre las cuerdas, brotaba una música fuerte y hasta electrizante, que llevó a los críticos a compararlo con un genio.
En España lo distinguieron con la Gran Cruz de la orden de Carlos III, mientras que el Reino de Prusia le confirió su más alta condecoración: El Águila Negra. En Francia, por otra parte, lo nombraron Caballero de la Legión de Honor y en Haití le ofrecieron dirigir un conservatorio.
Se casó con una aristócrata alemana con quien tuvo dos hijos, aunque algunos estudiosos de su vida y obra aseguran que fueron tres. La esposa lo admiraba profundamente, pero terminó decepcionada de la vida bohemia y trasnochada de Brindis y terminó por pedirle el divorcio.
Era un ciudadano del mundo y no había hogar, ni risas de niños, que lo ataran a ningún sitio. Cuentan que los honores que a diario recibía, lo envanecieron de tal modo, que creyó innecesario cultivar amigos. Se empeñaba en hablar francés en todos lados, a pesar de ser el español su idioma natal y derrochaba su dinero en excentricidades.
La fortuna amasada con su talento, se le disolvió pronto entre los dedos, y un día se halló a sí mismo pobre, olvidado, sin trabajo y enfermo de tuberculosis, en una pensión de baja categoría en Buenos Aires, Argentina, donde falleció.
La asistencia pública de esa ciudad, encargada del moribundo, encontró entre sus pertenencias un pasaporte alemán, según el cual, aquel negro indigente no era otro que Claudio, barón de Brindis y caballero de Salas, el violinista más famoso de su tiempo, el más grande de Cuba.
El semanario argentino Caras y Caretas, refirió así la noticia de su muerte:
“La Historia de este lírico bohemio parece un cuento, sin embargo, es cierto. El dos de junio murió en nuestra ciudad. Había llegado de Europa en el vapor Satrústegui ¿a qué vino?, se ignora. Después de haber sido millonario, después de haber vivido la vida de un monarca, después de haber hecho temblar el corazón de las mujeres, después de haber paseado por el mundo su alma que era un violín, después de tanto amor, de tanto fuego, de tanto sol, de tanta melodía, de tanta gloria y laurel, cayó al fin destrozado. Viejo, pobre, sucio, negro, tísico y sólo… ¡sólo! ¡solito! Ni siquiera tuvo en el momento de morir el consuelo de abrazar el violín que lo hizo célebre”
Su instrumento, un Stradivarius, fue a parar a una tienda de empeños bonaerense, donde Brindis de Salas, recibió a cambio de esta joya, unos pocos pesos que los sustentaron en sus últimos días.
Era un ser humano imperfecto, víctima de su fama, depresivo, melancólico, algo frío; pero estas cualidades no hicieron mella en su legado inmenso. En medio de uno de los regímenes esclavistas más cruentos de América, de un contexto de odio, hostilidad y antipatía hacia los hombres negros, él, descendiente de africanos, logró alcanzar la grandeza.
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Fuentes consultadas:
Melgar, A. (2011). El rey de las octavas. Revista Puente Nuevo, No. 45. Recuperado de: https://www.serraniavirtual.com/download/pdf/Brindis%20de%20salas.pdf