Carlos Manuel Piñero llegó al Guiñol siendo aún muy joven y autodidacto. Se formó como actor titiritero en talleres y cursos de superación, en la Escuela Nacional de Teatro para Niños en el Parque Lenin, en la extinta URSS y en constantes visitas al Guiñol Nacional para recibir asesoramiento como futuro director artístico.
En su educación valora también las experiencias resultantes de trabajar con diferentes directores de La Habana y con actores, que, aunque empíricos eran muy creativos y aportaban ideas a los montajes. “La educación es un camino largo y complejo, que nunca terminas”, refiere. Así creció en las tablas como artista y ayudó a crecer.
“Cuando uno aprende algo en este maravilloso mundo del teatro, está en el deber de enseñar a los demás – premisa martiana- La satisfacción es inmensa”, dice. Entonces revela momentos interesantes de su larga carrera artística como cuando quedó fascinado con los adelantos técnicos artísticos en el mejor teatro de muñecos de Moscú, o cómo los talleres de su grupo, Titirivida, eran una sorpresa para una guardería infantil en Mérida o en Cancún. En Cantabria, España, por ejemplo, alcaldes, directores de escuelas, instituciones culturales, le daban mucho valor a lo que hacían y esto como es lógico los regocijaba.
Cuénteme de su trabajo como director de arte. ¿Cuánto aporta a la escena esa labor?
“Imagínate ¿puede un equipo de béisbol jugar sin el director? Tiene que existir un equipo técnico con conocimiento. En el teatro pasa algo similar. El director es el timonel. Guía, selecciona la obra, estudia el autor, las posibilidades de ser llevada a la escena, según su elenco artístico. Analiza qué plantea el texto, cuál es la idea central o el estudio dramatúrgico de la obra. Selecciona los actores convenientes según el nivel que tengan en la actuación. Aquí hay que tener en cuenta la dicción, la actuación y el dominio del cuerpo más el canto. Estudia el texto, la sicología de los personajes, piensa qué técnica de títeres emplear, qué música, escenografía, espacio, diseño de movimientos y todo. Con luz larga y la participación de los actores en el desarrollo de las ideas, vendrá el fruto deseado. Sin la participación del equipo técnico no se puede lograr el fin anhelado. Se dice ‘Todos para uno y uno para todos’”.
Entre sus anécdotas aleccionadoras cuenta:
“Cuando asumí la dirección artística del grupo de teatro para niños de Pinar del Río mi primera puesta en escena, El conejo descontento, de Freddy Artiles, se presentó en un encuentro territorial en Matanzas. Al terminar la función yo, creyéndome cosas, pensé que estábamos muy bien, pero … ¡Llegó la hora del debate y me hicieron papilla! ¡Qué pena, con los actores y el jurado! A partir de ahí, me propuse trabajar con inteligencia y con más preparación”.
Carlos Manuel suma 52 años de labor ininterrumpida. Luego de su jubilación comenzó a trabajar como juglar, unas veces en solitario y otras en los proyectos Titiriparque y La Rosa Blanca.
Le devuelvo una pregunta que hace un tiempo usted me hizo a mí: ¿Qué es el títere? ¿Cómo es su proceso de conformación?
“Según el diccionario el títere es una figura inanimada, pero hay otras definiciones. Cualquier objeto inanimado en manos de un titiritero: una libreta, una escoba, un plumero, cubiertos, un sol, la luna, las nubes, un árbol…
“Una vez que el títere lo tiene un titiritero en la escena, títere y actor son una misma cosa (no fácil de lograr) porque este personaje tiene vida propia, tiene su rostro, sus movimientos, su forma de reír, de llorar, de caminar, correr, hablar…
“Para construir un títere lo primero es tener el diseño del personaje, de la técnica seleccionada, puede ser plano con aditamentos: ojos, nariz, orejas, pelo, boca. Todo esto se adiciona a la figura, ya sea circular, cuadrada o rectangular. Se le pueden adicionar brazos, manos y de aquí se puede elaborar otras técnicas como el marotte y varillas en las manos. Estas son algunas ideas. Todas se pueden realizar con la forma convencional del modelado en barro y el tallado, empapelamiento con engrudo, almidón, pinturas vinil o esmalte. La otra vía y más directa es con la poliespuma. Seleccionas el vestuario con la costurera, el gorro si lo lleva y ya tienes un títere inanimado.
“Pero mis títeres los hice a partir de materiales reciclables: latas, pomos plásticos, cajas de cartón para las cabezas. Todo con los aditamentos necesarios, vestuarios y una especie de títeres de guantes para introducir la mano de abajo hacia arriba. Son fáciles de construir y económicos. En otros lares se ven novedosos y atractivos”, agrega.
Polilla la Tinta es su títere favorito, lo hizo también a partir de materiales desechables. Es un títere enjuiciador, satírico y burlón, pero siempre toma conciencia al final y hace reír al público todo: niños y adultos.
¿Cómo valora el movimiento titiritero hoy?
“Realmente muy bueno. Existe mucho talento y preparación porque el empirismo pertenece al pasado. Para trabajar en este maravilloso mundo además de sensibilidad se necesita escuela y carretera. Los intercambios con otros grupos del país te permiten ver por dónde andamos y siempre debemos ver como punto de referencia los más completos del quehacer titiritero.
“Si bien el teatro para niños y de títeres en Pinar del Rio tuvo sus altas y sus bajas, por cuestiones materiales, falta de local fijo con condiciones técnicas adecuadas, falta de diseñadores de vestuario y escenografía, un taller para construcción de títeres y escenografía… algunas de estas cuestiones imprescindibles para lograr un teatro mejor logrado, hoy se han resuelto con las salas existentes. Están elencos con jóvenes actores en medio de las nuevas circunstancias y una capacitada dirección artística, en constante superación. Actuación, dirección, escenografía, diseño de luces, maquillaje y buen local conforman un casi todo para bien de los niños y público en general. Por eso, el teatro para niños de nuestro terruño tiene un futuro prometedor.”