En 2022, Angélica María González Slovasevich recibió el Premio EcoJoven por un proyecto con el que logró hacer realidad un sueño: echar a andar su investigación, aplicarla, implementarla y ofrecer resultados en aras de generalizar la experiencia. Tras su diseño, creó un grupo gestor comunitario, y casi un año después lo mantiene dentro de sus prioridades.
Su objetivo era bien claro: estimular la educación ambiental en la Universidad de Pinar del Río Hermanos Saíz Montes de Oca (UPR) a través de ese grupo, lo cual no significa, a juicio de la joven, «que los estudiantes se apropien de contenidos teóricos para su desarrollo profesional en el marco académico, sino que logren un aprendizaje más profundo sobre educación ambiental».
Con el proyecto van a la esencia de este concepto: «Implica compromiso y responsabilidad con el medio, con las comunidades, con el desarrollo socioambiental. Entonces, estimular la educación ambiental en la UPR es, necesariamente, influir en el desarrollo de la localidad pinareña. Es incidir en la calidad de vida de los habitantes y en la sociedad, y es salvaguardar la naturaleza».
Con estos fines nació ese grupo gestor comunitario con alumnos de la carrera Pedagogía-Sicología, perfil en el que se desempeñaba Angélica desde su graduación, en 2019, aunque en meses recientes sus relaciones de trabajo con la casa de altos estudios viene por dos proyectos comunitarios, y el resto del tiempo permanece en el Centro de Educación y Promoción para el Desarrollo Sostenible (Ceprodeso), un espacio desde el cual ha podido hacer también lo que considera «una ciencia afectiva que sensibiliza».
Desde la UPR y para la comunidad
En la actualidad, el grupo interactúa con los profesores de la propia carrera y con miembros de los diferentes consejos populares. Desde su concepción, la intención fue calar primero en la propia Universidad, de manera que estudiantes y docentes de diversas carreras se planificaran para desarrollar acciones de carácter socioambiental.
«La idea era provocarlos para que se sumaran al compromiso que el grupo había establecido y, en el plano más práctico, nos acompañaran en la tarea de ayudar a las comunidades a gestionar sus conflictos e intereses.
«De igual modo, en la propia escuela perseguíamos la idea de contribuir a que los estudiantes generaran prácticas más sustentables y los profesores hicieran un diseño curricular en el que promovieran espacios de diálogo desde los saberes populares y naturales».
Señala la joven investigadora que también sumaron estudiantes y profesores de otras carreras, como Economía, de ahí que tuvieran un grupo muy humano, integrado por amigos: «Nos ayudamos entre todos porque las labores no son sencillas. Hemos organizado talleres para ir a una comunidad y brindar una charla sicoeducativa, o simplemente para ayudarlos y acompañarlos en tareas de limpieza y saneamiento».
Precisa Angélica que nunca han trabajado solos, pues desde los inicios contaron con el apoyo de Ceprodeso, de la cátedra Berta Cáceres y también de instituciones religiosas de la provincia.
Siempre se benefician con el proyecto comunidades con conflictos sociales y medioambientales, ya que entre los objetivos del grupo está transformar la mentalidad y los modos de actuación: «Nosotros no damos respuestas acabadas, ayudamos a que los miembros de esa comunidad sean capaces de autogestionarse y generar autonomía».
La joven no deja de señalar que en cada lugar parten de un diagnóstico, y el grupo, también como comunidad, ha trabajado de conjunto para prepararse, organizarse y desarrollar habilidades en la coordinación de tareas; se han unido y han profundizado en contenidos relacionados con la educación popular y el método investigación-acción-participativa, con el propósito de implementar prácticas coherentes que ayuden de verdad a las comunidades.
Este proyecto se aplica desde 2020 en varios territorios de Pinar del Río. Han llegado a aquellos que demandan su intervención y a otros con diagnósticos complejos o en situación de vulnerabilidad.
Agrega Angélica que los integrantes del grupo acceden incluso a invitaciones para ofrecer charlas y talleres de sensibilización: «Son 20 minutos que se aprovechan y no se pueden perder. Estamos en el ámbito universitario tanto como en las comunidades.
«Es importante resaltar que seguimos las pautas de la educación popular y la metodología establecida para el trabajo comunitario, para nada interventiva ni de charlas vacías o discursos interminables… todo lo contrario. Es, en esencia, un diálogo comunitario».
El proyecto que Angélica María presentó en 2022 no cabría jamás en una página de periódico. Su labor fue significativa en los días posteriores al paso del huracán Ian por la provincia vueltabajera: «Fuimos a centros de trabajo, a los campos a ayudar a los trabajadores, a los centros de evacuación… y no solamente a llevar donativos, sino a apoyarlos emocionalmente, porque eso es esencial en nuestra labor, trabajar con las emociones y la espiritualidad de las personas.
«Los resultados indican que no hemos trabajado en vano, porque otras comunidades nos siguen demandando. A algunas hemos vuelto una y otra vez; a otras llegamos sin apenas conocerlos y el contexto en el que se labora depende de las características de las personas, de cuánto se involucren o de cuánto seamos capaces de atraerlos».
No obstante, señala esta muchacha apasionada por la educación, la sicología, las ciencias sociales y el medio ambiente: «El logro más importante del proyecto es ver el compromiso creado en profesores y estudiantes que han formado en algún momento parte del grupo», porque su membresía, aclara, no es estática: todo el tiempo recibe nuevos integrantes, en tanto otros salen por diferentes razones.
Trabajo comunitario de calidad
Sobre las perspectivas del proyecto, Angélica argumenta que no está dirigido a unificar una práctica de trabajo comunitario integrado: «O sea, la Universidad no es protagonista del trabajo comunitario en sí, sino que está construyendo un tejido en red para realizar el trabajo comunitario en las localidades, de manera que resuelve uno de los principales problemas estudiados durante años en todo el país con respecto al trabajo comunitario, su carácter interventivo, porque aunque financiado, no siempre respondía a los intereses de la comunidad».
Para la joven es esencial realizar un trabajo comunitario de calidad, que identifique y resuelva los problemas socioambientales y, sobre todo, que contribuya a crear conciencia y prácticas sostenibles, desde una postura crítica hacia el cuidado del entorno, basadas en relaciones de igualdad de género, sin estereotipos de ningún tipo y en un ambiente de justicia social.
Investigar, según Angélica, te cambia como estudiante universitaria, como profesora, como ciudadana. Y lo más relevante no es el acto de investigar, sino hacerlo para transformar una realidad y sus dificultades. «Esa labor me enamora, y lo que es mejor, ha enamorado a otros estudiantes y profesores sumados al proyecto. Eso es lo más enriquecedor».