Una persona sobrevive cuando logra vivir después de la muerte de alguien más, o luego de un determinado proceso, casi siempre, complicado, desgarrador, difícil. Y se sobrevive también cuando se mantiene la existencia con escasos medios o en condiciones muy adversas.
Los cubanos hemos sobrevivido muchas veces tras momentos crudos de crisis como la del periodo especial, y estamos subsistiendo ahora con muy escasos medios y en condiciones en las que la palabra adversa se queda todavía pequeña y no encierra en toda su magnitud las vicisitudes y trabajos que se pasan para ponerse cada día en pie, llevarse un lápiz negro a los ojos y dejar a los niños en la escuela.
Se necesita una luz al final del túnel y que no esté allá, inalcanzable, imposible. Se necesita una luz objetiva, real, que nos dé fuerzas para pensar que cocinar con carbón no será la única opción y que espantar mosquitos en las noches no será lo que el destino depara para quienes, contra viento y marea, hemos decidido echar rodilla en esta tierra.
Una luz que nos permita seguir creyendo que este es el mejor lugar para que crezca mi hija, esa que grita de alegría cada vez que llega la corriente y llora si está viendo muñes en el tv y la sorprende el apagón.
La vida, a veces, es como el béisbol: si se pierden las ganas, si se toman malas decisiones, si no se arriesga, si no se hace lo correcto en el momento oportuno, las consecuencias son irreversibles.
No se trata de una catarsis por la falta de electricidad o de gas licuado o por los precios inalcanzables de los alimentos y hasta de los medicamentos en el mercado informal, ese que, lamentablemente y por suerte, tiene casi de todo.
Se trata de ser objetivos en los análisis, en la información que se ofrece, no para aplacar los ánimos o para explicar lo que no tiene explicación porque la realidad es apabullante, sino para llegar a caminos que, ciertamente, conduzcan a un desarrollo del país en medio de todas las trabas económico financieras que el contexto internacional le impone a Cuba.
Hay tantos nudos por soltar en la Isla, tanto burocratismo por desaparecer, papeleo innecesario, reunión tras reunión en la que no se resuelve nada, que solo mellan el ánimo y el espíritu de quienes quieren echar adelante.
Hace años trabajamos para estar mejor, pero siendo justos, no lo hemos logrado. No está mejor el país, ni los salarios, ni los servicios, ni la Educación, mucho menos la Salud. No está mejor la disponibilidad de alimentos, ni se avanza en la construcción de las viviendas de aquellos que lo perdieron todo con los ciclones.
El país vive, quizás, uno de los momentos de contracción económica más grandes de su historia, inversamente proporcional al desarrollo crecen la delincuencia, la reventa, la pobreza; aparecen más que atisbos de diferencias sociales.
Hay muchas personas trabajando a cada minuto sin parar, sin pestañear, a veces sin poder, para que las cosas funcionen, y lo hacen de forma anónima, sin pedir nada ni publicarlo en las redes, sin quejarse, sin hacer una crítica que no sea constructiva. Por ellos hay que darlo todo, por ellos hay que reinventarse cada día y tratar de no equivocarnos.
No nos funcionan los bandazos, no nos funcionan las medidas que mañana se viran para atrás ni las disposiciones o leyes que no se cumplen. Siempre, dice un amigo, que lo urgente aplaza lo importante. De nada sirven las curitas. En la sociedad y en la vida, como en el béisbol, los errores se pagan caros.