Que no cuidaran solamente de su obra, sino de la de sus hermanos también, ese fue el deseo explícito de la ilustre poetisa Dulce María Loynaz, al inaugurar en Pinar del Río el entonces Centro de Promoción y Desarrollo de la Literatura.
Aunque fuera ella -Premio Nacional de Literatura y Premio Miguel de Cervantes- quien sobresaliera más en el panorama intelectual del siglo XX cubano, los hermanos menores Flor, Carlos Manuel y Enrique, también cultivaron una lírica valiosa, mucho menos estudiada y publicada.
Aquella voluntad de Dulce María ha guiado el trabajo de la institución, sobre todo en la última década, cuando han sido resignificados varios espacios físicos del inmueble, con la intención de honrar la memoria de toda una familia singular por su legado literario.
Luis Enrique Rodríguez Ortega, director del ahora llamado centro cultural Hermanos Loynaz, explica, en tono entusiasta, cómo las transformaciones fueron brotando espontáneamente de la propia obra de los Hermanos-Autores.
En recorrido por el lugar, el visitante encuentra, primero la galería de arte Azul, presidida por el poema homónimo de Carlos Manuel Loynaz; le sigue un patio interior que, con el nombre de Patio de la Piedra, recuerda la obra de Flor.
Hay un segundo patio que evoca los Poemas del amor y el vino, de la autoría de Enrique, y al final, lo que fuera un solar yermo, se ha convertido en el patio de los Poemas sin nombre que escribiera Dulce María, de quien se encuentran allí varios versos tallados en mármol negro.
Cada uno de estos espacios, de ambiente acogedor y con cierta mística, está equipado con lo indispensable para asumir presentaciones artísticas.
“A los padres también quisimos rendirles homenaje, y surge así el Salón de los Himnos, dedicado al general Enrique Loynaz del Castillo, que fue el autor del Himno Invasor”, comenta Rodríguez Ortega. Y luego se refiere al capítulo regional del Observatorio Cubano del Libro y la Lectura, nombrado como la madre de los Loynaz: María de las Mercedes Muñoz Sañudo.
“Fue ella la que más libros regaló a los hijos, la que los guio en la instrucción. Muchos de los libros que donó Dulce María al centro pertenecieron a sus familiares maternos”, resalta el entrevistado.
En esa habilitación de espacios para el arte, más allá de la tarea inicial de promover la literatura, se justifica la actual denominación de centro cultural.
En palabras del director, hubo una etapa en la que la institución se circunscribió a la producción de libros, mientras que ahora buscan convertirse en punto de encuentro para los seguidores de la vida cultural pinareña, con formas atractivas para públicos de todas las edades.
“Pero, la promoción literaria sigue siendo el corazón de nuestro quehacer. Nos hemos propuesto retomar la Jornada de Homenaje a Dulce María como espacio en el que se presenten estudios teóricos de su obra; también debemos trabajar más en la divulgación de la obra y vida de los hermanos”, asevera.
Con cada iniciativa, el centro cultural Hermanos Loynaz reafirma su trascendencia en el acontecer cultural de Vueltabajo. 34 años representan un periodo de crecimiento notable, que intenta corresponder la noble actitud de Dulce María al donar a Pinar del Río su biblioteca, objetos de arte y otros elementos preciados de la memoria familiar.
Luis Enrique Rodríguez Ortega insiste en que a Aldo Martínez Malo y a otras personalidades determinantes en esa decisión de la poetisa “siempre hay que tenerlas presentes en la gestión del Centro”.
Como es innegable su participación decisiva en los avances de los últimos años, finalmente le preguntamos si se sentía satisfecho. “Todavía el Centro no se conoce como quisiéramos, sobre todo aquí en Pinar del Río”, nos contestó. Esas palabras marcan un camino a seguir, en favor de la promoción literaria y artística.