Algo infrecuente en mi desempeño como crítico de arte ocurrió esta vez: he sabido esperar pacientemente no solo a que culminará la primera temporada de esta popular serie nombrada Calendario, sino que progresara bastante la segunda, o al menos lo suficiente, para unirme de manera irrestricta al aplauso rotundo que los telespectadores han ofrecido y ofrecen a esta puesta que es ya -por encima de cualquier dificultad en el orden técnico y dramatúrgico que pueda detectar un avezado especialista- un verdadero acontecimiento en el calendario de la programación televisiva.
Y no se trata de un hecho casual, sino causal, porque se han implicado nombres claves en este proyecto, tales como el de la experimentada Magda González Grau o el talentoso Amílcar Salatti, junto a todo un quórum a modo de refuerzo en las disímiles especialidades del género que constituyen una garantía para el éxito.
Lo que para unos significa ruptura entre ambas partes, yo lo percibo como lógica progresión y amplitud temática. El abanico de aristas de la realidad que es hoy la sociedad cubana, con sus virtudes y defectos, que ya se abría con un desenfado pasmoso en el inicio, pensemos en la interacción entre los elementos de esa esencial tríada escuela-hogar-comunidad, el alcoholismo, el fraude escolar, la adicción a la pornografía y el sobreconsumo de las redes digitales, ahora se enriquece con interesantes problemáticas como las drogas, el lesbianismo, la violación sexual, las relaciones amorosas intergeneracionales e incluso interraciales.
Es muy coherente y hasta perfectamente orgánico que suceda así, ya que Calendario avanza en el calendario real. Hay un logrado paralelismo en este sentido: entonces no puede sorprendernos que junto a los personajes viejos que ahora maduran aparezcan otros nuevos con sus propios conflictos. El “tempo” de ficción y el tiempo en su dimensión más diáfana se mueven como simulando un armónico dueto. El grupo de noveno grado ahora lo ocupa el de onceno y toda esa metamorfosis se siente intensamente en el ámbito de la docencia entre la secundaria básica y el preuniversitario.
Quizás sea este el elemento unificador, quiera presentarse de modo explícito o implícito: la importancia de que se concrete un estilo y una influencia pedagógica homogénea. La profe Amalia personifica precisamente ese esencial componente, que a fuerza de contradicciones con otros integrantes del claustro defiende su verdad y resulta convincentemente persuasiva para sus estudiantes. Sus métodos son muy creativos y llegan a motivar al más escéptico de los discípulos. Los contenidos literarios que ella les enseña se convierten en verdaderas lecciones de vida.
¡Cuántas Amalias se necesitan de veras en la escuela cubana actual! No solo por las habilidades como docente para conducir sus clases inolvidables, sino también porque se desdobla en esa tutora y amiga tan fundamental para los grupos etarios de adolescentes y jóvenes. La actriz que encarna a esta protagonista, me refiero a Clarita García, nos regala una imagen muy íntegra y consecuente en ambos roles, razón por la que nos atrae desde el primer capítulo. Nunca pierde su humanidad y se debate constantemente entre la fragilidad y la seguridad con un admirable equilibrio. En pocas palabras, ella es dueña total del personaje.
En cuanto al elenco, todos hacen meritoriamente su parte. Esa fusión de consagrados como Osvaldo Doimeadiós, Daisy Quintana o Edith Massola, y de más reciente aparición como Natacha Díaz, Omar Alí o Jacqueline Arenal, junto a varios actores de menos experiencia y otros debutantes, provoca una interacción enriquecedora y el saldo es el de un histrionismo promedio de altos quilates.
Se huye de cualquier enfoque discriminatorio: hasta las escenas más raras hasta hoy en la pantalla chica, como la del beso entre las dos muchachas, se manejan con gran sensibilidad y delicadeza, y queda entonces bajo control cualquier posible rechazo. Hay sobrada maestría para caer en alguna expresión de tratamiento maniqueísta.
Quien conozca bien la naturaleza humana -y en especial su psicología- se da cuenta de que somos bastante complejos para intentar esquematizarnos. Por eso el diseño del sistema de personajes desborda flexibilidad y matices muy sutiles en cada episodio, lo que se extrapola a las atmósferas o ambientes más diversos (de los más marginales a los más formales). El peligro de dejarse seducir por los estereotipos no ha tenido aquí ni el más mínimo espacio. Recordemos el incidente del robo de los libros y la actuación tan edificante de la directora del Pre (interpretada con mucho tino por Mayra Mazorra).
La serie puede entretener y al mismo tiempo hacer reflexionar, no solo a los jóvenes sino también a los adultos. Dejo que sea González Grau quien cierre este comentario al citar sus palabras: “La historia transita por conflictos éticos en los que la voluntad de ser mejores seres humanos es fundamental. Ojalá inspire en los espectadores el mismo sentimiento”.
Por lo pronto, ya esperamos su tercera temporada con una adecuada predisposición.