El 2020 agoniza, se ahoga en sus propios estertores como un anciano fatigado después de una vida intensa y agitada.
Fue un año en extremo duro que descolocó vidas y rutinas. Noticias tristes recorrieron el mundo. En nuestro propio suelo sufrimos pérdidas de personas abatidas por la COVID-19, enfermedad que nos obligó a convertirnos en malabaristas de lo incierto y a adaptarnos a una nueva realidad.
“…Cada hora de estos meses de enfrentamiento a la COVID-19 fue de crecimiento y aprendizaje. Hubo jornadas tensas, agotadoras, pero jamás nos acompañó el desánimo, gracias especialmente al pueblo”, refirió el presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez en la clausura del VI periodo ordinario de sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular y agregó a continuación:
“No es posible el desánimo cuando se tiene enfrente el heroísmo, no de una persona o de un grupo, sino de una nación entera. Y ese heroísmo nos hala constantemente, nos inspira a dar más, a hacer más, a sentir vergüenza cuando el cuerpo nos pide un descanso”.
Actitudes egoístas e inescrupulosas afloraron en medio de la crisis, de las colas desgastantes y del aislamiento; pero muchos coterráneos sacaron lo mejor de sí y ofrecieron cuanto tenían y más para ayudar a otros en medio de las dificultades que supuso la pandemia.
No todo fue tan gris, hubo también momentos de celebración en 2020: familias que se regocijaron con la llegada del primer nieto, personas que encontraron el amor de forma inesperada o conquistaron una meta que parecía imposible.
El 31 de diciembre, a pocas horas del inicio de un nuevo ciclo, los cubanos serviremos nuestras mesas, más copiosas o menguadas, y agradeceremos por la salud de quienes nos acompañarán esa noche y por la de quienes amamos desde la distancia, perpetuando así la tradición de celebrar la vida.