Sin llegar a los extremos de otras latitudes, las diferencias entre aficionados y fanáticos en el deporte se hacen cada vez más amplias en nuestro país.
Creo necesario dejar claro qué significa cada uno de esos términos, según refieren los diccionarios:
Aficionado: Que gusta de una cosa o tiene interés por ella… que practica por placer una actividad, generalmente deportiva o artística, sin recibir habitualmente dinero a cambio… seguidor.
Fanático: Que defiende una creencia o una opinión con pasión exagerada y sin respetar las creencias y opiniones de los demás… apasionado… exaltado… entusiasta… intolerante… intransigente… hincha… devoto.
Son apreciables a simple vista las diferencias, ¿verdad? Sin embargo, en no pocas ocasiones en el deporte suelen calificarse por igual a unos y otros, sin ponerse a pensar los que así se expresan que hay que separar a unos de otros y que se necesita tener cada día más aficionados y cada vez menos fanáticos.
Incluso, es frecuente escuchar en transmisiones radiales y televisivas foráneas y del patio utilizar el término fanático o fanaticada para designar a los seguidores de un deporte o de un equipo.
¡Craso error ese!, porque de las consecuencias del fanatismo en el deporte hay para hacer una tesis de maestría y hasta de doctorado por quien quiera dedicarse a ello.
¿Cuántas vidas de deportistas y de aficionados se han perdido por el fanatismo? En la historia del deporte hay decenas de ejemplos de ello, pero voy a recordar tres:
El 30 de abril de 1993 la tenista serbia Mónica Seles, de 19 años, fue acuchillada por la espalda mientras descansaba en un intermedio del partido que sostenía ante la búlgara Magdalena Maleeva en Hamburgo, Alemania. Su agresor era un fanático de la alemana Steffi Graf que había sido desplazada del número uno del ranking mundial por la joven.
Matar a la competencia de su ídolo fue el propósito de aquel fanático que clavó el cuchillo en la espalda de Seles y aunque no le causó gran daño físico, sí provocó que la muchacha nunca más se recuperara psicológicamente.
El primero de julio de 1994 fue asesinado a tiros en Medellín, en plena calle, el futbolista Andrés Escobar, de 27 años, defensa central de la selección colombiana. ¿Motivo?: el autogol que anotó en el partido contra Estados Unidos en el Mundial celebrado en ese país ese año y que prácticamente sacó al equipo cafetero de seguir avanzando (perdió definitivamente 0-2).
Pero también se habló por entonces que detrás estaban los millones que habían perdido los apostadores colombianos para ese juego y hasta de que el terrible narcotraficante Pablo Escobar tenía algo que ver con el asesinato.
El otro ejemplo es más reciente: el 15 de abril de 2017 un joven de 22 años fue arrojado al vacío en un estadio de Argentina por los fanáticos del propio equipo que él amaba hasta el fin, según había manifestado. Esta vez la muerte ocurrió porque otro hincha instigó a los vándalos asegurándoles que el agredido era fanático del equipo contrario.
Su muerte, dos días después, fue la número 14 entre fanáticos de diversos clubes entre el año 2015 y el 2017.
En Cuba no se han dado casos de consecuencias fatales, pero sí hay un creciente sentimiento de fanatismo entre algunos de los que acuden a presenciar varios espectáculos deportivos, principalmente de pelota y de fútbol.
¿Qué si no fanáticos son los que tiran piedras y otros objetos contundentes contra los deportistas de equipos rivales? ¿Cómo considerar aficionados a los que dicen improperios a los árbitros u ofenden de palabra a jugadores de los equipos visitantes?
Y les digo fanáticos a los primeros por no llamarlos homicidas en potencia porque ¿alguien se ha puesto a pensar las lesiones que pueden provocar las piedras, botellas y hasta ladrillos lanzados en ocasiones contra los jugadores?
En cuanto a los que vociferan o incitan a otros a hacer coros ofensivos, considerarlos indisciplinados o mal educados es algo que queda muy corto, porque en realidad son seres que se escudan en las multitudes para desahogar sus resentimientos y carencias.
Todo ello va contra el espectáculo, contra la pureza del deporte que en todos los casos es un juego, un entretenimiento, un divertimento y no algo para sacar afuera los más bajos instintos. Recuperar al aficionado y sacar de los estadios a los fanáticos es posible, al menos en Cuba, si se cambia desde la concepción de lo que es un espectáculo deportivo al que no se puede asistir a ingerir bebidas alcohólicas y a apostar hasta la actuación de las autoridades que tienen que ser más enérgicas contra los vándalos y los que van a lucrar y no a divertirse.