La poesía de Carilda Oliver Labra está empapada de variedad cromática. El color -como elemento de las artes visuales- habita en muchas de las figuras literarias emanadas de su pluma. No sabremos si puso color a sus poemas de modo consciente o inconsciente; pero sí estuvo relacionada a las artes plásticas. Dictó cursos de dibujo, pintura y escultura; incluso, dedicaba parte de su tiempo a pintar en algún parque matancero. Y ese gusto por lo visual, también conquistó su lírica.
Tomemos, por ejemplo, fragmentos del libro Al Sur de mi garganta, con el que ganara el Premio Nacional de Poesía en 1950, por la importancia que reviste para su carrera este, su segundo libro:
En el Poema I ella habla de “canarios rojos” y del “cabello color del mediodía” / en el II y IV poemas, del “dolor rosado de estas uñas” y del “color injusto que llevan las hormigas”, respectivamente.
En las artes plásticas el color es el atributo que más distingue una forma de su propio entorno e influye en el valor visual de la misma. Cada color tiene un significado psicológico, positivo y negativo, permeado también por la tradición cultural, y ese significado puede ayudar a la interpretación de la obra de arte.
Carilda escribió en el Poema I: “Habrá que perdonarme la tristeza, malograda en los ojos/ esta boca mendiga que bosteza/ su aburrimiento de canarios rojos/ el insomnio recluso en las ojeras/ el trigo que me crece cada día/ la tímida salud de mis caderas/y el cabello color del mediodía”.
El poema es una definición de sí misma, el significado de los colores, en este caso, es positivo. Aquí el rojo puede traducirse en importancia, fuerza, calor, exuberancia; no así en estimulación y osadía porque refieren a una boca que bosteza, símbolo de la tranquilidad a veces, pasmosa. Y el amarillo, que es color del mediodía, puede estar simulando lo caloroso, lo extrovertido de su cabello revuelto y ondulado.
En “el gran dolor rosado de estas uñas” sospecho que habita una construcción cultural, para la cual el rosado es un color femenino, tenue (porque no llega a ser rojo), frágil; es el color asociado muchas veces a la mujer estereotipada, “perfecta”.
Ya en el verso “Mira el color injusto que llevan las hormigas”, Carilda (refiriéndose a Dios -el poema es una conversación-) no menciona el color en sí, pero llama la atención sobre un hecho real, orgánico; otorgándole al marrón un significado negativo: de insatisfacción, aburrimiento, rusticidad; es un color que por su tono oscuro solo ofrece una sensación pasiva de vitalidad.
En el Poema II, en De paso por mis sueños asegura:
“¡Perdóname el color de aurora triste/ el retazo de mar que no tuviste y el ancla peregrina que te traje!
¿Cuál es el color de la aurora? ¿El rojo? ¿El naranja? ¿El amarillo? ¿El azul? En este verso no importa, la relevancia la tiene el epíteto: “triste”. Cualquiera de esos colores con los que Carilda imaginó su aurora, o cualquiera de esos colores con los que el lector imagina la aurora cuando lee el poema (porque las subjetividades no son las mismas) tiene una percepción psicológica negativa, depresiva.
Y ya introduje un punto que no quiero pasar por alto y es la transversalidad de las subjetividades entre el autor y el lector.
En cada obra existe una parte objetiva. Si hablamos de color, entonces el color objetivo sería su mención directa en la obra literaria. Si el lector y el autor comparten la misma cultura (ya decía que toda interpretación está condicionada por este factor) las subjetividades (las interpretaciones pueden confluir, igualarse). Toda obra de arte es un acto de comunicación también.
Pero, ¿qué ocurre cuando el autor no dice al decir y sugiere, reta, sustituye, construye tropos más cerrados a universos íntimos?
En Última elegía, por ejemplo, Carilda menciona:
“Quizás debo acordarme de este color que tengo/ y debo ser más tibia que un rincón del olvido”.
Su color no es el mío que la leo, ¿cuál es? ¿Lo dice en algún momento del poema? No necesita hacerlo. Aquí las subjetividades del lector y de la autora transcurren paralelas, pero sin confluir. Cada quien interpreta a su forma: yo, interpreto un color para Carilda que no es necesariamente el que ella admitió cuando escribió Última elegía. O sí. No lo sabremos.
Por eso, me gusta hablar de subjetividades trasversales y paralelas. El arte en sentido general es un empaste armonioso de ambas.
Goethe, escritor, filósofo y científico alemán fue el precursor de la teoría del color a inicios del siglo XIX, él refería que las personas experimentamos el mundo a partir de unas reacciones primitivas de las que no siempre somos conscientes. “El color es una entidad con lenguaje propio que tiene el poder de modificar nuestra percepción y también el ánimo”. Por eso, se dice que Goethe exploró por primera vez el modo en que nos afectan los diferentes colores y sus aportes partían en buena medida de su intuición como poeta.
Carilda asume ese interés por el color, quizás por su gusto para las artes plásticas. Aunque el color en la poesía no es el color para las artes plásticas. Como refiere el investigador Raúl Asencio Navarro en la revista Temblor: “El color no puede verse en el poema o, por lo menos, no con los ojos. El lenguaje del poema no es eminentemente el de las formas y los colores como lo es en el pictórico, de manera que cuando aparecen lo hacen en forma de símbolo, de sinestesia o para subrayar una cualidad del mundo…”.
El psicólogo suizo Carl G. Jung, apuntó: “Los colores expresan las principales funciones psíquicas del hombre: pensamiento, sentimiento, intuición, sensación”. Ello refuerza la existencia del color simbólico para el lenguaje literario, sobre todo para la lírica, y esos realces para el color, por supuesto, enriquecen y potencian las cualidades expresivas dentro del poema.
También en Al sur de mi garganta, el Poema II en De paso por el sueño, la matancera escribe: “Me lo aprendí una noche de azul lento/ bajo la luna abierta encaramada/ como niña de luz, en la portada/ sonámbula oficial del firmamento”.
Aquí el azul, que en la paleta de colores es considerado un color frío por su “temperatura” tiene un significado nostálgico, sabe a melancolía, pero también evoca una atmósfera quieta.
Y la Luz (cuando escribe “niña de Luz”) es otro elemento plástico. Aunque no es un color, en las artes visuales tiene un valor ineludible poniendo al descubierto contornos, texturas y el color de los objetos. Y Carilda lo emplea recurrentemente, igualmente dotado de ese valor simbólico que tiene el poema y que no se encuentra de la misma forma en un lienzo. Pero la luz en Carilda es siempre un elemento positivo, vital, purificador, desentrañante.
Fuera de Al sur de mi garganta encontramos otros ejemplos objetivos.
En el poema Adiós, ya en el antepenúltimo verso dice “Adiós, verde placer, falso delito” -refiriéndose a un muchacho que fue “locura de sus treinta años”. El sustantivo “placer” solo evoca sensaciones positivas, unido a verde que por lo general representa la naturaleza, el crecimiento, la fertilidad. Esa metáfora ayuda a comprender -en una línea- a la autora y estimula la imaginación de lector. A fin de cuentas, el verde no es cualquier color, un hombre que otorga un placer verde, es alguien que hace resurgir, florecer, a pesar del adiós anunciado por la autora.
En Elegía de abril, Carilda escribe: “Las noches de amor son breves como fósforos negros”. El negro es un valor (no un color) que refiere a la llama efímera que se ha extinguido, un símil con el encuentro entre los amantes, también perecedero, finito.
Y más adelante, en otra estrofa apunta: “Mira, te quejas, y estoy yo sola con tu voz/ — nelumbio, amarillez, cauto cristal — /viviendo el alarido de la noche muerta”. Si el amarillo tuvo al inicio de nuestra disertación un sentido positivo (al escribir “cabellos color del mediodía”) y en otros poemas como Con desdén y oro (ella expresa “Con un traje amarillo como si renunciara a la tristeza voy a verle), ahora, en Elegía de abril, el sustantivo “amarillez” nos trae pesadumbre, casi enfermedad. O sea, el significado simbólico del color no es estático, puede cambiar incluso dentro de la producción de un mismo autor (o lo que es igual a una misma psiquis) porque la psiquis abarca procesos conscientes e inconscientes muy diversos.
Tras estos ejemplos, puede corroborarse que la poesía de Carilda delinea un interés visual, aunque no es un elemento privativo de la autora, de lo contrario no existieran obras como el glorioso Azul de Rubén Darío. Pero el valor cromático de un texto literario le concede plasticidad, facilita descripciones, definiciones, crea empatías a nivel psicológico. Colorear las palabras, le imprime a ese lienzo-poema una realidad más allá de su significado primero.