De pronto La Habana es Buenos Aires, o quizás Alejandría; quién sabe si colocan un malecón en la Plaza Roja y también nuestra ciudad capital adquiera un look moscovita. Todo depende de personas congregadas en marchas, manifestándose en contra de algo o a favor, en fin, el tumulto que se pueda confundir con el motín, el levantamiento, la oposición.
Es la idea visual de las redes sociales manejadas no al antojo sino perversamente manipuladas por operadores extranjeros vinculados a una campaña permanente contra la pequeña isla que se empecina en ser libre e independiente del designio imperial.
Debajo de esas visuales, en las que podemos incluir también la foto de un adolescente asesinado en otra latitud pero que quieren ubicarlo de todas maneras en una calle cubana, están las narrativas ponzoñosas de difamaciones, exageraciones y mentiras con el propósito de llevarnos al desaliento, la desconfianza, el miedo y, sobre todo, al odio.
Es un terrorismo mediático contra un pueblo y gobierno que, a pesar de medidas genocidas y degradantes, se enfrenta a una pandemia mundial, utilizada alevosamente por quienes más que adversar el proyecto social cubano, quieren engrosar a cualquier precio el dinero de sus bolsillos.
Tratan de justificar sus ataques bajo el presupuesto de un gobierno que no funciona, que no se ocupa de sus ciudadanos en circunstancias epidemiológicas graves. Un sofisma que se autodestruirá porque es torpe y grosero.
¿Cómo un país que ha logrado cinco candidatos vacunales y dos de ellos aprobados para intervención comunitaria haya logrado inyectar desde mayo millones de dosis en los hombros de sus ciudadanos, al menos una vez, otros dos y algunos con tres, sin costo alguno, puede estar de espalda a su pueblo?
¿Cómo puede ser que a pesar de un bloqueo que incluye materias primas, piezas y reactivos para medicamentos, equipos y vacunas contra la COVID-19 incluidas, petróleo, dinero imposible de utilizar en bancos y organismos controlados por Estados Unidos, que limitan la compra de alimentos y por ende la estrangulación de toda una sociedad, ese gobierno y ese pueblo todavía este en pie, 62 años después de que iniciara “el embargo” estadounidense, una de la acciones (nada de política) más genocida jamás vista?
Que la pandemia haya rebasado capacidades en algún lugar o espacio sanitario o no ha sucedido en las más diversas latitudes del mundo, incluido países desarrollados y nadie, ni uno solo de sus ciudadanos allí o en cualquier rincón del planeta, ha pedido una invasión o un corredor humanitario parecido más al de la muerte y tan famoso en aquel país desde donde podría venir.
Han pedido ayuda, sí, y ahí han estado los hombres y mujeres de la salud cubanos, aplaudidos, venerados por su noble actitud bajo el nombre de aquel solidario estadounidense, Henry Reeve, quien decidió hace más de una centuria, echar su suerte en la lucha de los mambises cubanos contra el también imperio colonial español.
Pero cuando se trata de Cuba todo se convierte en una tormenta mediática. Más de cien sitios digitales pagados con el dinero del contribuyente a través de la USAID, la NED… en una guerra única, incendiaria y odiosa vierten hiel sobre un pequeño pueblo, empeñado en salir lo menos dañado posible de una mortal pandemia. A qué le temen es la pregunta obligatoria.
Ciento ochenta y cuatro naciones de las 189 que integran el concierto mundial piden el cese del bloqueo que perdura 60 años y más. Tanto mundo, casi todo, no puede estar equivocado.
Sin embargo, están los que “aplauden” a sus verdugos por las desgracias que provoca y a su vez canalizan en las redes todo el odio para enfrentarnos, desunirnos, fragmentarnos.
Vívidas están en la memoria las imágenes de aquella “primavera árabe” y el referente obligatorio de Libia. Más cercano aún está Bolivia, donde depusieron con un golpe de Estado al presidente Evo Morales ganador de aquellas elecciones. ¿Cuántos muertos y cuánta sangre de sus pueblos?… y ni una gota de los que las promovieron e instigaron, como siempre, desde afuera, desde el confort de sus espacios.
Es el cinismo y la barbarie vestidos de modernidad vociferando democracia y derechos humanos tratando de capitalizar deseos, sentimientos, pasiones, odios, miedos y también rencores.
Desgraciadamente hoy está Cuba en el epicentro de ese maligno torbellino al servicio de los imperios. Pero Cuba no es una reluciente y concisa palabra, es un pueblo, es identidad que camina desde Hatuey, pasando por los irredentos mambises, hasta los combatientes clandestinos y los victoriosos rebeldes contra las verdaderas tiranías y dictaduras de desgobiernos proyanquis.
Es esa masa mayoritaria e independiente que cambió hace más de 60 años el curso de aquella historia de burdeles, mafias, droga, desempleo, inanición, analfabetismo, coimas, corrupción y pluripartidismos, que arrimaban constantemente las brasas a sus intereses, mientras desaparecía como arte de magia el tesoro público, convertido luego en fincas, edificios, negocios de todo tipo a nombre de aquellos mismo que lo robaban.
Los tiempos cambian dicen algunos, pero los plattistas, al decir de lúcidos intelectuales, solo reforman su atuendo según los tiempos. Parece que siempre los habrá porque también es consustancial al comportamiento la perfidia, la sumisión, la traición, la ingratitud, pero mucho más relucientes, ponderados y libres serán los deseos mayoritarios de libertad, independencia y autodeterminación.
Los verdaderos gobiernos los decide o los anula el pueblo. Los cubanos pasaron demasiado tiempo de lucha para darse el que quisieron, no será hoy que un grupo de anexionistas y otro tanto de malhechores puedan disgregar el sueño de libertad, justicia y paz de una nación.