Con la zona infectada de soldados enemigos, el viento y la lluvia haciendo casi imposible la marcha y el Jatibonico del Norte «de bote en bote», a los hombres de la Columna 2 Antonio Maceo no les quedó más alternativa que colocar una soga de orilla a orilla del río y, con el agua al pecho, desafiar aquella crecida soberbia y hasta simbólica que dividía las provincias de Camagüey y Las Villas.
«Yo besé la tierra villaclareña, todos los hombres que componían la tropa estaban alborotados. Unos maldecían a Camagüey y otros bendecían a Sta. Clara…», le confesó Camilo a Fidel en un extenso e ilustrativo informe, fechado el 9 de octubre de 1958 en lo que él llamó «Llanos de Santa Clara», que en realidad no eran otra cosa que los montes del norte villareño, la cobija natural que pondría a salvo a la fuerza rebelde tras la azarosa travesía desde Providencia, en la Sierra Maestra, hasta Jobo Rosado, en el municipio de Yaguajay.
Los recién llegados traían como misión continuar la marcha hasta la occidental provincia de Pinar del Río –una orden que enseguida la realidad de la guerra aconsejó modificar–, sin embargo, el arribo a territorio villareño por lo menos espantaba el fantasma del sur camagüeyano, donde a las adversas condiciones topográficas se sumaron la persecución implacable de las huestes batistianas y la falta de apoyo de la dirección del movimiento revolucionario, algo que Camilo calificó llanamente como traición.
En esa zona casi la totalidad de la caballería invasora terminó sembrada en los pantanos y tembladeras del litoral y el hambre cercó tanto a los rebeldes que según su jefe, el Comandante Camilo Cienfuegos, en 31 días de viaje comieron solo en 11 oportunidades, incluida la ocasión en que fue preciso sacrificar una de las mejores yeguas, que ante el acoso del enemigo, terminó siendo degustada, si es que cabe el término, medio cruda y sin sal.
UN GIRO DE 90 GRADOS
Que Camilo y su gente de la Columna 2 hayan ido a recalar a los montes de Yaguajay y no a la cordillera del Escambray, como estaba concebido en un inicio, habrá que agradecérselo irremediablemente al cabo Juan Trujillo Medina, un militar de la dictadura apresado por una posta rebelde sobre las tres de la tarde del 21 de septiembre en las inmediaciones de Baraguá, actual provincia de Ciego de Ávila.
Una vez identificado por sus captores, al cabo no hubo que rogarle mucho para que confesara todo lo que sabía: que el ejército había situado cuatro compañías de infantería en el central Baraguá, dos en Ciego de Ávila y algunos pelotones en Jagüeyal; que tenía tres aviones en un aeropuerto muy cercano (dos del tipo b-26 y una avioneta de enlace) y otros en Camagüey; que contaba con emboscadas en cuanto camino hubiera por allí; que más de mil hombres bien armados estaban esperando por aquel contingente de hambrientos… En fin, que más fácil entraría un camello por el hueco de una aguja que los invasores a Las Villas, si seguían la ruta predeterminada.
«El enemigo pensaba que las dos columnas –la 2 y la 8– avanzaban juntas o muy cerca; y su plan era rastrearnos, precisar la ubicación de nuestro campamento, bombardear y ametrallarnos hasta dispersarnos», escribiría tiempo después el general de división Sergio del Valle Jiménez, a la sazón capitán y médico de aquella fuerza sitiada por el mar, los pantanos, los mosquitos y un adversario inconmensurablemente más poderoso.
Fue entonces cuando Camilo comprendió que solo con un giro radical de 90 grados, que rompiera con el monótono recorrido por el borde de la costa para internarse rumbo a la Carretera Central, podría evadir aquel enjambre de soldados y poner a salvo la operación, aunque ello implicara acercarse a la ciudad de Ciego de Ávila en una maniobra sin dudas arriesgada.
Atado por una soga a la cintura del capitán William Gálvez, el propio cabo Juan Trujillo se convirtió en el mejor práctico por el complicado derrotero de 30 kilómetros, que debió cumplirse en una noche, casi conteniendo la respiración por la proximidad de los guardias, y terminó en un cañaveral ubicado a escasos cien metros de la Carretera Central.
En el centro de la Isla, mucho más alejado que nunca de la costa, castigado sin piedad por la lluvia y a la espera de un apoyo que nunca llegó, Camilo apeló una vez más a su astucia de guerrillero fogueado en la Sierra Maestra y en los llanos del Cauto y optó por continuar viaje hacia el oeste, pero por la zona norte, donde según sus indagaciones no tardaría en encontrar las primeras montañas en Marroquí y Florencia, un movimiento aparentemente absurdo pero salvador, que confundió a sus perseguidores y llevó la columna hasta las puertas de Yaguajay.
TRES FUERZAS, UN FRENTE
La primera vez que se acostó a descansar en el campamento de Jobo Rosado, en pleno monte, Silviades Cabrera creyó que se trataba de una alucinación, cuando entre dormido y despierto sintió que la gente del Destacamento Máximo Gómez, del Partido Socialista Popular (PSP), le estaban curando los pies llagados por la caminata más larga de toda su vida.
«La integración nació de forma natural, poco a poco nos involucramos en los combates; nos movíamos de campamentos para no ser sorprendidos; caminábamos por el diente de perro de noche y no nos caímos», recuerda el veterano invasor, quien se precia de figurar entre los afortunados que vivieron la epopeya de hace 60 años.
Camilo y los suyos habían sido localizados en Las Llanadas y conducidos hasta el campamento de Jobo Rosado por una de las tres avanzadas que el Comandante Félix Torres, jefe de la agrupación guerrillera del psp, envió para auxiliar a la columna rebelde en su tránsito hacia el centro del país.
Al filo de las dos de la madrugada y a la luz de unas chismosas improvisadas, se produjo el encuentro entre las dos fuerzas, un episodio que el joven Sergio del Valle plasmó en su diario de guerra de la manera más emocionada posible: «Desde que llegamos nos sentimos como entre hermanos –escribió el médico guerrillero–, como si estuviéramos en la Sierra».
Gerónimo Besánguiz, historiador y director del Complejo Histórico Comandante Camilo Cienfuegos, con sede en Yaguajay, sostiene que aunque las fuerzas de la Columna 2 y los destacamentos guerrilleros Máximo Gómez, del psp, y Marcelo Salado, del Movimiento 26 de Julio, se fundieron automáticamente a la llegada de los invasores, el 15 de octubre marca un antes y un después en la historia del Frente Norte de Las Villas.
Sorprendidos por el enemigo casi dentro de un campamento rebelde, en la zona de Alicante, ese día los tres grupos combatieron unidos como si fueran uno solo, una conducta que Camilo convirtió en ley durante toda la guerra.
DÍA A DÍA EN EL FRENTE:
– 7 de octubre
Llegada de la Columna 2 a Las Villas.
– 8 de octubre
La columna invasora arriba al campamento guerrillero de Jobo Rosado, donde es acogida con hospitalidad por las fuerzas del PSP.
– 15 de octubre
Por primera vez integrantes de las tres fuerzas guerrilleras combaten juntos en Alicante.
– 31 de octubre
Liberación del poblado de Venegas.
– 28 y 29 de noviembre
Celebradas en la zona de Juan Francisco plenarias obrera y campesina.
– 15 de diciembre
Liberación del poblado de Iguará.
– 17 de diciembre
Liberación de Meneses.
– 20 de diciembre
Fuerzas rebeldes al mando del Comandante Félix Torres asaltan y toman Mayajigua.
– 21 de diciembre
Plenaria con trabajadores azucareros en el poblado de General Carrillo.
– 20 de diciembre
Se inicia el asalto a Yaguajay.
– 21 y 22 de diciembre
Zulueta es tomada por fuerzas rebeldes.
– Últimos diez días de diciembre
De manera cooperada con la Columna No. 8 Ciro Redondo, el Frente Norte también participa en la liberación de Caibarién, Remedios, Camajuaní y Placetas.
– 31 de diciembre
Tras 11 días de batalla, se rinde el Escuadrón 37, de Yaguajay, la acción armada más prolongada en la Campaña de Las Villas.
Fuente: Museo Nacional Camilo Cienfuegos