Tengo la dicha de tener un padre que me ha enseñado un mar de cosas; entre ellas la formalidad, la puntualidad, el decoro, el respeto, así como el valor de cada aspecto y arista de la vida. La amistad, el amor, la familia y la unidad.
Estas dos últimas de vital importancia a la hora de sortear cualquier obstáculo que se presente en el camino. Obstáculos que, dicho sea de paso, nunca son pocos, pero siempre franqueables gracias a la unidad.
Y es que esta palabra guarda un significado especial para todos, mucho más para nosotros los cubanos, que sin importar cuán desperdigados estemos por el mundo, y sin importar los estatus sociales, seguimos tan unidos como cuando compartíamos un vaso de vino o unas buenas yucas con mojo tras tirar una placa en casa de fulanito.
En lo particular, siempre me ha gustado esa frase de José Martí que dice (…) “Es la hora del recuento y de la marcha unida y hemos de andar, en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes (…)”.
Precisamente me llama la atención por el estricto contenido que guarda, y su vigencia amén de los tiempos que corran. Porque sí, los cubanos más que todas las cosas, siempre debemos estar unidos.
No es menos cierto que en varias ocasiones tenemos desavenencias, matrices de opiniones desiguales, le vamos a diferentes equipos, y por supuesto, también desigualdades sociales.
Pero a “la hora de los mameyes”, hasta el más pinto de la paloma, lo mismo el que más como el que menos, salta, responde y grita cuando nos agreden, nos ofenden o intentan humillarnos o demeritarnos.
Lamentable sería que no fuera de esta manera. De no ser así, entonces ya no seríamos cubanos, sino una mezcla insípida de etnias sin historia ni sangre en las venas.
Y es que nadie lo puede negar, somos unidos por naturaleza. Por más que nos ataquen o intenten dividirnos, ese proceso de meiosis social no ocurre con nosotros. Esa “biología” cotidiana que corroe al mundo, en Cuba está erradicada hace años.
Todos somos hermanos, desde Hatuey, desde los primeros cimarrones que escaparon, o desde el primer mambí que alzó el machete ante la desidia, la indiferencia y el oprobio, todos llevamos la misma sangre. Eso nos convierte en familia.
Una familia que debe pensar como tal. Porque a estas alturas del campeonato, y al cabo de tantos años de asedio, terror y cizañas de todos tipos con el único objetivo de quebrarnos como nación, si a alguien le cabe duda de que el único camino hacia nuestra victoria y soberanía es la unidad sobre todas las demás cosas, que se revise.
Recordemos que esa misma unidad que aún hoy necesitamos y tanto, es uno de los legados y pilares supremos de la Revolución cubana; la clave ante las presiones extranjerizantes.
No olvidemos tampoco que tenemos un enorme potencial al unirnos, pues en esa amalgama se conjugan nuestras mejores características y “armas” más potentes. En ella llevamos todo el potencial y las capacidades intelectuales que en más de una ocasión han asombrado al mundo, nuestro café y nuestra miel, en esa unión va nuestra casta toda.
Unidad no es fingir que la tenemos. Es unidad de acción, de criterio, de qué hacer y cómo hacerlo. La Revolución surgió de la unión y solo puede terminar por la ausencia de ella. Atentos.
Pienso que el mayor obstáculo de hoy, es que todavía existen quienes no saben ni a quién, ni sobre la base de qué unirse.
Tenemos retos, es cierto, muchos, variopintos e incluso puede que inabordables, pero que eso no nos impida continuar con la lucidez suficiente para pelear por su conquista.
Como dijera un colega, ante la Patria y su futuro todos los deberes y egoísmos cesan, y no queda otro deber que el deber mayor de unirse, defenderla y construirla permanentemente.