El 28 de octubre de 1959 el comandante Camilo Cienfuegos Gorriarán abordó en Camagüey una avioneta Cessna rumbo a La Habana.
Acababa de apagar el intento sedicioso de Huber Matos en la tierra de los tinajones y estaba ansioso por llegar a la capital a contar los pormenores de lo sucedido.
Eran las seis de la tarde aproximadamente cuando su aeronave despegó, pese al pronóstico de nubes altas y descargas eléctricas que un piloto de nombre Luciano le detalló.
Camilo y sus acompañantes nunca llegaron a su destino. Se les buscó durante días por aire, tierra y mar; hasta que Fidel comunicó oficialmente su desaparición.
El pueblo quedó consternado ante la pérdida de tan carismático líder, amado por su carácter campechano y humildad.
Fue uno de los expedicionarios del yate Granma y destacó por su arrojo en múltiples combates librados en la Sierra Maestra.
Al frente de la columna invasora número dos, que llevaba el nombre de Antonio Maceo, dominó la ciudad de Yaguajay, punto decisivo para neutralizar el poder militar batistiano.
Desde entonces lo llamaron “Héroe de Yaguajay”, para reconocerle su hazaña y evocar tanto coraje.
Con pétalos de flores sobre la mar y los ríos, ofrenda el pueblo cubano cada año al Señor de la Vanguardia, que parece vivir todavía a través de su leyenda.
Jesús Orta Ruiz, el indio Naborí, resumió en sus décimas la esencia de ese grande de la historia cubana:
Estaba en su pensamiento
la talla del porvenir
y él —sastre— quiso vestir
a todo un pueblo harapiento.
El exilio, el mar, el viento,
el Granma como tijera
y luego la cordillera
—sastrería de su hazaña—
donde entalló a la montaña
el traje de su bandera.