El paso del huracán Ian por Pinar del Río, el pasado 27 de septiembre, fue arrasador, y aún los testimonios hacen historias, y por supuesto, las vivencias marcan la vida de las personas.
Conversar con Leidy Laura Darias Valdés, una niña de solo 11 años que vive en el kilómetro 15 de la carretera a La Coloma, nos hizo volver a sentir un poco de la incertidumbre de esa noche.
Ella, con sus ojos claros llenos de tristeza nos describió sus experiencias infantiles de aquella madrugada.
«Aquello no era natural, cuando amaneció había mucho desastre, en mi casa no quedó siquiera una matica de mango, aunque ya la parte del techo que se dañó la arreglaron.
«Cuando vi mi escuela me puse triste, porque le llevó el techo, las persianas, las puertas, la biblioteca…
«Claro, ahora estoy contenta y muy feliz, porque gracias a la colaboración de todos el centro va a estar para el inicio del curso, más bonita que antes».
Leidy Laura estudia en la escuela Pepito Tey, una de las más de 10 que resultaron dañadas en la carretera a La Coloma, las cuales muchas han sido recuperadas por el artista de la plástica Kcho (Alexis Leyva) y la brigada Marta Machado, las Fuerzas Armadas Revolucionarias y otros organismos.
En Pinar del Río resultaron perjudicadas 477 escuelas, ocho con derrumbes totales, cinco parciales, 153 con daños totales de techo y 301 con parciales.
ARMONÍA Y PASIÓN EN UNA MAESTRA
Mucho de pasión hay en la conversación de Sonia Marrero Rosete. Ella, maestra de la «Pepito Tey», y quien le ha dedicado 36 años al magisterio, sabe del dolor, del esfuerzo, de la entrega y del amor.
A pesar de que su vivienda se dañó, Sonia sufrió como suyos los de la escuela; por eso cuando el presidente Miguel Díaz Canel visitó las cercanías de su casa y algunos preguntaron por el tema vivienda, ella insistió en cómo se darían las clases.
“Él me dijo: ‘Tranquila, que el curso va a continuar”’. Sonia nos aseguró que sintió confianza y que así mismo sucedió, los niños continuaron sus clases en las casas de las familias.
«Ya no lloré más, porque vi esa seguridad con la que nos dijo que todo se iba a resolver poco a poco», nos aseguró mientras contuvo sus recuerdos y las lágrimas.
AJETREO
El día de nuestra visita había mucho ajetreo en la «Pepito Tey”; unos hacían mezcla, otros se dedicaban al repello, la pintura, la limpieza o a repartir alguna merienda. Todos de una u otra forma, cual abejas laboriosas, hacían su aporte a la recuperación.
Faltan pocos días para el inicio del curso, y el tiempo es determinante, el 28 de noviembre los niños deben comenzar en su escuela nueva.
María del Carmen Martínez Osuna, la directora, estaba de cumpleaños ese día, pero casi sin voz, se encontraba a pie de obra. Hasta allí le llevaron a su pequeña nieta, el mejor regalo de la jornada, según nos confesó después.
Ella profesa verdadero cariño por su colectivo, integrado por 24 trabajadores, de ellos 15 docentes. Del claustro destacó la entrega y compromiso con el centro.
«Mi escuela está enclavada en el consejo popular Las Taironas, y tiene una matrícula de 101 alumnos, de prescolar a sexto. El centro desde que se construyó con este formato tiene capacidad para todos los grados, con un horario de 7:50 a.m. a 4:20 de la tarde.
Nos informó que antes de Ian la instalación poseía una carpintería en mal estado, y aunque el techo estaba bueno, el ciclón no perdonó, la escuela quedó devastada.
La directora destacó el apoyo del Partido y el Gobierno en el país y la provincia, del Ministerio de Educación, las FAR, de Kcho y su brigada, los organismos y también del joven Yudiel Ovalle, que fue su alumno y hoy forma parte de una mipyme, y quien donó las puertas, las persianas, la electricidad y la base del tanque.
También habló de los padres y los vecinos, quienes apoyaron todo el tiempo, algunos de ellos pusieron sus viviendas al servicio de la escuela, siete grupos fueron reubicados en casas.
DE LOS PRIMEROS CONSTRUCTORES
Omar Gustavo Matías Méndez es un hombre dichoso, porque tiene historias que contar. Él fue uno de los constructores de la escuelita en la década del ‘70 del siglo pasado, y hoy brindó su vivienda de forma desinteresada para que 19 niños de tercer grado y su maestra Sonia transiten por el mundo de la enseñanza y el aprendizaje.
«Antes había dos escuelitas. En una de ellas hacíamos actividades. Había un combo que le decían Los Cariñosos y se daban tremendas fiestas», recuerda.
«Después en el año 1973 hicimos una de madera, y se pasaron las aulas para acá. Eran varios constructores, entre ellos un viejito que se llamaba Simón Pineda, entre todos la hicimos y quedó mejor que como estaba».
Omar es jubilado de la Empresa de Ómnibus Urbano, chofer de la ruta cuatro, y no vaciló cuando le propusieron el aula en su casa.
«Primero los alumnos estaban en el garaje y cuando se llevaron el mobiliario de la escuela para repararlo, ya tenía el techo arreglado, entonces los pasamos para la sala y puse mis muebles para que se sentaran.
«Los niños son mi vida, por tanto esta es una oportunidad muy grande. Era una necesidad de la escuela, y me siento orgulloso porque extendí mi mano para ayudar».
Experiencias llenas de humanismo y solidaridad han vivido todas estas personas con las que conversamos, por eso al preguntar a la directora del centro sobre alguna anécdota especial, pensó y pensó y solo respondió: «¡Hay tantas!».