La pandemia actual no es comparable con la maldad de los hombres que hacen las guerras por ambición y no les importa matar hasta la ternura, este relato lo demuestra.
En el campo de exterminio de Auschwitz, en el que asesinaron a tres millones de personas, nació una historia de amor ante la cara eminente de la muerte.
Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Edward Galinski, un joven polaco de 16 años fue detenido y enviado a esa prisión, allí trabajó en una cerrajería que le dio la posibilidad de salvarse. A finales de 1943 fue asignado a un escuadrón para el acondicionamiento del campo de Birkenau; en él conoció a Mala Zimetbaum, polaca, detenida en la Estación Central de Amberes. Edward y Mala se enamoraron a primera vista.
Desde entonces, buscaban la oportunidad para reunirse a pesar del peligro y soñaban con disfrutar su felicidad fuera de ese mundo de muerte, por lo que idearon un plan para escapar, cosa que nadie había logrado en cinco años, pero al final el amor pudo más.
Edward se vistió como un guardia de la SS y simuló ser la escolta de Mala, que vestida de hombre, irían a instalar un lavabo. Una vez en la puerta principal, Edward mostró los pases y se les dejó salir… y así fue que escaparon.
Al llegar a la frontera de Eslovaquia y Polonia, Mala fue a una tienda para cambiar un anillo de oro por algo de alimentos. El comerciante la traicionó al denunciarla con la Gestapo.
Edward vio como detenían a su amada y sabiendo que iba a ser ejecutada por la fuga, no dudó en entregarse a la patrulla alemana. Sus verdugos decidieron lo peor, Edward solo pudo gritar «Viva Polonia». Mala, sacó una hoja de afeitar escondida en el pelo y se cortó las muñecas y desangrándose la enviaron al crematorio. Ya débil y moribunda dijo: «No lloren que el día del juicio final está muy cerca, recuerden todo lo que nos hicieron». Así terminó aquel amor idílico en tiempos de ferocidad y desprecio a la vida ajena.